El efecto carnet
La luz al final de este túnel pandémico es la baja tasa de letalidad, que es un resultado benéfico precisamente de las vacunas.
Los decretos que implementan el carnet de vacunación contra el COVID-19 como documento oficial y establecen su presentación para acceder a lugares públicos y privados generaron diferentes efectos. El más importante es la masiva concurrencia a los centros de vacunación. El efecto no deseado tiene que ver con interminables filas en medio de la agresiva cuarta ola de la pandemia.
El decreto 4061 definió que desde el pasado 1 de enero un requisito para el acceso a instituciones públicas, financieras, religiosas, comerciales, de entretenimiento, educativas y de transporte interdepartamental es portar el carnet de vacunación contra el COVID-19. De manera alternativa se puede presentar una prueba PCR negativa emitida hasta 48 horas antes. Esta drástica medida se aplicó apenas durante cinco días y, luego de un paréntesis, volverá a entrar en vigencia desde el 26 de enero.
A reserva del debate sobre la decisión gubernamental de postergar la exigencia del requisito del carnet contra el coronavirus, el hecho cierto es que un efecto inmediato fue que miles de personas, que por distintas razones no se habían vacunado, corrieran a los centros de vacunación en todos los departamentos del país. Lo hicieron no con la convicción de que están protegiendo su propia salud y el bienestar colectivo, sino por la necesidad de hacer trámites, en especial en entidades públicas y en los bancos.
La buena noticia entonces es que en los últimos tres días tuvimos un promedio cercano a 140.000 dosis diarias de vacunas administradas en el país. Ello contribuye a mejorar el porcentaje de vacunación, que es todavía bajo (solo 40% de personas completamente vacunadas, 50% con una sola dosis). Claro que, como en todos los países, todavía hay resistencias de algunos grupos antivacunas que, en lugar de plantear argumentos, alegan información falsa, credos insostenibles, desconfianza.
El efecto no deseado, ciertamente deplorable, es que esta gran afluencia de personas a los centros de vacunación, antes vacíos, está provocando filas interminables y ha rebasado las actuales capacidades y condiciones para atender la demanda. Así, durante muchas horas, personas que tuvieron ocho meses para vacunarse y no lo hicieron (“no me dio la gana”, dijo una brava señora) se mezclan con niños desde los cinco años para quienes recién se habilitó la vacunación. Debiera haber un trato diferenciado.
Ello ocurre en medio de la anunciada cuarta ola del coronavirus, que ha superado todos los récords de contagios (con centro en Santa Cruz) y amenaza nuevamente con el colapso del sistema público de salud. La luz al final de este túnel pandémico, que con sus nuevas variantes no parece tener fin, es la baja tasa de letalidad, que es un resultado benéfico precisamente de las vacunas. Queda todavía un largo trecho en este esfuerzo colectivo. Y en ello cuenta a favor la exigencia del carnet de vacunación.