Relajamiento y pandemia
Todos estamos cansados y deseamos un poco de libertad y normalidad.
A veces parece que la sociedad y las autoridades no aprenden de las experiencias pasadas. Aunque el ritmo de contagios se ha reducido y la vacunación avanza, las nuevas variantes del COVID-19 se están expandiendo en gran parte del mundo. Por tanto, no estaría demás que se mantengan ciertas restricciones razonables y que se intensifiquen las medidas de prevención.
Se ha repetido hasta el cansancio que el aumento de contagios se registra en las estadísticas dos o tres semanas después de que el proceso ya se ha desencadenado en la realidad. En consecuencia, la prospectiva de riesgos de una cuarta ola se realiza viendo la dinámica de la enfermedad en los países vecinos y con un monitoreo focalizado de la aparición de variantes en el territorio nacional.
Basta abrir un periódico para percatarse de que algunas de esas variantes se están expandiendo en varias regiones de Europa, Asia y Estados Unidos. Sin ser alarmistas y solo refiriéndonos a lo que ya ha sucedido en las dos anteriores olas, el tiempo entre el crecimiento de los contagios en esos países y su llegada a Sudamérica ha sido de aproximadamente ocho semanas.
Parece que estas nuevas oleadas son muy contagiosas, pero menos mortales entre los vacunados, pero no dejan de representar riesgos, sobre todo, si además se han relajado las medidas de alejamiento social y cuidado sanitario. Los especialistas insisten en que el uso de la mascarilla, la limitación del aforo de lugares y actividades masivas y otras directrices siguen y seguirán siendo esenciales hasta que no haya una inmunidad de rebaño, la cual está lejos aún de nuestro alcance.
El problema es que ha bastado que las cifras de enfermos se reduzcan para que el transporte público se masifique, que los bares y restaurantes se llenen y hasta que se realicen entradas folklóricas, con el argumento de que se exigirá que los bailarines estén vacunados, lo cual es un absurdo porque la inmunización no evita contagiarse y sobre todo contagiar al otro. Lo llamativo es que estos excesos en el relajamiento de las medidas de prevención no mueven una pestaña a las autoridades gubernamentales, algunas incluso las promueven, ni menos aún en la sociedad civil.
Todos estamos cansados y deseamos un poco de libertad y normalidad, pero eso no debería hacernos olvidar que el peligro sigue ahí. Será demasiado tarde cuando reaccionemos, cuando las tasas de contagio suban y nadie sabe al final cuán dañinas serán las siguientes olas de la pandemia. Por tanto, deberíamos seguir manteniendo ciertas restricciones razonables, a las que incluso ya nos habíamos ido acostumbrando.
Cuando el drama llegue, cuidado que todos recurran nuevamente al fácil recurso de echarle la culpa a las autoridades, cuando la responsabilidad por el descuido no ha sido solo de ellas, sino también de todos nosotros. Por tanto, a seguir cuidándonos y a insistir en una política intensa de prevención.