Icono del sitio La Razón

Cuidados en Carnaval

Luego de un hiato de un año, producido por la necesidad de proteger la salud pública en medio de una interminable, hasta ahora, pandemia global por el COVID-19, el Carnaval ha vuelto a las calles bolivianas, y es probable que muy pocas personas logren resistir su influjo. En absoluto es reprochable la vocación humana de festejar, pero sigue siendo imperioso hacerlo con cuidado.

 En primer lugar cuidado, como se observó durante las primeras horas de la entrada folklórica de Oruro, cuando el público de graderías y balcones todavía observaba el espectáculo con barbijos bien puestos sobre el rostro, o como se observó en las calles, donde había gente rociando alguna solución desinfectante para evitar los aerosoles plagados del invisible virus. Luego, como era previsible, las precauciones se relajaron y los comportamientos volvieron a ser los habituales en una fiesta dedicada al exceso.

Lo ocurrido en Oruro se repitió en Santa Cruz de la Sierra, donde el corso volvió a recorrer el Cambódromo ante la mirada de un nutrido público que al principio observaba las medidas de bioseguridad, incluyendo la presentación obligatoria del carnet de vacunación y hasta pruebas rápidas de antígeno nasal, pero que bien entrada la noche se relajó y dejó de observar las medidas precautorias.

En segundo lugar, cuidado porque los excesos que se supone que están permitidos durante los días de jolgorio tienden a desembocar en diversas manifestaciones de violencia. Particularmente intolerable tiene que ser la que se vuelca en contra de mujeres, niñas y niños, casi siempre motivada por la ingesta de alcohol, que no debe ser visto como la causa, sino simplemente como el vehículo que desinhibe a personas agresivas y propensas a dañar a quienes considera más débiles.

No son solo las autoridades, Policía y Fiscalía las llamadas a contener y evitar los hechos de violencia, sino la sociedad entera. Allí donde haya exceso y síntomas de violencia, corresponde a todos y todas ponerle un alto, separar del grupo a los agresivos y, fundamentalmente, ofrecer protección a las posibles víctimas. Mirar de lejos y no involucrarse es también una forma de complicidad.

Finalmente, cuidado con el cuerpo, propio y ajeno, en el ejercicio de la sexualidad, habitualmente visto como inevitable en una fiesta que supuestamente adquiere su nombre de la expresión latina “carni vale”. El sexo sin consentimiento es un delito y así debe ser considerado por quienes se creen habilitados para abusar, lo mismo que quienes son llamados a investigar y sancionar comportamientos ilícitos.

El Carnaval tiene la virtud de modificar actitudes y comportamientos siquiera durante unos pocos días, recordándonos lo importante que es para cualquier cultura la fiesta y el jolgorio, ámbito donde se transgrede la normalidad, a menudo con la mediación del alcohol, haciendo luego tolerables las cargas de la cotidianidad, pero eso no significa que todo sea aceptable o siquiera correcto. El cuidado con uno mismo y con los demás debe ser imprescindible.