Índices de democracia
Bolivia ocupa el lugar 98 de 167 países y está situado en el grupo de “regímenes híbridos”.
Acaba de difundirse el Índice de Democracia 2021 elaborado por la prestigiosa revista The Economist. El informe tiene la virtud de aportar importantes variables de análisis y datos comparados, ciertamente discutibles, acerca de las democracias en el mundo. Como todo índice, el de la democracia es objeto de interpretaciones y, por tanto, genera polémica. Así ocurre ahora mismo en el país.
Desde el año 2006, The Economist produce un informe anual sobre la situación de las democracias. Este año alcanza a 167 países. El índice de democracia “mide” cinco variables: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles. En cada caso asigna un puntaje del 1 al 10. A mayor puntaje, mayor democracia. Así, los países son clasificados en cuatro categorías: democracias plenas, democracias deficientes, regímenes híbridos y regímenes autoritarios.
A reserva del debate sobre los criterios y fuentes para “calificar” una democracia en comparación con otra, resulta interesante contar con un mapa global y por regiones acerca de la calidad de las democracias. Más aún si hay datos sucesivos. En todo caso, una discusión de fondo tiene que ver con cuál es el “modelo de democracia” que está detrás, o en el núcleo, del índice. Como sea, llama la atención que solo el 12,6% de países (que albergan el 6,4% de la población mundial) sean democracias plenas.
Según el informe, Bolivia ocupa el lugar 98 de 167 países y está situado en el grupo de “regímenes híbridos”, junto a otros 33 casos (entre ellos, en la región, Paraguay, El Salvador, Ecuador, México, Honduras y Guatemala). Su mejor puntaje es en participación política (6,1) y el peor en cultura política (2,5). Resulta paradójico que este año haya tenido menor calificación en procesos electorales que en el índice del año pasado, que “midió” los fallidos comicios 2019. Hay otros datos curiosos y discutibles.
Como es común, la difusión del índice generó diferentes lecturas, posicionamientos y, en el país, alardeó de debate. Mientras algunos opositores ven crisis y “debilitamiento extremo” de la democracia, desde el oficialismo se habla más bien de ampliación de la democracia, más allá de los partidos políticos y de la sola representación. Es de alta necesidad, en todo caso, impulsar espacios plurales de deliberación pública sobre la salud y rumbo de nuestra democracia, que este año cumple 40 años.
Sería interesante, por ejemplo, “medir” el impacto que las masacres provocan en la democracia, como la de 2003 en el gobierno de Goni- Mesa o las de 2019 en el régimen de Áñez. Podría verse también cuánto afecta a la calidad democrática el hecho de que candidatos derrotados en las elecciones recurran al fácil recurso de “cantar fraude”, sin aportar ninguna evidencia. Y deben analizarse cuestiones como la debilidad de los partidos y la falta de renovación de liderazgos. El índice da para mucho.