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Murillo: el árbol caído

Contra todo pronóstico, el exministro de Gobierno Arturo Murillo fue detenido en Estados Unidos, acusado por soborno y lavado de dinero en el caso Gases lacrimógenos. Murillo huyó de Bolivia poco antes de que Luis Arce asuma la presidencia tras la victoria electoral del MAS. Hoy todos, incluso sus colegas y examigos, reniegan del que fuera hombre fuerte del régimen de Áñez.

Cuando en noviembre de 2019, tras una forzada “sucesión” inconstitucional, Áñez y los suyos entraron a Palacio de Gobierno, una gran Biblia y el señor Murillo figuraron en primera línea. Algo así como la cruz y la espada. La religión estuvo en el centro del régimen provisorio y el exsenador de Unidad Demócrata, convertido en poderoso ministro de Gobierno, fue el rostro más autoritario y torpe de una oscura gestión en el Órgano Ejecutivo. Se sabía que Murillo era “el poder detrás del trono”.

El paso de Murillo por el Gobierno, durante casi un año, estuvo marcado por su violencia verbal, su afán persecutorio (anunció “cacería” contra exministros y dirigentes del MAS), su sectarismo extremo y la arbitrariedad de sus decisiones y acciones, barriendo en el camino incluso a miembros o aliados del régimen. Eran recurrentes sus apariciones públicas, esposas en mano, para amenazar: “Los voy a meter presos”, a unos y otros. Se dice que fue el artífice de la fallida candidatura presidencial de Áñez.

Con la victoria del MAS en las elecciones de octubre de 2020, se cerró el efímero pero desastroso periodo del régimen provisorio. Y terminó también el poder y protagonismo de Murillo. Huyó del país, conocedor de que dejaba atrás varias denuncias en su contra. Hoy están en curso una decena de procesos penales y treinta auditorías que encontraron irregularidades en su gestión en la cartera de Gobierno. Destaca el caso de corrupción por la compra de gases, que no avanzó en el país, pero sí en EEUU.

Dicen que “del árbol caído, todos hacen leña”. Murillo es una muestra grosera de ello. Es natural que el oficialismo lo ataque con virulencia. Pero ocurre que sus partisanos y amigos, incluidos algunos operadores mediáticos y el mundo “Pitita”, se desmarcaron del exministro. Para empezar, Áñez se autoexculpó: “Nadie elige colaboradores para que se corrompan”. Olvida que junto con su gabinete viabilizó la compra de gases con tres decretos y que mantuvo en el cargo a Murillo pese a su censura en la Asamblea.

Otros personajes que encumbraron o fueron parte del régimen provisorio, así como quienes callaron ante sus delitos y abusos, también reniegan y se declaran “indignados”. Ahí está la excanciller Longaric, que designó cónsul a la hermana de Murillo por “razones humanitarias”. O el hoy gobernador Camacho, que pide su extradición; y Tuto Quiroga, que habla de “pandilla”. O su padrino político Samuel Doria Medina, de quien Murillo fue mano derecha. Y también Carlos Mesa, preocupado por la imagen del país.