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Amazonía y poder despótico patrimonial

Desmontando la dominación

/ 15 de julio de 2012 / 04:01

Vista geográficamente, la tercera parte de Bolivia es amazónica, y es con mucho la región más aislada del país. Una parte de nuestra amazonía se la perdió en guerras frente al Brasil, 187.830 km2  en 1903, y con el Perú 250.000 km2 en 1909. En la amazonía viven el mayor número de naciones indígenas de Bolivia, aunque con una baja densidad demográfica. Si tomamos el último Censo de Población y Vivienda, menos del 4% del total de la población indígena boliviana vive en tierras bajas y en especial en la amazonía.

Herederas de grandes culturas hidráulicas, las naciones indígenas de la amazonía fueron objeto de una intensa persecución y extinción por parte de la dominación colonial española y luego republicana. Una parte de la población fue objeto de las reducciones jesuíticas, y hoy viven dispersas en la extensa geografía amazónica.

El Estado patrimonial: tierras y poder familiar. Si bien el nomadismo ha permitido la preservación de sistemas de producción y autoridad autónomos, no ha podido impedir la consolidación del poder territorial de hacendados, ganaderos y empresas privadas extractivistas que a lo largo de los años se ha ido asentando en la amazonía como poder real de la región. De esta manera, a través de la tenencia de ganado, la extracción de la goma, la quina, ahora la castaña, la piel de lagarto o la sola posesión de tierras, latifundistas y empresarios han consolidado en los últimos 150 años una estructura de poder territorial señorial y patrimonial sobre todos los habitantes urbanos o rurales de la región.

En la amazonía, hasta hace poco, el patrón o hacendado era dueño de todo lo que se movía alrededor de su vista. Mediante la violencia de grupos de choque hacendal ha ocupado tierras e impuesto su ley sobre peones, indígenas y campesinos pobres de los alrededores. En la medida en que el poder se ha estructurado en torno a la tierra y su ocupación violenta, una lógica patronal conservadora es la que impera en la región amazónica. Y en la medida en que hacendados, madereros, terratenientes e intermediarios articularon un pacto con los gobernantes para ejercer ellos, a través de sus redes familiares y locales, la poca presencia estatal en la zona, entonces  tierras, recursos estatales e impunidad han devenido en medios de la patrimonializacion del Estado en la región amazónica. De esta manera, el Estado se presentaba como una extensión de las influencias familiares de una pequeña elite hacendal, ganadera y maderera, a la vez que esta misma elite legitimaba e imponía con la propia violencia estatal su propiedad patronal sobre la población.

Este poder hacendal-patrimonial de la amazonía ha sido la forma de dominación regional más conservadora y reaccionaria que existe en todo el país. En cierta forma, en la figura del señor de la tierra se encerraba la personificación de los poderes más despóticos existentes; no sólo era el dueño de la tierra, era también el contratante de trabajadores, el comprador de madera de bosque, el proveedor de bienes de mercado a las poblaciones alejadas, el influyente político que monopolizaba familiarmente los cargos públicos y, por tanto, el proveedor de tierras fiscales, de favores públicos frente a una población desprovista de todo: de tierras, de propiedad, de autoridad pública y de Estado.

Por ello, no es raro que el señor de la tierra sea también el eje de la ritualidad popular local; para celebrar fiestas, para casarse o hacer estudiar a los hijos. Toda la trama de poder estatal patrimonial convergía en la figura del hacendado y su mando omnipresente. Y si bien la dispersa organización indígena mantuvo su autonomía local a nivel de corregimientos, cabildos, centrales y subcentrales, no logró convertirse en fuerza dirigente a nivel local o regional, ni mucho menos disputar la autoridad y mando a la estructura hacendal-patrimonial.

De hecho, ante el constante avasallamiento hacendal-empresarial, las comunidades indígenas, para poder preservar parte de la ocupación territorial, tuvieron que acoplarse de manera subordinada y vertical a la estructura de poder patrimonial dominante, al igual que las otras clases populares. De ahí que el propio discurso de legitimación e identificación regional haya sido, hasta hace poco, el que se emitía desde el núcleo de poder patronal regional.

Una modificación parcial de esta situación de dominación despótica hacendal la han producido las organizaciones no gubernamentales (ONG) desde los años 80, y lograron  crear una relación clientelar con la dirigencia indígena, aunque promoviendo niveles de organización interregional, como las regionales indígenas o la propia Confederación de Indígenas de Bolivia (Cidob). En la medida que estos niveles de organización funcionan exclusivamente con financiamiento externo de ONG, que solventan los salarios de los dirigentes, tienden a perder contacto con las bases indígenas amazónicas, y, en realidad, en parte son ONG que reproducen mecanismos de cooptación clientelar y subordinación ideológica y política hacia las agencias de financiamiento, la mayoría de ellas europeas y estadounidenses, como Usaid. En la medida en que algunas ONG han sido el vehículo de la introducción de un tipo de ambientalismo colonial que relega a los pueblos indígenas al papel de cuidadores del bosque amazónico, considerado propiedad extraterritorial de gobiernos y empresas extranjeras, esas ONG han ido creando de facto una nueva relación de privatización y extranjerización de las tierras comunitarias (TCO), en las que el mismo Estado ha perdido tuición y control. De esta forma, ya sea por medio de la dominación fuerte del despotismo hacendal, o por la dominación suave de las ONG, las naciones indígenas amazónicas, económicamente, no tienen el control soberano sobre sus territorios ni una plena independencia política.

En la amazonía no son los pueblos indígenas los que tienen el poder territorial, como sucedió desde años atrás en zonas de tierras altas y valles, en los que los sindicatos agrarios y comunidades desempeñaron el papel de micro-estados indígenas con presencia territorial, y en realidad han sido la base material previa de la construcción del actual Estado Plurinacional. En la amazonía, las cosas han transcurrido de manera muy distinta. El orden despótico hacendal es predominante y ni las organizaciones indígenas, ni las campesinas ni las organizaciones obreras de reciente creación, lograron crear un contrapoder organizativo ni discursivo que resquebraje este sistema hacendal-patrimonial.

Del Estado patrimonial al Estado plurinacional. El punto de quiebre de este ultra-conservador sistema de poder regional amazónico ha venido desde el año 2006. Al ser desplazadas las antiguas clases dominantes del control estatal nacional por los movimientos sociales indígena-campesino populares, el sistema patrimonial sufrió una herida de muerte. Se rompió la alianza entre tenencia hacendal de la tierra y poder político, base material del despotismo patrimonial amazónico, creándose una suerte de “dualidad de poderes” regional: por una parte las clases hacendal-empresarial, por otra la nueva estructura gubernamental con poder de decisión sobre recursos económicos y tierras.

Desde entonces una creciente pugna y lucha social se ha desatado en todas las tierras bajas. El Estado revolucionario ha detenido la otorgación de tierras a las clases hacendales. Ha revertido tierras a latifundistas y una buena parte las ha entregado en propiedad a las comunidades y naciones indígenas. Si entre 1996 hasta el 2005 se entregaron cuatro millones de hectáreas a los pueblos indígenas de tierras bajas, entre 2006 y 2011 se entregó 7,8 millones de hectáreas, trastocando radicalmente la estructura de propiedad de la región amazónica. Sin embargo, esta modificación de las relaciones de propiedad sobre la tierra no ha sido suficiente para desmontar el poder despótico hacendal. En la medida en que los pueblos indígenas no han incursionado en  procesos de transformación de la materia prima que existe en los nuevos y grandes territorios indígenas, entonces la madera, los lagartos, la castaña o los productos de pesca siguen siendo comprados por los madereros o empresarios-hacendados a precios irrisorios y bajo las mismas modalidades de “enganche” o “adeudo” que renuevan la dependencia económica y social tradicional. Lo mismo pasa con la provisión creciente de otros medios de existencia (azúcar, sal, harina, vestimenta, herramientas de acero, gasolina, etc.), que los provee el enganchador, el hacendado, el empresario o el comerciante que al tener el monopolio del traslado de esos productos los entrega a los indígenas a cinco o diez veces por encima del precio de mercado.

En corto tiempo, gran parte de las millones de hectáreas de TCO están quedando nuevamente articuladas a los mecanismos de dominación señorial y patronal de empresarios-hacendados que utilizan a dirigentes como intermediarios de la depredación y la dependencia económica de las comunidades.

Las denuncias sobre la participación en negociados de madera dentro y fuera del TIPNIS por parte de los actuales dirigentes de la marcha indígena son apenas la punta de un iceberg de colusión de una parte de la dirigencia indígena con los restos del poder hacendal-empresarial amazónico.  

De ahí que el Gobierno revolucionario, a la par de la modificación de la estructura de tenencia de tierra que disocia la rutina de la hacienda de la acción del Estado, ha impulsado que las instituciones estatales de Gobierno actúen autónomamente respecto del bloque dominante regional, facilitando recursos a los municipios, créditos a los campesinos, fondos de inversión productiva para los pueblos indígenas, empresas de acopio que regulan los precios anteriormente monopolizados por los patrones locales, entrega de medios de transporte fluvial para pueblos ribereños, construcción de caminos públicos (anteriormente de propiedad de hacendados), etc. En la medida que el Estado, en estos cinco años, ha triplicado sus gastos de inversión y gasto social, su presencia es ahora bajo la forma de derechos y redistribución de la riqueza allí donde antes lo poco que el pueblo recibía era gracias a la “dádiva” del patrón-político, la iglesia o la ONG.

El Estado se ha autonomizado de las clases patronales y ello ha iniciado un proceso de derrumbe del viejo orden patronal conservador de la amazonía. Una intensa lucha de clases ha comenzado a desplegarse reconfigurando el nuevo ordenamiento regional de poder. La presencia de un Estado desprendido de las clases propietarias de la tierra, materializado como derechos sociales y en función redistributiva de la expansiva riqueza común ha dado un golpe de muerte a la estructura hacendal-patrimonial amazónica. En cierta medida se puede hablar que desde el año 2006, con el gobierno de los movimientos sociales y el presidente Evo, en la amazonía se ha dado una especie de revolución democrática desde arriba, desde el Estado, que está destrabando el despliegue de las energías vitales de los pueblos y clases sociales populares de una región caracterizada hasta hace poco por ser la más conservadora del país.

Como en todo proceso revolucionario, el Estado no sólo condensa la nueva correlación de fuerzas político-económica de la sociedad emergente de las luchas sociales exitosas, sino que además, como esta sucediendo en la amazonía, deviene en sujeto material y cultural que ayuda a promover movilizaciones sociales que transformen las estructuras de dominación aún presentes en determinadas regiones y esferas de la sociedad.

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FMI y el proteccionismo económico

La institucionalidad que otrora abrazó a pie juntillas el canon neoliberal ahora da marcha atrás y se adapta a los nuevos nacionalismos y regionalismos en el mundo.

El expresidente Álvaro García Linera en Piedra, Papel y Tinta.

/ 21 de julio de 2024 / 06:14

Dibujo Libre

No dejan de sorprender las piruetas ideológicas que está ensayando el Fondo Monetario Internacional (FMI). Acostumbrada a pontificar durante décadas sobre unas leyes de mercado escritas incorruptiblemente en roca, hoy, con una dosis de cinismo y asombrosa flexibilidad teórica, coquetea con planteamientos anteriormente excomulgados del léxico económico mainstream.

Déficit fiscal cero, contracción del gasto público, reducción del endeudamiento, supresión de subvenciones, apertura comercial, privatizaciones de empresas públicas y desregulación del mercado laboral eran unos preceptos “universales” distribuidos bajo el formato copy-paste a cuanto país del mundo solicite crédito externo. Podía ser Bolivia, Ecuador, Rusia, Polonia, Nigeria, Chile, Grecia o cualquier otra nación en apuros, había un único camino para abrazar la prosperidad occidental. Para problemas e historias distintas, se tenía el mismo inevitable y sagrado destino: el libre mercado que premiaría a los triunfadores y entregaría a la caridad a los perdedores.

Hoy, en tanto haya algunas elites políticas y empresariales sobreviviente de esos jurásicos tiempos liberales, el recetario será el mismo. Pero los del FMI no son tontos. Saben que ese anacronismo solo es apetecible para algunos fósiles extraviados en África o Latinoamérica. Comprenden que, en el resto del mundo, especialmente en los países que son miembros de las “economías avanzadas”, el viejo vademécum de mercado ni funciona ni seduce a millones y millones de votantes enojados con la desigualdad y la humillación de ser los perdedores. Ante la guerra comercial iniciada por EEUU contra China desde 2018 y que tiró al basurero de la historia la muletilla de la “eficiente asignación de recursos por del mercado global”, el FMI acuñó el atractivo concepto de “fragmentación geoeconómica”, un eufemismo para aceptar que los tiempos del libre comercio mundial habían terminado para dar paso al “comercio de amigos”. La “seguridad nacional” de las grandes economías occidentales, se ponía por encima de su ineficiencia productiva respecto al gran taller mundial de la China.

Ahora, el 2024, acaba de publicar varios textos de antología equilibrista. El proteccionismo que hasta hace una década era considerado un desvarió pre-económico, ahora luce el reconocimiento fondomonetarista y es presentado como la nueva tendencia económica mundial que “ha regresado con fuerza”.

En un documento titulado “The return of industrial policy in data” (enero de 2024) e “Industrial policy coverage in IMF surveillance” ( febrero de 2024), el FMI intenta mezclar las viejas machaconerías de mercado con el nuevo léxico de intervencionismo y subvenciones estatales que ya se han convertido en irreversibles.

Por prurito verbal, el FMI no se aferra al concepto de proteccionismo, lo que sería ya casi una abdicación moral, y prefiere referirse a las “industrial policy” o “políticas industriales”. Lo interesante del último documento es que establece lo que el FMI tiene que hacer frente a esta indeseable realidad ascendente.

Inicialmente el FMI define a las “políticas industriales” como “intervenciones gubernamentales especificas destinadas a apoyar empresas, industrias o actividades económicas nacionales para lograr ciertos objetivos nacionales (económicos o no económicos)”. Y Se aplican mediante múltiples mecanismos a favor de empresas públicas y privadas: los subsidios, por ejemplo, a los carburantes y la energía eléctrica; las donaciones económicas directas; prestamos estatales concesionales, reducción de impuestos, inyección de capital gubernamental, impuestos a las exportaciones, subsidios a la exportación, alivios a las cargas sociales, restricciones a la transferencia tecnológica, restricciones de contratación en obras públicas, requisitos de contenido local a productos comercializados, etc.

A estas alturas los liberales jurásicos se estarán revolcando en el piso al ver juntas tantas “ofensas” a la libertad económica. Pero si, ese es el nuevo lenguaje del FMI. Y no se trata de un exceso verbal sino de una realidad. Como se ve en la gráfica, este tipo de intervenciones estatales que ya comenzaron a aflorar tras la crisis del 2008, se han disparado los últimos años. De cerca de 200 a inicios del año 2000, a 3500 el año 2022 y cerca de 2800 en 2023. Según el Global Trade Alert, desde el 2008, se han implementado más de 32.000 acciones proteccionistas en todo el mundo, cinco veces más que las acciones en favor del libre comercio. Lo más llamativo de todo ello es que quienes encabezan este neoproteccionismo no son países en “vías de desarrollo” sino las llamadas “economías avanzadas”.

Las áreas donde más se está sustituyendo el “libre comercio” son en los sectores de semiconductores, minerales críticos necesarios para el cambio de la matriz energética; ramas industriales de acero y aluminio; tecnologías de uso civil-militar; tecnologías bajas en carbono; especialmente automóviles eléctricos y paneles solares; insumos médicos y, en general, cualquier sector de empleo de “tecnologías avanzadas”, que incluye las actividades de mayor rentabilidad. En otras palabras, proteccionismo en cualquier parte. Un ejemplo claro y reciente de ello son los $us 6.600 millones de subvención, y $us 5.500 millones de crédito concesional del gobierno norteamericano para la instalación de una planta de microprocesadores de la empresa taiwanesa TSMC en Arizona; o la elevación de los impuestos a la importación de autos eléctricos chinos, del 100 % al ingresar a EEUU; del 47 % el hacerlo a la Unión Europea.

Sin embargo, el FMI no pierde sus raíces y añoranza por los “dorados años” del hiperglobalismo, hoy en retirada. Resignado al curso del viento de los nuevos tiempos de revival nacionalista o regionalista de la economía mundial, considera que el neoproteccionismo no solo tiene el “listón bien alto” para intentar abordar las “fallas del mercado” sino que, además, puede generar numerosas “ineficiencias”, como las distorsiones en la asignación local de recursos, en los flujos comerciales, en la inversión y, además, alentar “políticas de ojo por ojo” del lado de los socios comerciales, como lo que viene sucediendo entre EEUU y China.

De ahí que, para adelante, el FMI elabora un catálogo de “recomendaciones” para la ejecución de nuevas “políticas industriales”, además de establecer un conjunto de requisitos para involucrar al propio FMI en su aplicación. ¿Significa esto que el FMI se ha vuelto proteccionista? No, para nada. Solo se trata de una dosis de sobrio realismo y una enorme voluntad de atemperar, lo más que se pueda, un proteccionismo que parece querer desbocarse.

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Entre las recomendaciones para políticas proteccionistas está el de pedir a sus ejecutores que previamente estudien si en verdad existe alguna falla en el mercado; el de mantener la neutralidad competitiva que no discrimine demasiado a privados locales o extranjeros; el de implementar una gobernanza sólida y evaluar los costos y beneficios de esas medidas. El propio FMI se da cuenta de la ingenuidad de estos pedidos frente a la impronta de la “seguridad nacional” y la competencia geopolítica, pero confía en que algún gobernante pequeño de algún país pequeño tenga oídos receptivos. Que se sepa hasta hoy, ninguna medida proteccionista ha sido implementada consultándole al FMI.

Y en lo que respecta a las condiciones para “supervisar” o “acompañar” políticas industriales, señala que esto podrá suceder si “son consistentes con la promoción de la estabilidad macro económica”, es decir, no se incrementen déficits fiscales; no se ponga en riesgo la balanza de pagos, es decir, se pague puntualmente a los acreedores extranjeros; ser rentables, es decir, nada de desvaríos para subvencionar bienestar social. Y, en el caso de tratarse de temas de “seguridad nacional”, el FMI mirará a otro costado, preocupándose únicamente en el impacto económico interno y sus “efectos transfronterizos”. Con estos requisitos, tengo curiosidad de saber cuándo se producirá el primer “memorándum de asistencia proteccionista” del FMI. Claramente nunca sucederá con las grandes potencias que están implementando su proteccionismo como les da la gana. Estas condiciones, son para la nueva realidad que se avecina en los países en “vías de desarrollo”.

No cabe duda que las reglas de la economía mundial están cambiando, aunque no necesariamente el bienestar de la gente. Mientras ahora, en “occidente” comienzan a ser bien vistas las políticas proteccionistas para contener el avance industrial chino, en las relaciones laborales sigue campeando las reglas de liberalización de los contratos que aseguran bajos salarios y precariedad ocupacional. En ello se devela la hipocresía empresarial, denunciada hace más de 150 años por Marx en su manuscrito sobre el paladín del proteccionismo decimonónico, Friedrich List, que pretendía “desconocer para afuera de las fronteras” aquellas reglas del libre comercio que se aplican implacablemente contra los trabajadores al interior de cada país. El resultado, una economía anfibia que combinara proteccionismo y libre comercio en gradaciones que dependerán de que sector social es el que conduce esta transición de época.

(*)Alvaro Garcia Linera es Exvicepresidente de Bolivia

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El orden económico mundial se desmorona

Nuevos proteccionismos pululan por el mundo hoy en día, cuestionando el otrora liberalismo dominante.

El exvicepresidente Álvaro García Linera.

Por Álvaro García Linera

/ 19 de mayo de 2024 / 06:42

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Continúan los lamentos del prestigioso semanario económico conservador The Economist. La edición del 9 de mayo le dedica investigación, tinta y abundante frustración para comprobar lo que califican como el “lento desmoronamiento del orden internacional liberal” que predominó durante 40 años.

El rosario de quejas se inicia con la parálisis de la Organización Mundial del Comercio (OMC), considerada hasta hace poco como la portaestandarte y guardián del globalismo mercantil. Desde hace 5 años, deliberadamente, han quedado acéfalas las representaciones de las grandes potencias, dejando al “libre” albedrio de los gobiernos el rechazo a la apertura de sus mercados. En las siguientes paginas desmenuza la sucesión de “desglobalizaciones” que han proliferado en el mundo, comenzando por la guerra de aranceles, no solo entre China y EEUU, sino ahora también, entre la Unión Europea (UE) y China que, vaticinan, habrá de recrudecer en los siguientes meses. La UE está a punto de imponer elevados impuestos para impedir la presencia arrasadora de los automóviles eléctricos chinos, que son más eficientes y baratos que los de la pesada industria europea. Por su parte, el gobierno del Reino Unido acaba de impedir que empresarios chinos compren una fábrica de chips y, tragándose la retórica del libre mercado, han decidido, por “seguridad nacional”, vendérsela a inversionistas norteamericanos, claramente menos competitivos. Por si fuera poco, el candidato Donald Trump, que amenaza a los estadounidenses con un “baño de sangre” si no gana las elecciones, ha anunciado que subirá los aranceles a los productos chinos, del 25% al 60%. La libertad de comercio ya no arrastra votos. Hoy lo hace el “made in EEUU”.

Al “indignante” incremento mundial de regímenes de regulación y control estatal de las inversiones extranjeras, The Economist incorpora, con sobria resignación, los reveladores gráficos del declive del comercio mundial, de la retracción de los capitales transfronterizos e incluso del comercio de servicios. Abatido ante este derrumbe del orden global liberal, el semanario enumera otras dos medidas de esta inevitable catástrofe: la primera, la acelerada divergencia de precios de los mismos bienes en países diferentes. La añorada utopía de un mercado único planetario con un precio estampilla, queda aplastada por la realidad de un mundo fragmentado por mercados regionalizados y lealtades geopolíticas en la que cada país impone políticamente la diferencia de precios. Y la segunda, el reverdecer de “políticas industriales”, esto es, subsidios estatales para crear empresas, privadas o estatales, en suelo patrio a fin de garantizar “soberanía” y “autonomía” nacional en esos rubros.

Curiosamente, y a apropósito de esta “tragedia” del ascenso del “nacionalismo económico” el FMI ha publicado la investigación “The return of industrial policy in data 2024”. Parece que la retórica de la “eficiente asignación de recursos del mercado” ya solo queda para los incautos y, ante lo inevitable, el FMI hace “sugerencias” para unas “eficientes” subvenciones que no “agraven” aún más la geofragmentación. Enumera que, mientras en el año 1990, las acciones de política industrial no llegaban ni a 70, y eran solo en países periféricos, el 2023, se han producido más de 2.500 intervenciones de políticas industriales en el mundo que, esta es una joyita lingüística del FMI, “discriminan” intereses extranjeros. Y lo peor es que estas medidas no las encabezan países marginales, engullidos por populismos desenfrenados, sino los baluartes del capitalismo moderno: EEUU, Europa y China, que ahora compiten en subsidios con las llamadas “economías emergentes”. Al final, el FMI se inclina por un tipo de orden global hibrido en el que el proteccionismo y las subvenciones selectivas en la industria se combinen con liberalizaciones de la relación salarial y de la inversión extranjera “amiga”.

Pero no solo las grandes instituciones económicas defensoras del antiguo orden global liberal constatan su lenta fosilización, sino que son también las elites políticas occidentales las que salen a justificar esta nueva oleada soberanista. No ha sido un comunista trasnochado quien ha arrojado al “infierno” el libre comercio, sino el presidente Joe Biden en su discurso ante los sindicalistas norteamericanos el año pasado. Y ha sido el mismísimo Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional de EEUU, que recibió al presidente electo de Argentina, Javier Milei, en visita a Estado Unidos en noviembre del 2023, el que semanas antes había expuesto brillantemente la “estrategia industrial estadounidense” para garantizar su “seguridad nacional”. Tengo curiosidad de saber que habrá hecho Milei, con sus acartonadas frases paleolibertarias aprendidas de Murray Rothbard, al chocarse con el ferviente defensor de un “patio pequeño y valla alta”, es decir, proteccionista, para las tecnologías estratégicas estadounidenses en las áreas de inteligencia artificial, microprocesadores, computación cuántica y las llamadas energías verdes.

Para no quedar muy cortos ante la historia, los políticos europeos, fervientes defensores del liberalismo económico, ahora también están mudando de ropaje y asumiendo el alegato soberanista. Se trata de un travestismo ideológico obligado por la inferiorizacion económica frente a China. En un extenso discurso pronunciado el 25 de abril en La Sorbona, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha expuesto de manera sistemática el fin del orden globalista y el regreso a la política de las fronteras para que la vieja Europa “no muera” En palabras solemnes, la Europa que “compraba su energía y sus fertilizantes a Rusia, tenía su producción en China y delegaba su seguridad en Estados Unidos ha terminado”.

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Hay que abandonar la “ingenuidad” de las políticas comerciales de fronteras abiertas ya que “las dos principales potencias internacionales han decidido dejar de respetar las reglas del comercio”, sentencia Macron. Y para que Europa no muera, propone que hay que “ser soberanos”. Para ello, hay que aumentar “la capacidad de defensa” europea, incluida la atómica y el despliegue de “una economía de guerra” para el rearme. Como ya lo había adelantado el secretario general de la OTAN, Jens Stoltelberg, los mercados no traen la armonia; sólo “las armas son el camino a la paz”.

Paralelamente, argumenta Macron, se debe impulsar una política industrial “made in Europa”. Esta mala palabra hace 7 años, cobra hoy protagonismo estratégico para el presidente francés. Y lo hace de la mano de la defensa de las “subvenciones” a empresas estratégicas, la “derogación de la libre competencia” en sectores productivos claves. Ante productos extranjeros más baratos, “hay que proteger a nuestros productores” y no “ceder ante la desindustrialización”, asevera Macron en La Sorbona. Para rematar este arrebato de proteccionismo iliberal, propone proteger aún más a sus agricultores europeos de la “desleal” competencia externa y un “golpe de inversión pública” que dinamice la económica continental. ¿Y el difícil fiscal?, no es problema para él. Hay que subir los impuestos, comenta Macron ante la mirada horrorizada de los defensores del libre comercio. “Impuestos fronterizos” a las importaciones, “impuestos a las transacciones financieras”, “impuestos a las multinacionales”. Ni la CEPAL anteriormente dirigida por Alicia Barcenas lo habría dicho mejor. Y si hay dudas de este revival del nacionalismo económico, Macron se encarga de disiparlas anunciando el control de inversiones “no-europeas” en sectores sensibles. Con razón The Economist se ahoga en un mar de lágrimas ante el irreversible derrumbe del viejo orden global. Ciertamente no es un regreso a los tiempos del norteamericano “new deal” de Roosevelt, ni a la quinta república de Charles de Gaulle; pero claramente es el globalismo neoliberal que cede su paso a un modelo anfibio de soberanismos regionales, liberalismos selectivos y oleadas de subvenciones y déficits fiscales elevados.

Sin embargo, nunca faltan en el teatro político, los anacrónicos, como los Milei y los mileis andinos, que evocan a un “occidente” globalista y de libre mercado que ya solo existe en la insignificancia de su furiosa retórica. Son los melancólicos esperpentos de un exotismo colonial, tratados con indulgente conmiseración por un “occidente” hoy cada vez más soberanista y proteccionista, que se distrae con sus agraciados malabarismos discursivos “vintage”, a modo de rancio recuerdo de los dorados años de un globalismo extinto.

(*)Álvaro García Linera es exvicepresidente de Bolivia

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El monstruo de la inflación

El autor sostiene que las políticas de shock neoliberales no son la única manera de frenar una escalada de los precios al consumidor.

/ 10 de marzo de 2024 / 06:38

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Era julio de 1985, y en las legendarias ciudadelas obreras de Siglo XX, Catavi, y Huanuni, lo imposible acababa de suceder. El dictador Hugo Banzer, aquel que había mandado encarcelar y masacrar trabajadores mineros entre 1971 y 1977, salía abrumadoramente victorioso en la votación electoral de esos mismos reductos obreros que lo habían combatido hasta la muerte.

No habían pasado ni 10 años, y el mundo parecía colocarse de cabeza. En las elecciones generales, la vanguardia proletaria de la legendaria Central Obrera Boliviana le había entregado de manera abrumadora su voto al dictador devenido circunstancialmente en demócrata

¿Cómo explicar esta debacle de la historia de una clase social que hasta entonces era el epitome de la conciencia revolucionaria del pueblo boliviano? ¿Que había modificado tan radicalmente la mirada del mundo de esos recios obreros? ¿Un extravió de la razón? ¿Una enajenación política? ¿Un monumental engaño? No. Simplemente, la inflación.

Claro, el candidato izquierdista Siles Suazo que había ganado las elecciones en junio de 1980 y, después de golpes militares, había ocupado el cargo desde octubre de 1982, terminaba el año de su mandato con 600 % de inflación. A la crisis económica heredado de la cleptocracia militar, se le había sumado el boicot empresarial; y lejos de buscar una salida de “ajuste” hacia las clases privilegiadas, sus aliados, especialmente del MIR, optaron por sumarse al saqueo estatal. El resultado inevitable, el acortamiento del mandato, la casi extinción electoral del frente y la disponibilidad popular a políticas de shock neoliberal que perduraron 20 años.

Inflación I

La inflación de dos o tres dígitos es un desquiciador social. Volatiza cualquier lealtad social previa. Ante ella, memoria de luchas, comunidades de afecto y acción previamente constituidas, se disuelven espantadas frente al colapso de todas las referencias de orden de la realidad que provoca la incontenible elevación diaria de los precios.

La inflación transmuta convicciones revolucionarias en adhesiones reaccionarias. Desestabiliza gobiernos, castiga a candidatos y puede encumbrar a anodinos políticos como grandes salvadores. La elevada inflación es un agente de la incertidumbre estructural que agrede el horizonte predictivo con el que las personas concurren al mundo cada día Y, lo más relevante políticamente, abre en la estructura cognitiva de las personas, la desesperada búsqueda de nuevos referentes discursivos y propositivos que le ayuden a recuperar la certidumbre del mundo.

Los que mejor comprenden el efecto social corrosivo de la inflación son los empresarios y los gobernantes conservadores. Por eso, cuando han podido, han utilizado esa herramienta para desprestigiar rápidamente a gobiernos de izquierda, como el de Allende en 1973, o el de Bolivia en 1984 y 2008. Y ahora, entre 2022-2024 en EEUU, a la cabeza de la FED, han estado dispuestos incluso a hipotecar el crecimiento económico y caer en una recesión, con tal intentar pararla. Pese a eso, como lo lamenta el premio nobel de economía P. Krugman, la propia mejora del salario real promedio de los norteamericanos en estos dos años, no ha logrado traducirse un repunte de la popularidad del presidente Biden, precisamente por la aun elevada inflación subyacente que le muestra al ciudadano medio que las cosas hoy valen más que hace 3 años. Claramente, en escenarios de elevada inflación, la estabilidad y continuidad de los gobiernos son inversamente proporcional a la tasa de inflación

Los economistas norteamericanos han utilizado muchos bytes para debatir sobre las causas de la inflación desatada desde el 2021. Con el tiempo, los datos aparecieron, mostrando que hubo problemas de oferta más que de demanda, debido a los problemas de abastecimiento de productos básicos, en las cadenas de suministros, en las gargantas de las líneas de transporte (canal de Panamá, golfo de Adén) etc. Y ello fue aprovechado por empresas con “poder de mercado”, para empujar los precios al alza. Lo cierto en todo caso es que, apoyándose en los factores multicausales de los procesos inflacionarios, siempre y en todo lugar, el que sale ganando es el empresario por la posición de fuerza que tiene en el mercado propietario de medios de trabajo y de dinero. Esto hace de la inflación un espacio de antagonismo redistributivo entre el trabajo y el capital, por la obtención de mayores volúmenes de excedente económico que permita, para el primero, compensar el incremento de los precios del consumo básico y, para los segundos, mayores ganancias en medio del desorden de precios.

El dinero

¿Porque este efecto político y culturalmente tan devastador de la inflación? Por el poder social del dinero (Marx). Y, en el capitalismo, por ser el poder social fundamental.

El dinero, en cualquiera de sus formas, de papel, de moneda, de oro, de títulos, etc., tiene un poder extraordinario, casi bíblico: el de convertirse en el satisfactor de cualquier necesidad social. Ya sea comida, bienes inmuebles, artefactos, herramientas, distracciones, placeres, lealtades invenciones, creatividades, descansos, previsiones, apoyos o estabilidad, el dinero puede comprarlos. Apenas despunta una necesidad humana, la que sea, el dinero puede convertirse en ella y satisfacerla. El único límite temporal a esta cualidad de intercambiabilidad, es decir, de compra, es el monto, un hecho meramente cuantitativo. El dinero se presenta, así como un “dios”: el dios de las mercancías que pareciera tener vida propia y por cuya propiedad las personas trituran sus vidas y son capaces de matar o de morir.

En el capitalismo, la capacidad de producir bienes y de intercambiarlos, un poder eminentemente social, de todas las personas, deviene en un poder de una cosa: el dinero. En el dinero, el mundo moderno este contenido; la sociedad está comprimida; todo trabajo humano está depositado; el esfuerzo, los deseos, los sacrificios, las actividades y los sueños de cada persona están almacenados. Tener dinero es, por tanto, tener un pedazo, grande o pequeño dependiendo del monto, del mundo, de la sociedad, de las actividades, de los esfuerzos, de las esperanzas de todos los demás.

Inflación II

Por todo ello, cuando este “poder de influencia sobre la actividad de los otros”, es decir el dinero, comienza a depreciarse el mundo de las personas comienza a desquiciarse. Claro, si los ahorros de toda la vida atesorados a lo largo de años, en medio de trabajos insufribles y privaciones constantes, día que pasa ya no equivalen a 10 quintales de azúcar, o al precio de un automóvil como hace 1 mes, sino a 5 quintales de azúcar o a medio automóvil, entonces la mitad de los infinitos esfuerzos que hicieron las personas para acumular un poco de poder monetario se diluyen sin justificación alguna. Si la capacidad de prever el futuro de los hijos, ahorrando para comprar una casa, o pagar los estudios superiores, se evapora misteriosamente, la única certidumbre de vida a la que muchas personas se aferraron durante décadas, ahorrar, se desploma inútil ante el aumento de los precios de las cosas y el recorte de su capacidad de compra. Si la previsión de ingresos mensuales permite a una madre garantizar la alimentación, los servicios y el pago de deudas; y de manera abrupta está obligada a recortar la mitad de los alimentos de sus hijos porque el dinero que recibe ahora equivale a la mitad de los productos que podía adquirir, el pavor a un futuro que se hunde se apodera de sus pensamientos.

El dinero es el vínculo social por excelencia. Diariamente lúbrica las múltiples actividades de todas las personas. Sostiene su cotidianidad y su horizonte predictivo imaginado. Pero la inflación destruye todo eso. La inflación mutila la previsión del destino familiar. La inflación carcome sus vínculos vecinales o sindicales. La inflación dinamita su capacidad de prever mínimamente el porvenir. Con el tiempo, de persistir y aumenta la tasa de inflación, lleva al colapso de sus vínculos sociales y la hunde en la desesperación y la anomia. La pérdida del poco o mediano “poder social” del dinero es la experiencia en cámara lenta del colapso de las certidumbres sociales y del orden del mundo conocido. No por nada Keynes le asignaba al dinero la función de eslabón entre el presente y el futuro.

Al diluirse el orden más o menos previsible del mundo y al carcomerse todos los vínculos personales mediados por el dinero, las personas sufren un colapso cognitivo, una pérdida de las narrativas que daban hasta entonces sentido al curso de sociedad y su destino. Inicialmente habrá una predisposición a salvatajes individuales, como individual es la experiencia del trastorno de su porvenir. Pero también mostraran una disponibilidad a salidas abruptas, de shock que le permitan regresar lo más pronto posible a recuperar la certidumbre frente al porvenir, sin importar el costo para ello. Las inflaciones elevadas, junto con las guerras, los cataclismos naturales, las pandemias y las revoluciones, son de los pocos acontecimientos que conmocionan desde sus cimientos a la totalidad de las sociedades afectadas y se presentan como hechos políticos totales. Pero es el único acontecimiento social total que inicialmente provoca respuestas individuales.

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En Bolivia de 1985, la gente acepto despidos laborales masivos, gigantesca devaluación de la moneda, contracción brutal de la inversión pública, pérdida de derechos laborales y el incremento acelerado de la pobreza, siempre y cuando la inflación se detenga. Y la inflación se detuvo. Lo hizo arrojando a la población al subconsumo y el aumento de la pobreza extrema. Pero el dinero volvió a ser dinero con valor anclado. La gente perdió en el “ajuste” una parte sustancial de su capacidad de compra porque no tenía dinero. Pero sabía que, si algún rato lograba tener un poco, su capacidad de compra, o de ahorro, era previsible. El mundo, no importaba si miserable y precario, volvía a ser mundo, porque el dinero volvía a ser dinero, es decir, la “mercancía imperecedera”.

Las políticas de shock neoliberales no son las únicas maneras de frenar la elevada inflación. Las sociedades pueden también sedimentar experiencias colectivas para enfrentar sus problemas personales y mostrar disposición a salidas por el lado del “ajuste” a la gran propiedad y las grandes fortunas, como mecanismos para proteger a los que menos ingresos tienen. Pero en todo caso, esto también requiere una reverberación de voluntades colectivas populares al lado de una voluntad política determinada a enfrentarse a los poderes de la gran propiedad para devolver una parte del “poder social” del dinero a la mayoría de las clases menesterosas. Como insiste Marx, el Estado no puede crear más riqueza solo emitiendo más dinero, pero si se puede producir nueva riqueza, puede expropiarla a los que tienen mucho, para distribuirla a los que carecen de ella, etc.

Pensando en la inflación argentina, en política no hay que subestimar la capacidad de aguante a castigos sociales que tiene la población, con tal que ello redima el horror de la inflación. Y peor si las voces políticas alternas que pueden alumbrar otros cursos de acción posible solo atinan a mantener las condiciones de las viejas angustias a las cuales la gente quiere escapar a cualquier costo. Pero tampoco ha de menospreciarse la frontera del hartazgo colectivo a los sacrificios, más aún cuando el provenir conservador que se ofrece es un fósil económico que carece de porvenir factible. Y entre medio de uno y el otro, siempre habrá espacio para realidades aún más degradadas de las existentes.

(*)Álvaro García Linera es exvicepresidente de Bolivia

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Nacionalismo económico

El exvicepresidente, Álvaro García Linera, reflexiona sobre la situación actual de la economía mundial, en un momento de cambios tectónicos.

El exvicepresidente Álvaro García Linera.

Por Álvaro García Linera

/ 26 de noviembre de 2023 / 06:15

DIBUJO LIBRE

No se trata de un concepto extraído de los rancios archivos del populismo latinoamericano de mediados del siglo XX. Es el título de un amplio reporte especial de la revista The Economist del mes de octubre del 2023, referido a la nueva tendencia económica que está desplazando al libre mercado a escala global.

Hace un año atrás, esta prestigioso y conservador semanario que sirve de brújula para todos los seguidores del liberalismo económico, ya había lanzado la alerta acerca de los riesgos “fin de la globalización” promovida por la fragmentación geopolítica de los mercados. Hoy, más a la defensiva, denuncia la “tendencia alarmante” al crecimiento de un conjunto de medidas que están adoptando los gobiernos del mundo; de una corriente de opinión empresarial y académica ascendente, favorables al proteccionismo nacional de las industrias, la aplicación de subvenciones a la actividad económica, la elevación del gasto público y la regulación de los mercados. Todas ello agrupadas bajo el denominativo de “nacionalismo económico” o “homeland economics”.

Pero no solo es el The Economist que detecta este cambio de época. Durante el último año, el influyente periódico norteamericano The New York Times, ha entregado numerosos estudios y opiniones sobre el regreso de las llamadas “políticas industriales” (industrial policy), otro nombre con el que se denomina a el conjunto de intervenciones estatales para apoyar la actividad manufacturera, por medio de exenciones tributarias, subsidios, créditos blandos, garantías públicas, contrataciones estatales y, llegado el caso, nacionalizaciones. Uno de los animadores de este debate, es el premio nobel de economía Paul Krugman que, en apasionados artículos en defensa de las políticas de subsidios del presidente Joe Biden, afirma sin complejos que, si ello llevara a una proliferación de nacionalismo económicos en todo el planeta, entonces, bienvenido sea ese proteccionismo. Projet Syndicate, que agrupa a más de 500 medios de comunicación del mundo en la que escriben reconocidos académicos de las más prestigiosas universidades, en los últimos meses ha recogido la intensidad del debate referido al tema. La prestigiosa universidad norteamericana Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaba de publicar un libro referido a la historia de las “políticas industriales”, en tanto que el reconocido profesor de Harvard, Dani Rodrik, desde meses atrás viene recomendando como aplicar de manera “correcta” ese nacionalismo económico.

Y es que este neoproteccionismo industrial no es solo una nueva moda académica, sino una tectónica transformación de las estructuras económicas del orden global que está en marcha debajo de nuestros pies. Veamos:

Adiós a los mercados “libres”.

Un mercado global autorregulado fue la gran utopía neoliberal de las últimas décadas. El fin de la “guerra fría”, la incorporación de China a la OMC y la expansión de cadenas de valor que integraban al mundo entero en función de la eficiencia y oportunidades, alentaron ese gran sueño. Pero era solo una ilusión. Los mercados son incapaces de cohesionar a las sociedades, lo que a la larga lleva a la polarización política. Los mercados son incapaces de equilibrar producción con finanzas, lo que a la larga lleva a la desindustrialización de los opulentos, y a la pérdida de su liderazgo global. Esto es lo que precisamente está pasando ahora en “el llamado occidente” y, en particular, en EEUU.

Por ello, era previsible que EEUU y Europa algún rato busquen, desesperadamente, detener su ocaso imperial frente a un “asiatismo” industrioso ascendente. Ese momento ha llegado. El primer giro histórico lo lanzo EEUU el 2018 al embarcarse en una guerra de aranceles a las importaciones chinas, imponiéndoles el pago de hasta un 25% de impuestos sobre su valor total. En contraparte, China ha hecho lo mismo con las importaciones norteamericanas. Con ello, las dos más importantes potencias económicas del planeta, han enterrado el libre comercio.

La Unión Europea, no se ha quedado atrás. Desde enero del 2022, ha reducido su compra de gas a Rusia, desde un 45% del total de su consumo, a un 13% (Comisión Europea, 2023); incluyendo en este recorte la voladura del gasoducto de abastecimiento Nord Stream 2. Y esa reducción nada ha tenido que ver con las “eficiencias” del mercado, sino con motivos geopolíticos. El gas ruso, que durante décadas sostuvo energía barata de los europeos y la pujante industria alemana, costaba cerca de $us 6 el MBTU. El 2022, tuvieron que pagar $us 45 el MBTU a otros proveedores amigos, incluidos los EEUU. La eficiencia de los mercados se ha arrodillado ante el “mercado de amigos”.

Junto con ello, en marzo del 2023, la UE ha aprobado una ley de “defensa comercial contra las coacciones económicas”, que permite elevar aranceles y restringir participación en licitaciones a países que realicen “presiones económicas indebidas”, es decir China. La sinfónica del siglo XXI ya no acompaña odas al libre comercio sino a la seguridad nacional.

Que luego se restrinja el ingreso a Huawei al mercado europeo, que se prohíba la venta de tierras agrícolas a chinos o que, en agosto, el presidente Biden emita órdenes ejecutivas para prohibir exportaciones e inversiones norteamericanas en China en el área de semiconductores, inteligencia artificial, etcétera, es la nueva realidad de los mercados subordinados a los estados.

Este nuevo espíritu global lo cartografía perfectamente el FMI al momento de lamentar el incremento, a escala geométrica, de las restricciones al libre comercio mundial, que de 250 medidas marginales y en países marginales el año 2005, han pasado a 2500 el 2022; principalmente en los países económicamente más avanzados (Globalización a tope, junio, 2023).

Todo ello está provocando una reorganización geográfica de la división del trabajo o, como suele llamarse ahora, de las “cadenas de valor”. La Organización Mundial del Comercio (OMC) reporta que desde el 2009 esa articulación global de los procesos productivos ya no ha continuado expandiéndose y, desde entonces, ha comenzado a retraerse paulatinamente (WTO, Global value chain… 2022). Las palabras de moda entre los CEOs del mundo son ahora “nearshoring”, “friendshoring” o, en los clásicos eufemismos de la presidenta de la Unión Europea, Von der Leyen, “reducir riesgos”.

Guerra de subvenciones.

En la última década, la estantería globalista, anteriormente ya agrietada por el progresismo latinoamericano, comienza a desmoronarse. El sagrado mandamiento respecto a que los estados deben ser austeros y reducir al minino los gastos, es ahora una insensatez contra fáctica. El 2008, a raíz de la crisis de las hipotecas subprime que arrastro al mundo a una crisis financiera, las economías avanzadas tuvier o n q u e movilizar el equivalente al 1,5 % de su PIB para contener la caída de las acciones bancarias y de las bolas de valores. El 2020, ante el “gran encierro” frente al Covid-19, el esfuerzo fiscal extraordinario llego al 18% del PIB, inundando la sociedad de emisión monetaria para pagar salarios, solventar deudas empresariales, sostener las acciones de las empresas e implementar ayudas sociales (FMI, monitor fiscal, 2021). El endeudamiento público mundial, que durante los años “dorados” del neoliberalismo acato una rigurosa disciplina fiscal con una deuda pública baja, alrededor del 50 % del PIB, en la última década ha saltado hasta el 80%, y en EEUU al 110 % (Kansas City Fed, 2023). Por su parte, el gasto público, que durante 30 años se mantuvo en torno al 24% respecto al PIB, en los últimos años ha saltado al 34% (Banco Mundial, 2023). El elevado endeudamiento público, no es ni una pasajera enfermedad económica ni un patrimonio latinoamericano. Es la nueva normalidad global.

Y para la pesadilla de los liberales, no solo hay un nuevo Estado gastador, sino además ahora industrialista y generador de mercados. El presidente norteamericano Biden, desde el 2022, ha movilizado cerca de $us 400.000 millones para subvencionar la fabricación de autos eléctricos, tecnologías verdes y microchips en EEUU, con tecnología de EEUU y trabajadores en EEUU (Ley IRA, Ley Chips). “Consuma americano” es el nuevo lema proteccionista. Europa no se queda atrás. Según el Observatorio económico Brugel, entre el 2022 hasta julio del 2023, los gobiernos han tenido que subvencionar a sus ciudadanos con 651.000 millones de euros el precio final de la energía eléctrica. Para Alemania, esto ha alcanzado al 5% de su PIB anual. En el viejo lenguaje liberal, una ineficiencia pasmosa. Pero en estos tiempos, los intereses de la guerra contra Rusia están por encima de las delicatesen del mercado.

Además de todo ello, desde el 2019, las subvenciones estatales a la industria de la Unión Europea, de manera directa mediante transferencias y reducciones tributarias; y de manera indirecta mediante préstamos y garantías, suman anualmente el 3,2 % del PIB (OCDE, junio 2023). En casos más osados, los estados han nacionalizado la generación de la electricidad (Francia), o la distribución del gas (Alemania). Por su parte, la India y Corea del Sur acaban de aprobar generosos incentivos estatales a la producción de determinados productos Y en la China, está en marcha su plan para que el 2025, el 70% de las materias primas básicas de sus manufacturas sean nacionales (Harvard Review, otoño 2018). De menos de 34 intervenciones de “políticas industriales” en el mundo el 2010, se ha pasado a 1.568 el 2022 ( Juhasz, Rodrik, agosto 2023)

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El orden global está cambiando rápidamente y las ideologías dominantes también. De la antigua gubernamentalidad sostenida en el libre mercado, el globalismo, el Estado mínimo y el solitario emprendedurismo, estamos transitando a una legitimidad política aun difusa, pero en la que parecen comenzar a destacar otras bases de anclaje, como el industrialismo local, la autonomía tecnológica y la competitividad en mercados segmentados (Thurbon, 2023).

Ciertamente, todo ello no impide que por acá o por allá, renazca con violento furor, el melancólico apego a los imaginados años gloriosos del libre comercio. Son fósiles políticos que no por ello son inofensivos y meramente carnavalescos. Estos defensores del libre mercado que, como se lamenta el The Economist, ahora son tratados como “una reliquia colonial” en extinción, han provocado mucho dolor social en su aventura, como en Brasil, y lo seguirá haciendo, como en Argentina. Lo curioso es que Latinoamérica, que vanguardizó este regreso a políticas proteccionistas, sea también donde se engendren las versiones más pervertidas y crueles de este anacronismo liberal.

Esto no significa que se impondrá el nacionalismo económico. El tiempo de incertidumbre aun continuara por una década o más. Pero, este proteccionismo que ahora comienza a expandirse es distinto al que prevaleció en los años 40’s del siglo XX. Las subvenciones estatales ya no apuntalan tanto a un Estado productor, sino a un sector privado que necesita de la protección y guía estatal para prosperar. Igualmente, la nueva “sustitución de importaciones”, que nos recuerda a la antigua consigna de la CEPAL, ahora es selectiva, en áreas estratégicas ordenadas por criterios políticomilitares; en tanto que el resto de las importaciones que se mantendrán, buscan ser relocalizadas a otros mercados más cercanos o políticamente aliados. Pareciera ser que estamos ante el nacimiento de un nuevo modelo hibrido, anfibio, que combina proteccionismo y libre cambio, según necesidades nacionales.

(*)Álvaro García Linera es exvicepresidente de Bolivia

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La igualdad como agravio

García Linera reflexiona sobre las cuestiones de la igualdad económica y su vinculación con la polarización social.

/ 9 de julio de 2023 / 06:30

DIBUJO LIBRE

¿Porque sociedades donde los ingresos económicos han mejorado en las últimas décadas presentan altos grados de polarización política? Estados Unidos, como la mayor parte de los países de Europa, han visto modestos progresos del ingreso medio de sus habitantes, sin embargo, desde hace una década atrás, atraviesan crecientes grados de crispación política y malestar social. Como lo han mostrado varios economistas (Pikkety 2019 Deaton, 2015), la desigualdad, entendida como la proporción de los ingresos que la mayoría de las personas reciben respecto a lo que unos pocos ricos obtienen, se ha incrementado de manera abrumadora en favor de estos últimos, despertando conciencia de injusticia y frustración colectiva (Sandel, 2020).

Sin embargo, varios estudios sobre polarización en EEUU (Esteban, Ray, 2011), han verificado que en los años 90s del siglo XX, no solo hubo un incremento de la desigualdad, sino que los propios ingresos medios disminuyeron temporalmente, sin que ello hada dado lugar a antagonismos públicos. Pareciera ser que además de la injusticia redistributiva, se necesitara la experiencia de una perdida, de una usurpación, para que se genere un estado de crispación social. Puede ser la sustracción de reconocimientos, de oportunidades o de certidumbres susceptibles de desencadenar oposiciones enguerrilladas.

Los fatídicos acontecimientos políticos del 2019 en Bolivia, son una experiencia paradigmática de esta formación de polarizaciones políticas.

Desde la llegada de Evo Morales al gobierno, entre 2006-2019, cerca de un 30% la población, mayoritariamente indígena, paso de la pobreza a ingresos medios. El salario mínimo se multiplico por 5, el crecimiento económico se estabilizo en torno a un 4,5 % anual y la desigualdad paso de 0,58 a 0, 41 en la escala de Gini (UDAPE, 2019). Sin embargo, desde inicios del gobierno, sectores de clases medias tradicionales, vinculadas a profesiones liberales y la antigua administración pública se ubicaron en una irreductible oposición política al gobierno de Evo y, con el tiempo, asumiendo militantemente un antagonismo cultural a todo lo que el representaba. Pese a que en 14 años, no habían sido objeto de ninguna temida expropiación de bienes, habían mejorado gradualmente sus ingresos salariales y hasta había aumentado su capacidad de consumo y ahorro, el 2019 salieron a las calles; realizaron paros de protestas, quemaron ánforas electorales, apoyaron el nombramiento de una presidenta del Estado sin sesión congresal, legitimaron la masacre cometida por militares y policías en contra de humildes pobladores que defendían al gobierno democrático, y hasta rezaron alrededor de cuarteles militares para que los uniformados instauren una dictadura militar. La explicación de que tenían razones legales para oponerse a la repostulación de Evo, olvida que los alegatos jurídicos adquieren emotividad moral solo cuando condensan la defensa de determinados bienes materiales o inmateriales.

Hace tres años, demostramos que la base material que sustento, y sigue sosteniendo, esta politización desdemocratizadora entre las clases medias tradicionales bolivianas, es la perdida de reconocimientos, de exclusividades, de cargos y contrataciones estatales anteriormente asequibles de manera “naturalizada” por origen social, abolengo y lealtad étnica. Bienes y recursos que ahora están a disposición de muchas más personas, procedentes de orígenes sociales e identidades étnicas diferentes (naciones indígenas). Claro, la llegada de Evo al gobierno y la instauración de un Estado Plurinacional, ha significado un raudo ascenso social económico de sectores indígena populares; ha posibilitado una remoción del origen social de la totalidad de las jerarquías de la burocracia estatal que, encima, debido a las políticas de nacionalización, ahora controla cerca del 35% del PIB nacional. El Estado ha trastocado los títulos de legitimación para optar a un puesto laboral (ministerios, diputaciones, sistema de justicia, embajadas, empresas públicas, etc.) o la adjudicación de obras públicas. Si antes contaba un apellido de origen extranjero, redes de amistad endogámicas, un título de posgrado, el color de piel blanqueda (el capital étnico); ahora cuenta muchísimo más la filiación a un sindicato obrero o campesino; saber hablar aymara o quechua o moverse en las redes de lealtad étnica de las comunidades indígenas.

El ascenso económico de sectores populares e indígenas, con la consiguiente devaluación de la etnicidad criollo-mestiza para acceder a reconocimientos, contrataciones y nombramientos públicos, ha significado un avance extraordinario de la igualdad social. Y es algo que debe continuar. Pero, estos avances de justicia social y democratización económica, también han despertado odios viscerales y resentimientos morales de unas clases medias tradicionales que viven esta ampliación de derechos colectivos como una expropiación imperdonable de su estatus social, de sus privilegios de sangre y color de piel heredados de sus padres y abuelos. Para ellas, la igualdad es un agravio al orden naturalizado de la sociedad.

El ensanchamiento de las clases medias, devalúa las posiciones y el estatus de las antiguas clases medias. La depreciación del capital étnico mestizo-criollo (herencia colonial) que anteriormente garantizaba beneficios públicos y reconocimientos, instaura otros criterios de valor social asentado en las practicas mayoritarias de la población (popular, indígena), y empuja a la decadencia los antiguos parámetros de movilidad social ascendente. Se tratan de hechos inevitables del avance de la justicia y la igualdad. Pero, ineludiblemente, todo ello genera rechazos, tanto más viscerales si los antiguos privilegios de clase media se sustentaban principalmente en el linaje.

Con otras particularidades, un fenómeno parecido se ha dado en Brasil con sus clases medias frente al ascenso social, vía educación y consumo, de sectores populares (Anderson, 2019). Y, en cierta medida, el odio contra los migrantes anidado entre clases laboriosas de países del norte, puede tener las mismas raíces anti-igualitarias.

La “Gran Convergencia”

Esta vinculación entre igualdad económica y polarización social la retoma el economista B. Milanovic para estudiar los efectos de la reducción de la desigualdad en el mundo (Foreing Affairs, 14 /VI/2023). El ex jefe del departamento de investigación del Banco Mundial (B.M.), reconoce que, en las últimas décadas, al interior de cada país ha aumentado la desigualdad; pero, vista a escala global, esta ha disminuido. Para comprobar ello, introduce el concepto de “desigualdad global” para estudiar la disparidad de ingresos entre todos los ciudadanos del mundo. Tomando como cero el momento de igualdad absoluta, en la que todos los habitantes del mundo tienen los mismos ingresos, y 100, cuando una sola persona concentra todos los ingresos, comprueba que la desigualdad planetaria ha disminuido notablemente en las últimas 3 décadas de globalización.

Con una mirada de largo plazo, ve cómo es que desde los años 1820 hasta 1990, la desigualdad mundial ha tenido un crecimiento sostenido, pasando de 50 a 70 puntos. Si antes de la revolución industrial del siglo XIX, el país más rico (Inglaterra) tenía un PIB 5 veces mayor que el más pobre (Nepal), a fines del siglo XX, la diferencia entre el PIB del más rico (EEUU) y el más pobre llego a ser de 100 a 1. Pero desde fines del siglo XX hasta ahora, la desigualdad ha caído de 70 puntos a 60, fundamentalmente por el ascenso económico del país más poblado del planeta: China.

Y lo más relevante del articulo son los efectos de esta asiatización de la riqueza en las jerarquías y consumos globales. Comprueba que las clases medias y populares de las economías occidentales, que durante un siglo ocuparon la posición media alta y alta de los ingresos mundiales, ahora están retrocediendo. Por ejemplo, un ciudadano pobre de Norteamérica que en 1988 ocupaba el percentil 74 de los ingresos mundiales, el 2018 ocupa el percentil 67. De la misma manera, un italiano, de ingresos medios, ha visto caer su posición 20 puntos en el mismo periodo. Y en general se trata de un declive de los sectores medios y pobres de los países occidentales ricos en el rango global. En contraparte, un ciudadano medio chino, que en 1988 ocupaba el percentil 35, ha alcanzado el percentil global 70 en 2018. En general, las clases medias y bajas de “occidente” están siendo gradualmente desplazadas en su jerarquía mundial y en el acceso a bienes globales (eventos culturales, vacaciones, innovaciones tecnológicas, etc.), por una nueva clase media global proveniente de los países asiáticos. Y a medida que ciertos consumos globales ya se están volviendo inaccesibles para estas clases populares y medias occidentales, la sensación de “perdida” se acrecienta, con la consiguiente polarización social.

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Milanovic considera que, por ahora, los más ricos globales, que son un 80% occidentales y japoneses, no han sido afectados de manera sustancial. Sin embargo, es probable que, de mantenerse las tasas de crecimiento de China, y de crecimiento mediocre de EEUU y Europa, en los siguientes 20 años, el porcentaje de ricos globales chinos igualara a la de los norteamericanos; en tanto que las clases populares y medias occidentales perderán aún más rápido sus posiciones jerárquicas en la riqueza global, reflejando el “cambio en el orden económico mundial”. Las variaciones geográficas en el PIB mundial, son por demás elocuentes de este proceso: Entre el año 2010 y 2020, EEUU cayo de una participación del 30%, al 25%. En tanto que China paso del 3,7 % al 17, 3 % (B.M., 2023).

Tenemos entonces, en el caso de Bolivia y del mundo considerado en su conjunto, que experiencias de mejora de ingresos económicos en “clases” medias, pero retroceso en sus jerarquías y antiguos privilegios debido a políticas de igualdad, producen sensaciones de “perdida” y desquiciamiento del orden moral de la sociedad por intrusión de sectores “igualados”. Sobre esta base vendrá luego el crecimiento del antagonismo pasional hacia los “otros” (los migrantes, los indígenas, las mujeres, los “comunistas”, etc.). Es la reacción a la decadencia de su poder y estatus. El miedo al “gran reemplazo” que nubla la razón de no pocos votantes de las sociedades occidentales ricas (EEUU, Europa), quizá no tenga que ver solo con la creencia de que los latinos, los africanos o los musulmanes sustituyan a las poblaciones “blancas”. Sino con el horror y resentimiento que les despierta el saber de su inexorable desplazamiento en los privilegios globales que los “occidentales” disfrutaron durante los últimos 200 años de colonialismos imperiales. Y es que, como lo señala Tooze (2023), ahora ya “solo son pasajeros de un tren conducido por otros”.

(*)Álvaro García Linera es exvicepresidente de Bolivia

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