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Acabar con la violencia

Ayer se recordó el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, fecha que convoca a las personas a pensar en ello y reconocer el profundo costo que tiene para toda la sociedad y no solo para las víctimas de las innumerables formas de maltrato que caen sobre ellas. Como todos los años, sobraron los discursos y manifestaciones, pero ¿cuánto cambia?

En primer lugar, cambia año tras año la cifra de casos denunciados ante la Fiscalía: si en 2020 se conoció de 25.554 denuncias de mujeres contra sus agresores por violencia familiar o doméstica (más del 99% de los casos), económica, patrimonial y laboral, en 2021, hasta mediados de noviembre, se habían presentado 32.904 denuncias, sobre los mismos tipos de violencia más acoso político y violencia política contra las mujeres.

Los feminicidios, sin duda la peor de todas las formas de violencia contra las mujeres, también se incrementan año a año: si en 2020 se lamentó la pérdida de 103 vidas a manos de varones asesinos de mujeres, en lo que va de 2021 ya se contabilizan 99 casos y falta ver qué sucederá en las últimas semanas del año, cuando junto con las fiestas se multiplican los casos de agresión hacia mujeres de todas las edades.

Irónicamente quedan fuera de la estadística del Ministerio Público los casos de violencia sexual contra las mujeres, especialmente adolescentes y niñas, que en un gran porcentaje se agravan con embarazos no deseados. El caso de una niña en Yapacaní, semanas atrás, concitó gran atención mediática y provocó encendidos debates entre quienes “defienden” la vida del ser en gestación y quienes defienden los más elementales derechos de esa niña violada sexualmente y luego mediáticamente. La suma de violencias que recaen sobre la víctima fue ostensible y desgarradora.

La Ley 348, Contra todo Tipo de Violencia hacia las Mujeres, promulgada hace más de ocho años, reconoce y tipifica 16 tipos de violencia contra ellas, y sin embargo los colectivos y organizaciones de defensa de los derechos de esta mitad de la población reclaman que no se cubren todas las posibles formas de agresión y, sobre todo, que la norma tiene deficiencias que pueden y deben ser enmendadas. La incapacidad del Estado para corregir y mejorar la norma debería ser considerada también una forma de violencia, evidentemente estructural.

Parece ocioso hacer recuento de las múltiples formas de violencia, la mayor parte de ellas naturalizadas y por tanto casi invisibles, y sin embargo es un ejercicio que debe hacerse en los medios y en cuanto espacio haya para la conversación y el debate. Es evidente que guardar silencio o mirar a otro lado cuando ocurren estos casos solo abona a perpetuar la violencia patriarcal. El Estado tiene grandes obligaciones al respecto, pero la sociedad en pleno debe exigir un nuevo contrato entre hombres y mujeres, en el que la igualdad sea el horizonte común y la violencia sea rechazada por todas y todos.