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Carnavaleros

Cuando todavía el país transita por esta cuarta ola de contagios, particularmente contagiosa aunque menos mortífera, se aceleran los preparativos para las fiestas carnavaleras. Entendiendo su importancia cultural y económica, no está demás preguntarse si es oportuno apresurarse en esas decisiones cuando el problema sanitario parece lejos de haberse resuelto.

Hace unas semanas, el anuncio de la organización de comparsas carnavaleras de Santa Cruz de reiniciar actividades previas a la fiesta despertó extrañeza y rechazo de parte de autoridades y muchos sectores. Se producía cuando ese departamento se encontraba aún en el pico más fuerte de contagios de COVID-19 y todos se movilizaban para hacer frente a la enfermedad. Fue una declaración apresurada y polémica que no fue una anécdota del momento ya que el Carnaval se celebra a lo largo y ancho del país.

En esta semana, las instituciones representativas de Oruro anunciaron formalmente la realización del Carnaval 2022. El argumento es similar: se consideraron los riesgos y se tomarán todas las previsiones de protección, sin ser demasiado precisos al respecto, de manera que la fiesta pueda llevarse a cabo.

En un momento en que el país sigue con alrededor de 7.000 casos positivos diarios, hay evidencias de que el crecimiento acelerado del contagio se ha detenido, estamos en una meseta, pero nadie nos asegura cuánto tardará la desescalada a niveles anteriores a la cuarta ola, ni sabemos con certeza cuánto riesgo existe de que la cepa Ómicron provoque otra emergencia. Hay dudas razonables que no pueden eludirse.

El Ministro de Salud ha recordado a todos los actores cabalmente estos criterios: la cuarta ola no ha pasado, no podemos descuidarnos en las medidas de prevención. Sin embargo, la reacción fue hasta hoy tímida. El escenario en el poder central tampoco es claro, ya que la Ministra de Culturas parece adherirse a la decisión, pero insistiendo también que ésta es competencia directa de las autoridades locales. Habrá que recordar a todos que la salud pública es una responsabilidad compartida.

Se sabe que las nuevas variantes del COVID-19 son mucho más contagiosas y que las vacunas protegen muy bien de sus complicaciones pero en ningún caso evitan el contagio. Por tanto, hay dudas razonables sobre si es suficiente exigir carnet de vacunación a los danzarines. ¿Qué pasa con las decenas de miles de espectadores, tradicionalmente hacinados en grandes graderías? ¿Se prohibirá el consumo de bebidas alcohólicas que promueven desorden y aglomeraciones? ¿Los bailarines entrarán con barbijo y con una distancia mínima? ¿Cuántos bailarines? ¿Cuántos espectadores? Sobran las interrogantes y escasean las respuestas.

Se espera dedicación al tema y seriedad en las autoridades tanto nacionales como locales que toman decisiones que luego podrían afectar la salud de miles de personas. Por ahora todo indica que la fiesta no puede esperar más.