Icono del sitio La Razón

Violencia en campaña

Solo el sábado último, los medios de comunicación han reportado al menos dos grescas entre grupos de personas que realizaban actos de campaña electoral, y aunque la circunstancia conduce a creer que es normal, también es posible señalar que es una señal preocupante de la salud de la democracia, pues es malo que la intolerancia sea uno de los ingredientes de la campaña.

En el primero de los dos casos señalados se reportó que en Cochabamba un grupo de “vecinos”, según algunas fuentes, y de la Resistencia Juvenil Kochala, según otras, atacó a un grupo del MAS que se había apostado en la plaza 4 de Noviembre, supuestamente un lugar emblemático para la oposición al gobierno derrocado en noviembre de 2019.

Esta agresión en particular viene precedida de numerosos casos en esa ciudad en los que grupos irregulares de jóvenes armados y en motocicleta amedrentan, cuando no atacan directamente, a grupos y personas opuestas a su ideario que, así y poco claro como es, se identifica con el pensamiento más retrógrado, racista e intolerante del espectro político; además, se ha denunciado que recibe alguna forma de encubrimiento desde el Ministerio de Gobierno.

El segundo caso, en Oruro, se produjo cuando una caravana del MAS y una marcha de CC coincidieron en la zona Norte de la ciudad, y lo que comenzó como un predecible intercambio de insultos y descalificaciones pronto se convirtió en un nutrido intercambio de golpes; videos que circularon por las redes sociales virtuales son evidencia del entusiasmo de los contrincantes de ambos bandos.

Coincidentemente, las representaciones de la Unión Europea, la Organización de Naciones Unidas y la Iglesia Católica emitieron el sábado un comunicado conjunto, donde hacen hincapié en “la necesidad de un clima de respeto mutuo, buscando superar cualquier hecho de violencia, amenaza o intimidación, sea física o verbal, de cualquier tipo” y concluyen haciendo votos por “unas elecciones plenas, libres y transparentes”.

A simple vista, la belicosidad, y particularmente la animadversión contra militantes del MAS, podría parecer producto lógico de similares circunstancias cuando este partido ostentaba el monopolio de la movilización callejera; sin embargo, un minucioso examen mostrará que la intolerancia ha crecido hasta convertirse en un peligroso detonante de renovadas formas de violencia política, que en última instancia significan que se vienen tiempos muy difíciles para la pacífica convivencia y la gobernabilidad.

Detrás de cada insulto, de cada agresión del adherente de un partido político contra su circunstancial adversario, es posible identificar la presencia de prejuicios que no solo se forjan al calor del entusiasmo de campaña, sino que son alimentados cotidianamente por líderes sociales, dirigentes políticos y medios de comunicación, creando un ambiente poco propicio para el diálogo y el encuentro, pero muy fértil para la confrontación y el odio. Esta tendencia debe ser detenida.