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La generación de la democracia

La ciencia ha definido y reconocido universalmente para los estudios sociales y otras ciencias que 29,7 años es un ciclo de una generación. Es decir, que si nos ponemos exquisitos, este junio se cumplen esos 29,7 años continuos de democracia en nuestro país (en octubre de 2012 serán 30 años) y será siempre saludable recordar a aquéllos que lucharon por recuperarla y que existe hoy una generación que está dirigiendo al país que nada tiene que ver con esas luchas simplemente porque cuando éstas se dieron o eran menores de edad o no tenían el conocimiento suficiente para entender lo que valía la democracia y cuánto costó recuperarla.

Atrás ha quedado el periodo liberal, ése de Pando, Montes y Saavedra, hasta hace poco el periodo más largo de democracia en nuestra historia y hoy, con estos casi 30 años, es necesario un balance que nos permita encontrar en nuestro pasado las lecciones que tuvimos que aprender y los costos que tuvimos que pagar para llegar a esta instancia.

Si bien la Revolución Nacional de abril de 1952 es una fecha histórica, es un hito que se rompió en noviembre de 1964 y que, salvo pequeños interregnos, nos muestra un país caótico gobernado por militares hasta que en ese octubre de 1982 Hernán Siles Zuazo se ciñó la banda presidencial y recibió la medalla del Libertador.

Desde aquel momento hasta hace poco los mismos nombres se han repetido en el espectro político nacional una y otra vez. El nombrado Siles Zuazo, Paz Estenssoro, Paz Zamora, Hugo Banzer Suárez, Sánchez de Lozada y, por ahí, de vez en cuando y esporádicamente, los Palenque y los Fernández. Los demás apellidos eran importantes, pero en un segundo plano. Es obvio, no todos estos nombres están identificados con la democracia y su lucha por recuperarla; recuérdese sino el de Banzer, cuyo apellido está más asociado al de las dictaduras y al autoritarismo que a la democracia, aun y cuando ganó dos elecciones y fue presidente constitucional de Bolivia.

Pero el tiempo ha pasado y a partir de Jorge Quiroga en la presidencia fueron otros los apellidos que se manejaron en el espectro político nacional. Mesa, Rodríguez Veltzé y ahora Morales Ayma no son sólo los apellidos, son edades diferentes de los viejos líderes y por ahí otro concepto.

Es seguramente por eso que gente bastante joven y sin mucho conocimiento de lo que eran los gobiernos totalitarios son muy ligeros al asegurar que “esto no pasaba ni en las peores dictaduras”, aunque hay también razones para pensar en que la nueva podría también llamarse la generación del desencanto, es decir, la de jóvenes molestos y decepcionados del sistema y de los resultados de la democracia boliviana. Seguramente no es apatía ni desinterés ciudadano. Por ahí son demócratas convencidos pero que han dejado de confiar en las instituciones del sistema político y en sus representantes. Es decir, son jóvenes que crecieron en democracia, creen en la democracia, pero no están muy convencidos del funcionamiento de la democracia boliviana.

La actitud de los jóvenes de esta generación posiblemente esté vinculada con el entorno que el país les ofrece: falta de espacios para expresarse, falta de empleo, de educación y salud y sin mayor visión que un panorama incierto. Paradójicamente es un grupo, muy grande, dicho sea de paso, que cree en la democracia.

A pesar de ello, es bueno recordar de vez en cuando que la historia de Bolivia está salpicada de sangre de gente que, como ellos, fue también en su momento parte de una generación que halló los mismos problemas que hoy se encuentran, con la diferencia de que no existía en muchísimos momentos de esa historia la posibilidad ni siquiera de expresar una protesta por esa situación. Es una generación, sin embargo, que conoció otras cosas: el liberalismo, el afán de pocos por obtener todo, Fukuyama y su intento de matar la historia. Esta generación tiene también dentro de sí sectores que mataron la ética y la cambiaron por la estética, con la que los medios de comunicación, y especialmente la televisión, se dedicaron a la tarea de decirnos que el éxito está a la vuelta de la esquina si tomas cerveza, fumas o usas tal o cual perfume. Es una generación, sobre todo en las ciudades, realizada con un celular que tenga todo, pero sobre todo juegos, y que protesta contra los políticos, a quienes culpa de todos sus males y se pasa criticando los sueldos de los políticos.

No hay duda de que, como todo, la democracia tiene un costo económico. Quien piense que la elección del presidente y parlamentarios, y ahora jueces, es cara, que pruebe vivir en una dictadura; allí conocerá el verdadero precio que se paga por la libertad y el acceso a los derechos, y es aquí donde se define la democracia no en la comparación de los sueldos de los políticos.

Y hay otro costo: hoy que nos hemos olvidado de gente que murió en las mazmorras o que apenas sobrevivió a terribles dictaduras debemos recordar a los jóvenes que la democracia no es la construcción de una sola generación. Es y será también la responsabilidad de ésta, la actual, que tiene para sí la tarea de profundizarla, de cuidarla y de hacerla más participativa. En sus manos está ser la generación de la democracia o la generación de los idiotas.