Filas en pandemia
Resulta entonces un acto de hipocresía, por no decir cinismo, que las filas requeridas un solo día para el imprescindible ejercicio del derecho a votar y elegir sean usadas como “argumento” por quienes no quieren elecciones.

Todos los días, a todas horas, los bolivianos hacemos filas en el país. Las larguísimas colas de gente en los bancos son la cara más visible de miles de filas en diferentes entidades públicas y privadas. En la mayoría de los casos, las medidas de bioseguridad son escasas. ¿Las filas son espacios de contagio del coronavirus? Es probable, aunque no hay datos ciertos al respecto.
Desde el principio de la pandemia del COVID-19, que rápidamente se expandió a nivel global, las recomendaciones principales para evitar exponerse al virus fueron la distancia social y el permanente lavado de manos con jabón. Luego de idas y venidas, la Organización Mundial de la Salud también asumió la relevancia, ahora indiscutible, del barbijo. Hoy son medidas mínimas, de sentido común, aunque no siempre se cumplen por diferentes razones. Una de ellas son las aglomeraciones de gente… en las filas.
Se ha dicho lo suficiente que la primera reacción de los gobiernos, con deplorables excepciones (Trump, Bolsonaro, Johnson, López Obrador, entre otros), fue el confinamiento de la ciudadanía. En algunos casos, como en Bolivia, se hizo por decreto, con carácter obligatorio, control de la fuerza pública y sanciones por incumplimiento. En otros, como en Uruguay, fue más bien un acto voluntario, con apego a la conciencia ciudadana. Se trataba de llevar al límite el necesario distanciamiento social.
Las cuarentenas, más o menos rígidas, más o menos flexibles (el eufemismo en el país fue “dinámica”), se adoptaron como útil mecanismo de mitigación. Claro que el propósito fundamental era ganar tiempo para fortalecer el sistema de salud, dotarse de equipamiento, definir protocolos, hacer pruebas masivas. Hemos señalado en este espacio que la experiencia boliviana tras 70 días de cuarentena total dejó la sensación de que dicho tiempo había sido dilapidado, como se demuestra en el presente.
Es evidente que la cuarentena, por sus efectos socioeconómicos, era insostenible en el tiempo. Había que asumir la “nueva normalidad”. En Bolivia, el Gobierno provisorio, en la fase más crítica, levantó la emergencia sanitaria y delegó la responsabilidad de la pandemia a gobernaciones y municipios. Así, desde el 1 de junio la gente en las calles y las filas son moneda común. Hay filas para todo, en algunos casos desde la madrugada: bancos, AFP, ministerios, servicios, farmacias, hospitales, supermercados…
Es probable que estas filas, con limitadas medidas de cuidado, aumenten el riesgo de contagio de coronavirus. Pero se las acepta en nombre de la economía. La gente necesita trabajar para comer. Resulta entonces un acto de hipocresía, por no decir cinismo, que las filas requeridas un solo día para el imprescindible ejercicio del derecho a votar y elegir sean usadas como “argumento” por quienes no quieren elecciones. Más aún cuando el TSE asegura que está trabajando para garantizar una jornada segura para todos.