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Nochebuena

Anoche, parte de la humanidad celebró en templos y en hogares el recuerdo del Nacimiento, hace poco más de dos milenios, del Mesías anunciado por las profecías judías y convertido en símbolo y emblema de la fe que domina Occidente. En fechas como ésta, cuando disminuye la velocidad de la política, pero incrementa la del comercio, vale la pena recordar los valores de esa fe.

A lo largo de los muchos siglos transcurridos desde la fecha señalada como el nacimiento de Cristo, en su nombre se han producido toda clase de hechos heroicos, comenzando por resistir la persecución del imperio romano para terminar transformándolo y con él casi toda Europa, hasta los actos de sacerdotes comprometidos con la Teología de la Liberación a fines del siglo XX, perseguidos ellos mismos por su Iglesia.

Pero también en su nombre se han cometido las peores atrocidades, incluyendo cruentas guerras, torturas masivas y la invisibilización de la mitad de la humanidad por designios atribuidos al “Padre” y que hasta hoy recortan derechos de las mujeres, en casi todas las sociedades, en casi todas las clases sociales, y reciben entusiasta apoyo de quienes se llenan la boca con palabras como paz y amor, respeto a la vida, pero no saben darlos.

En todo caso, la Natividad es en el calendario cristiano el momento de más grande esperanza y alegría, y desde esos sentimientos es deseable que las personas, sean o no religiosas, recojan el espíritu del momento y asuman que solidaridad, cooperación y generosidad son valores que no quitan nada a quien los da y suman mucho a quien los recibe, cuánto más si de verdad se cree que aquel cuyo nacimiento se recuerda esta noche llegó al mundo para salvar a la humanidad, hoy nuevamente necesitada de salvación.

Navidad debería ser el tiempo en que quienes una y otra vez piden a la divinidad que perdone sus ofensas también trabajen el perdón, pidiéndoselo a quienes fueron ofendidos y ofendidas, y más importante aún: que dejen las prácticas ofensivas, comenzando por aquellas que separan, discriminan y denigran. No hay democracia verdadera allí donde por una u otra causa se cultiva el odio al que piensa diferente, al que luce diferente.

Hoy, mañana, los siguientes días, el espacio público se llenará de buenos deseos, el espíritu de la Navidad se apoderará del humor de las personas (al menos de aquellas que pueden disfrutar del estándar de consumo que la época impone), pero sería bueno que dure más allá de la temporada festiva y sea comportamiento cotidiano el resto del año.

La Navidad llena de esperanza a propios y extraños, ojalá que este sentimiento dé paso a uno mayor: el de la empatía con quienes han sido despojados, discriminados, quienes siguen esperando no un mundo mejor, apenas una mejor vida para sí y los suyos, un conjunto de derechos que les son cotidianamente negados en nombre de los privilegios que unos pocos ostentan.