¿A dónde vamos?
El país parece atrapado entre las angustias del día y las heridas no cicatrizadas del pasado reciente.
Las urgencias de la pandemia y la polarización política parecen monopolizar todas las discusiones públicas. Sin embargo el resto de la vida continúa y el tiempo pasa: hay necesidad de ir perfilando los contornos de los ineludibles cambios económicos y sociales que se deberán encarar una vez pasada esta terrible coyuntura.
El país está recién saliendo de casi dos años de crisis sucesivas que han modificado sustantivamente las orientaciones de la política, la vida social y las perspectivas económicas. La velocidad de los eventos que se han vivido en este tiempo dificulta una evaluación social serena de sus implicaciones y de los grandes retos que aparecen en el horizonte de la nación.
Un vistazo a las noticias más comentadas de esta semana revela que no se ha salido aún de la tiranía de las emergencias sanitarias cotidianas que agobian a todas las familias y de la tarea ingrata de aclarar y resolver los agudos conflictos políticos que dividieron y enfrentaron a la sociedad desde mediados de 2019. El país parece atrapado entre las angustias del día y las heridas no cicatrizadas del pasado reciente. El futuro aparece muy poco en las conversaciones cotidianas.
Así las cosas, es poco probable que este estado de situación pueda durar mucho tiempo más sin generar malestar social pues cualquier sociedad precisa contar con algún horizonte plausible de su futuro para tranquilizarse, una idea de hacia dónde se está transitando, una luz en el horizonte grande. Esta perspectiva debería además estar enraizada en los escombros de un pasado violento al cual no se volverá y ojalá en los imprescindibles aprendizajes de los meses convulsos y dramáticos que vivieron y siguen experimentando muchos bolivianos y bolivianas.
Se intuye que el principal contenido de ese futuro es socioeconómico dado que la crisis ha desnudado brutalmente las falencias de nuestros sistemas sanitarios, educativos y de protección social, y porque las pérdidas de bienestar e ingresos han sido tan significativas y masivas que sería insensato pensar que se repararán naturalmente.
Es de estas cuestiones que como país deberíamos estar hablando y discutiendo con pasión: ¿cómo será la normalidad que pueda congregar los esfuerzos de toda la nación? ¿Qué debemos modificar en nuestra política social? ¿Cuáles serán los motores de la recuperación económica?
Hay que tener cuidado, los psicólogos sociales observan que mientras la gente está en medio de la crisis, tiende a concentrarse en lo inmediato, que es lo básico, casi de sobrevivencia, dejando pasar los elementos más estructurales. La complicación puede llegar después, cuando se piense y se pida sin postergaciones que la normalidad retorne, algo que ya se sabemos que no responderá a los esquemas anteriores a la pandemia. Los gobernantes y la clase política están ampliamente advertidos.