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FadoCracia – Exeni

Ah, uranio enriquecido. Como quien descubre un tesoro o, peor, una enfermedad incurable, el pasado martes, sin explicación ni aviso, los bolivianos nos enteramos de que habíamos sido potencialmente radiactivos. Y no supimos qué hacer.

Vea usted. En un operativo sin precedentes, tras 45 días de investigación, la Policía encontró en un edificio de Sopocachi dos toneladas de uranio. Nada menos. “Presumiblemente radiactivo y nuclear” (sic). Y valuado en 50 millones de dólares…

Semejante noticia (no distorsión, no rumor, no incitación al racismo), difundida por autoridades del Ministerio de Gobierno, pronto dio la vuelta al mundo. Y con ella algunas insinuaciones: uranio a escasa distancia de la Embajada de Estados Unidos, a pocas cuadras de la residencia presidencial. Raro, muy raro.

Y las preguntas llegaron incesantes. ¿Qué hacía tal cantidad de uranio en un céntrico barrio paceño? ¿A quién pertenecía? ¿Bolivia lo produce o sólo estaba en tránsito? En tal caso, ¿de dónde venía?, ¿cuál era su rumbo? Y si es tan radiactivo, ¿por qué los agentes del operativo estaban peor equipados que gendarme municipal en decomiso de salchichas en mal estado?

Tampoco faltaron interpretaciones prosaicas y predecibles. Un legislador del MAS no pudo contenerse de apuntar sus dardos acusatorios contra el imperialismo. El hallazgo adquirió también impronunciable apellido: Ahmadinejad. “Esto da la razón —escribió un vocero de la oposición— a todos los temores de la conexión con Irán”. Otro emisario verde fue más lejos al demandar el ingreso en Bolivia de inspectores de la Organización Internacional de Energía Atómica. Qué tal.

Así estábamos, irradiantes. Lástima que muy pronto, cual final precoz, volvimos a la tediosa rutina. No era uranio, sino tantalio. No era radiactivo, sino inofensivo. No valía 50, sino 5. No formaba parte de ninguna misión secreta del “eje del mal” ni del imperialismo, sino de un abogado. No lograría, en fin, hacernos radiactivamente (in)felices.
Bah. Uranio empobrecido.