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Déficit democrático

La crisis de la política en Bolivia no es reciente. Es evidente que durante muchos años se ha ido restando valor al diálogo y la convergencia como prácticas saludables para la democracia. De una parte porque hubo quienes consideraron inútil acercarse a las clases populares empoderadas; de otra porque se consideró innecesario conversar con las minorías. El resultado, hoy, es preocupante.

La imposibilidad de encontrar siquiera indicios sólidos para comenzar a identificar la verdad histórica de lo sucedido entre octubre y noviembre de 2019 (las masacres, los abusos y todo lo que vino luego, hasta octubre de 2020, no dejan lugar a duda del carácter autoritario de quienes se apropiaron “transitoriamente” del gobierno nacional) tiene que ver con los posicionamientos ideológicos de los bandos enfrentados, al extremo que parece haberse perdido de vista que una gran mayoría de la población boliviana no está dispuesta a dejarse arrastrar hasta los extremos, y por eso mismo permanece invisibilizada y silenciada.

Luego de las elecciones de octubre de 2020, las minorías derrotadas lograron llevar a algunas personas a las calles a implorar de rodillas que los militares tomasen el poder por la fuerza, claro síntoma de desprecio por la democracia y sus formas, así como por la vida, pues hay abundante evidencia de que lo único que hicieron bien las dictaduras militares de la segunda mitad del siglo XX fue asesinar y vulnerar derechos.

Hoy, esos mismos líderes, que en delirante actitud prefirieron desconocer los resultados de las elecciones, siguen profiriendo amenazas y animalizando a sus oponentes. Parecen no darse cuenta de que sus encendidos discursos solo sirven para inspirar alarmantes titulares en los medios e incrementar la enjundia de sus seguidores, alimentando al mismo tiempo el racismo cotidiano, pero no para movilizar a la población hacia un horizonte compartido.

En la vereda del frente las cosas no inspiran mucho más optimismo. Prueba de ello es la actitud de la “militancia del MAS en El Alto”, que luego de perder las elecciones municipales piden castigo para los dirigentes que supuestamente condujeron al partido a la derrota en la que algunos piensan que era una de las plazas fuertes del partido en función de gobierno, olvidando que ya en 2015 fue la candidata de la oposición quien obtuvo el voto mayoritario.

Parece, pues, que reflexividad es una actitud de la que ambos bandos carecen por completo; los unos, por haber olvidado que la mejor forma de seleccionar candidatos y candidatas con potencial electoral es practicando la democracia interna en el partido, y los otros por desconocer que las elites solo pueden gobernar cuando merecen el favor del pueblo, lo cual se logra con prácticas democráticas y no con gritos, amenazas y manifestaciones de desprecio por el otro. En el camino, es difícil imaginar mejores tiempos para la democracia en el corto plazo.