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Narrativa del ‘fraude’

Un principio constitutivo de la democracia representativa es el respeto a la voluntad ciudadana expresada en las urnas. Ello significa que, conforme a reglas de elección y decisión, en procesos transparentes y competitivos, el resultado del voto es aceptado por todos. Ese principio está siendo vulnerado en el país, desde el año pasado, con la peligrosa narrativa del “fraude”.

La práctica de “cantar fraude” ante un resultado electoral adverso, con el propósito de desacreditar los comicios y restar legitimidad a las autoridades electas, no es nueva ni privativa de Bolivia. Al contrario, es un recurso antidemocrático más frecuente y extendido de lo que podría pensarse. Claro que una cosa es declarar “fraude” después de la votación y otra, más crítica aún, hacerlo por anticipado. Si gana tal candidato o pierde tal otro, es porque habrá fraude. La narrativa es deplorable.

En el referéndum de febrero de 2016, tanto los partidarios del Sí a la reelección como los que votaron por el No, hablaron de fraude. En un caso, porque se habría manipulado la voluntad ciudadana con el “caso Zapata”. En el otro, porque la estrecha victoria del No habría sido más abultada. Resulta curioso e insostenible en ambos casos. La guerra sucia puede incidir en las preferencias electorales, pero no es sinónimo de fraude. Del otro lado, sería inédito hacer fraude para “perder por poco” (sic).

La narrativa del “fraude” tuvo centralidad en las fallidas elecciones de 2019. Fue sistemáticamente construida por algunos actores políticos y sus operadores mediáticos, encuestas incluidas. Así, durante meses se tejió la idea de que una nueva victoria electoral de Evo sería “solo con fraude”. Cierto que Morales y el MAS desconocieron el resultado vinculante del referéndum constitucional, lo cual es un antecedente funesto. Pero también es antidemocrático e irresponsable desconocer el voto en cabildo previo.

Hoy la detestable narrativa está de regreso. Ahí están los que hablan de “fraude estructural” por imaginarios problemas en el padrón biométrico; por la falacia del “mayor peso” del voto rural; por invenciones respecto al voto en el exterior. Otros dudan de la transparencia de los comicios por la relación de amistad del presidente del TSE con Mesa o su designación por la excandidata Áñez. Peor todavía, están voceros del MAS asegurando que “la única posibilidad” de no ganar en primera vuelta es ¡por fraude!

La narrativa del “fraude” es temeraria y grave. Lo fue el año pasado, lo es ahora. Los principios democráticos no deben izarse según las circunstancias, sino siempre. Por ello, es fundamental reafirmar el principio de que el resultado de la votación debe ser respetado por todos. Así pues, asumiendo la premisa de una elección transparente, exijamos que los actores relevantes, empezando por los candidatos presidenciales, respeten la voluntad ciudadana y se pronuncien democráticamente la noche del 18 de octubre.