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Octubre de 2003 consolidó un nuevo paradigma político

Las jornadas de septiembre y octubre de 2003 pueden ser consideradas como el primer referente político de las generaciones nacidas en la democracia y que no conocieron sino “de oídas” el tiempo de las dictaduras militares. De hecho, al igual que contar dónde se encontraba uno en abril de 2000, en la “guerra del agua”, narrar qué es lo que se estaba haciendo los días de la “guerra del gas” o cómo se conseguían víveres se ha convertido en un tema de coversación que paceños y alteños han tenido.

En el análisis con nuestros entrevistados, octubre de 2003 fue la consolidación de un nuevo paradigma político que venía formándose desde principios de los 90, cuando la economía liberal se escudaba en el sistema de partidos y la democracia pactada; cuando no era extraño oír hablar a una persona madura sobre la falta de ideología de los “hijos de la democracia”, es decir, los jóvenes de ese tiempo. Las jornadas de octubre fueron la confirmación de que esa “construcción” no era otra cosa que un prejuicio, pues se vio a las juventudes alteña y paceña no sólo movilizarse, sino también morir por razones ideológicas tras del ejercicio sistemático de la violencia de parte del Estado.

El proceso de formación del nuevo paradigma —que incluyó como elementos principales la demanda de reforma constitucional, la nacionalización de los recursos naturales, la inclusión de los pueblos indígenas, la valorización de la cultura local (luego conceptualizada como descolonización) y una nueva forma de democracia distinta a la partidocracia— se inauguró con la Marcha por el Territorio y la Dignidad, propiciada por la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob) en 1990, continuó con la “guerra del agua” y culminó con octubre de 2003, que, al influjo de los movimientos en lucha, propuso la llamada agenda de Octubre. Sus elementos fueron recogidos e interpretados por el Movimiento Al Socialismo (MAS) y una vez en el Gobierno, con el complemento de fuerzas menores de oposición en la Asamblea de Sucre y el Congreso Nacional, los institucionalizó con el proceso constituyente que derivó en la nueva Constitución Política del Estado (CPE).

La convulsión, en realidad, comenzó a mediados de septiembre de ese año con un bloqueo en Sorata y Warisata. Al intervenirlo, el Gobierno dejó seis muertos. Luego, con una marcha de campesinos de La Paz y de la Central Obrera Regional de El Alto que partió de Caracollo en rechazo a la venta del gas a Estados Unidos y México por Chile. Ya en octubre, se disparó una resistencia frontal a la administración de Gonzalo Sánchez de Lozada y éste detonó el casquillo de la violencia “constitucional” a través de las Fuerzas Armadas.

El analista político Ricardo Paz considera que octubre de 2003 es el punto de llegada donde terminan de cuajar las demandas que venían de años atrás con sucesivos levantamientos liderados por Felipe Quispe en 2001, la “guerra del agua”… “Todo ese proceso de ebullición social cristaliza en octubre de 2003; por eso a Carlos Mesa no le queda otro camino que recoger las banderas de la agenda que surgen a partir de la movilización de ese año, como la Asamblea Constituyente, el referéndum por los hidrocarburos…”, dice. Considera además que esas banderas terminan también por ser blandidas por el MAS.

En esa línea, el senador Adolfo Mendoza (MAS) reflexiona en sentido de que no se puede separar octubre de 2003 de febrero de 2003, ni de la marcha por la Asamblea Constituyente en 2002, ni de la “guerra del agua” de 2000, esto último contra el gobierno de Hugo Banzer Suárez. “Estos capítulos son fundamentales para la construcción de una crítica ya no solamente de un gobierno, ni de un sistema político, o de un sistema de partidos, sino de un cuestionamiento al Estado en su conjunto y una búsqueda por transformarlo”.

Para analizar las revueltas que terminaron con la huida de Gonzalo Sánchez de Lozada, y cualquier otra en general, el analista Fernando Mayorga propone la idea de discursos en pugna por articular una significación. En ese sentido, afirma que lo que sucedió en octubre de 2003 fue el agotamiento de la “discursividad” que sostenía el sistema de partidos; esa crisis se tradujo en la transformación de los movimientos sociales en sujetos políticos. “Sin embargo, eso tiene más de construcción simbólica que de constatación empírica”.

En su criterio, la resolución de octubre se encauza por vías institucionales que fortalecieron al MAS en la vía electoral y luego por la vía constitucional de la Asamblea Constituyente. “El MAS dio su propio sentido a la agenda de Octubre. Los procesos revolucionarios son un conjunto de demandas cuyo sentido final depende del discurso gubernamental al que se articulan”, aclara Mayorga.

La nueva modalidad de hacer política que desbarató el sistema de partidos incluyó, en este sentido, la emergencia de otra forma de democracia antes no vista: la ejercida desde los movimientos sociales. Estos nuevos actores de la política sólo fueron posibles a partir de octubre de 2003, y aunque actúen mediados por una institucionalidad —(la Asamblea Legislativa), tal como anota Mayorga líneas arriba— antes no tenían la capacidad de incidir en las políticas de Estado.

La inclusión de lo indígena a partir de las jornadas que dejaron 67 muertos ha cambiado el paradigma político de los 90. Esa década era posible que exista un candidato indígena, sí, aunque era sabido que no tenía ninguna oportunidad de disputar unas elecciones contra los candidatos de las oligarquías locales. Hoy, todo se invierte: es difícil pensar que un candidato sin un rostro y nombre indígena tenga las menores posibilidades de competir en unos comicios.

El analista Gonzalo Rojas Ortuste, por su parte, considera que las emblemáticas jornadas de 2003 representan el fin de una época, la culminación de la democracia pactada, por causa de “decisiones insuficientes” en el campo económico concentrado en manos privadas y “con poca participación del Estado”. “Lo más nítido en cuanto a demandas tuvo que ver con la inclusión, la temática indígena en cuanto a democracia, lo que se plasmó en la Constitución”.

Luego, ya en 2005, lo que el MAS ofreció fueron los anhelos de la sociedad boliviana que surgieron de la agenda de Octubre, reflexiona. Las conclusiones de estas jornadas de convulsión se han enraizado fuertemente, tanto es así que ya en vías a las elecciones de 2014, los opositores antes afines al MAS, el Movimiento Sin Miedo (MSM), hablan   de “retomar la agenda de Octubre” o de que el MAS la haya “traicionado”; mientras que a los opositores   de derecha les molesta que la pongan en práctica.