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Todos manchados

Es deplorable que una problemática tan delicada como la supuesta infiltración del narcotráfico en la política acabe siendo utilizada únicamente para generar escándalos mediáticos o para manchar al adversario. No se trata de ocultar indicios o denuncias, sino de que éstas sean tratadas con seriedad, mediante canales institucionales y con la prudencia que requiere ese tipo de investigaciones.

En los medios circula una serie de notas, fotos y videos sobre supuestas relaciones entre políticos de todos los partidos con personajes que, según denuncias, estarían vinculados con el narcotráfico. Las acusaciones y sindicaciones son lanzadas con una ligereza y falta de seriedad que aturde. Al parecer, hay más apuro por generar escándalos mediáticos y políticos que dañen al adversario que voluntad de verificar, con básico rigor, los elementos que sustenten una denuncia o recurrir a la autoridad o institución correspondiente para iniciar una investigación.

Los casos que vemos surgir en nuestras pantallas son tan desordenados o irresponsables que fuimos testigos de cómo a un apresurado denunciante de Creemos le salió el tiro por la culata: por intentar dañar a un adversario de UCS con una foto “comprometida” que lo retrataba junto a una persona supuestamente ligada al narcotráfico, acabó abriendo una caja de Pandora que contenía otras instantáneas del mismo acusado por narcotráfico con líderes del propio partido del atolondrado Torquemada. La situación podría ser hasta cómica si no fuera que con estos casos la credibilidad y confianza de la política se sigue erosionando hasta niveles insostenibles.

De manera similar, resulta inquietante que las controversias internas del oficialismo deriven en acusaciones en varias direcciones con el acompañamiento de procesos judiciales de diverso calibre. Más allá de la veracidad de las denuncias, que las autoridades competentes tendrán que dilucidar, miramos con poca sorpresa ya las muestras de la preocupante degradación del ambiente interno en esta fuerza política que debería convocar a una reflexión y autocrítica a todos su líderes y militantes.

En suma, las acusaciones vuelan de un lado al otro, sin que existan mínimas verificaciones y menos aún investigaciones serias que confirmen las suposiciones, las conjeturas y las manipulaciones políticas. Estos insumos, eso sí, abonan los espectáculos mediáticos y la confusión y desinformación de las redes sociales. Por si esto fuera poco, tampoco abunda la mesura cuando se comenta o se analiza sobre estos casos y sus implicaciones: no solo se acusa y se adjetiva cuando se trata del bando político adversario, cuando no se establecen responsabilidades sin conocimiento o se juzga y se define sanciones con gran ligereza.

La confusión y el desorden son tan evidentes en este momento que lo más probable es que la ciudadanía únicamente se quede con amarga sensación de que toda la clase política está cada vez más desconectada de los problemas reales de la sociedad. En momentos como éstos toman cuerpo las ideas de que, de manera generalizada, los políticos son corruptos y no tienen escrúpulos. Percepciones muy dañinas para la salud de nuestra democracia.