Litio y la gran transformación
Es loable la política de buscar mayor valor agregado en esa cadena y de estar presentes en todos sus eslabones.
El fin de la época de dominio de los motores de combustión interna se está acercando, desencadenando una de las mayores transformaciones industriales desde inicios del siglo XX. El horizonte es la masificación de los vehículos eléctricos. Bolivia tiene una oportunidad única de participar en ese proceso con el litio. Es un momento que exige gran audacia y practicidad.
En estos días, la Unión Europea ha anunciado sus nuevas metas de adaptación para lograr un 55% de reducción de sus emisiones de dióxido de carbono. Entre ellas resalta la decisión de prohibir la comercialización de vehículos con motores de combustión interna que usan gasolina y otros derivados del petróleo desde el 2035.
Esta decisión acelera un proceso que ya se intuía que era inevitable: la transformación de toda la industria de automóviles global para que produzca solo vehículos eléctricos. Este no es un tema menor considerando que este sector ha sido el motor de la revolución industrial del siglo XX. Se viene un periodo auténticamente revolucionario en este ámbito.
En la práctica, la expansión de los mercados para los motores eléctricos y sus componentes, uno de los cuales es el litio, será enorme. Basta decir que en la actualidad solo el 7,5% del mercado de automóviles mundial corresponde a vehículos eléctricos o híbridos. De hecho, gigantes como Renault y Fiat Chrysler se han puesto como objetivo que alrededor del 80% de sus ventas corresponda a ese tipo de vehículos en 2030.
La garantía de contar con los insumos para esa transformación industrial será uno de los grandes temas de la geopolítica y la economía de los próximos 20 años. Ya se ha repetido hasta el cansancio que Bolivia tiene una oportunidad única para participar en este proceso, ahora sí inminente, gracias a sus grandes reservas de litio en el suroccidente. La cuestión urgente es concretizar esa opción en inversiones, producción y exportación masificada de esos productos y la aparición de una nueva cadena industrial y logística que los viabilice.
Es loable la política de buscar mayor valor agregado en esa cadena y de estar presentes en todos sus eslabones, pero los tiempos apremian y ciertas decisiones y acciones deben asumirse en el corto plazo. Hay que entender que la dimensión del cambio es tan grande que las perspectivas geoestratégicas, tecnológicas y de mercados con las que se operaba han mutado radicalmente en estos años.
El país y su gobierno deberían asumir que esta apuesta requiere audacia y mucho pragmatismo. Eso precisa de una lectura más desapasionada de la relación con la gran inversión extranjera y una comprensión realista de las lógicas de estos nuevos mercados, en las que el país puede participar de múltiples maneras. En esto no se está jugando solo la urgente renovación del motor exportador de la nación y las divisas para la estabilidad, sino su inserción positiva en la que será quizás la mayor transformación tecnológica global de este siglo.