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Respeto hacia los ciudadanos

Las instituciones se construyen todos los días. Se construyen no únicamente a través de sus resultados, lo hacen también en los comportamientos de quienes forman parte de ellas. Por esta razón, es deplorable que vayamos acostumbrándonos a que la política y sus instituciones se vuelvan un lugar de peleas y espectáculos bochornosos. La democracia se degrada, todos perdemos.

La lamentable trifulca entre algunos asambleístas en la sesión de aprobación del reglamento para la elección del Defensor del Pueblo se suma a una seguidilla de situaciones insólitas y caóticas que han sucedido últimamente en actos y sesiones de la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Así se trate de un evento aislado, sería igualmente censurable. Lo más inquietante de estos escenarios es que no es la primera vez que se registra ante medios masivos de comunicación; se trata de una nueva demostración de la falta de serenidad y de la falta de respeto por una institución central de nuestro sistema democrático por parte de las mismas personas que la encarnan. Se espera que su trabajo cotidiano esté orientado a dignificar esta instancia de debate y de acuerdos.

En verdad no interesa quién agredió primero, el dato es intrascendente. Lo que cuenta realmente es la manera y la velocidad con las que estas actitudes están degradando la imagen de la Asamblea Legislativa y dañando severamente la credibilidad de todas y todos los representantes plurinacionales: unos por ser protagonistas de tan tristes espectáculos y el resto por tolerarlo y no hacer nada o hacer poco para que estas situaciones no se repitan más.

El recurso más fácil para justificar esos excesos es asociarlos a la férrea defensa de la democracia o de algún supremo valor, supuestamente vulnerados por los que piensan diferente a uno mismo. Extraño argumento si se piensa que escuchar al otro y renunciar a la violencia son de los principios más básicos de la cultura cívica democrática. Por otra parte, de ser así la situación, con qué moral esas autoridades podrán pedir al ciudadano común y corriente respeto por las instituciones, cuidado de lo público, diálogo o una quimérica ética republicana.

La política parecería reducirse para muchos a una suerte de permanente espectáculo o demostración para quedar bien con las franjas más radicales de sus partidos. Mostrar quién es el más fuerte y el que o la que más grita se confunde con tener consecuencia con ideas y valores. Al final, termina siendo un exhibicionismo para obtener dos minutos de fama en la televisión o en Tik- Tok. En resumen, son pésimas señales para la democracia y el deseo de la mayoría de vivir en un mejor país. Un cambio de comportamiento es urgente.