Sustituir a la OEA
El mensaje de López Obrador tiene que ver con un propósito integracionista de amplio alcance en la región.
En el marco de la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y en un discurso en ocasión de los 238 años del natalicio de Simón Bolívar, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, abogó por un nuevo horizonte de integración, empezando por la sustitución de la OEA. La propuesta fue respaldada por el presidente boliviano, Luis Arce.
El mensaje de López Obrador tiene que ver con un propósito integracionista de amplio alcance en la región: “construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, nuestra realidad y a nuestras identidades”. Claro que la propuesta no es solo de unidad latinoamericana, sino de interpelación al papel hegemónico e intervencionista de Estados Unidos durante los últimos dos siglos. “Digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos”.
En ese espíritu de integración, que encuentra en la CELAC un espejo promisorio, el presidente mexicano propuso de manera categórica que no debe descartarse la sustitución de la OEA. Es un cambio drástico. La OEA fue creada hace más de siete décadas, en 1948, con la suscripción de su Carta constitutiva. Su objetivo declarado por los Estados miembros es “lograr un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia”.
La propuesta de sustituir a la OEA por otro organismo regional plantea dos interrogantes. La primera es por qué es necesario tal desplazamiento. La segunda tiene que ver con cuál sería la naturaleza de la entidad que reemplace a la OEA. Es evidente que la posibilidad planteada por López Obrador responde al hecho de que, en esencia, en especial en el último tiempo, la Organización de los Estados Americanos sirve más a los intereses hegemónicos estadounidenses que a la integración en la región.
Con esa premisa, el nuevo organismo, en palabras del presidente de México, debiera ser “verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto en asuntos de derechos humanos y de democracia”. Un organismo —añadió poco después el presidente de Bolivia, Luis Arce— “que exprese los equilibrios regionales, respete la autodeterminación de los pueblos y no dé cabida a la hegemonía de un solo Estado”. La necesidad y el horizonte son inequívocos.
A reserva de la viabilidad de la propuesta de sustituir a la OEA, quizás hoy los Estados miembros, desde América Latina, debieran impulsar como primer paso un cambio de timón para devolver al organismo su espíritu original de convivencia. Para ello es imprescindible, lo menos, sustituir al actual secretario general, Luis Almagro, que desde su llegada en 2015 ha llevado a la deriva, de manera vergonzante, un modelo desde hace tiempo agotado, “que no tiene futuro, ni salida, (que) ya no beneficia a nadie”.