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Batalla estratégica por América Latina

Hugo Moldiz Mercado

Este domingo 7 de octubre Venezuela será escenario condensado de la intensa disputa continental entre emancipación y dominación. Por lo tanto, las elecciones venezolanas adquieren un carácter estratégico tanto para los que pretenden facilitar el camino para la rotación transnacional del capital, como para los que apuestan por contribuir con su resistencia y lucha a la actual tendencia emancipadora de América Latina.

Tal es la importancia estratégica de las elecciones presidenciales en la patria de Bolívar. Los resultados de la contienda, por tanto, trascenderán el campo de este país sudamericano (en la que la socialización de la renta petrolera ha significado para la mayor parte del pueblo venezolano una mejoría sustancial en sus condiciones de vida), pues su impacto será crucial en la configuración del escenario político latinoamericano para los próximos diez años. Si bien es verdad que las revoluciones ni se importan ni se exportan, es evidente que el curso y los ritmos de otros procesos similares en nuestra América estarán determinados, en gran parte, por el triunfo o la derrota del presidente Hugo Chávez.

Pero, para completar el cuadro de la importancia que tiene Venezuela, también es un hecho que la forma que vaya tomando la contrarrevolución en América Latina y el Caribe  —particularmente frente a los procesos revolucionarios de Bolivia, Ecuador y Nicaragua, en primer lugar, y en menor medida frente a los gobiernos progresistas de Brasil, Argentina y Uruguay— está en dependencia de cómo terminen este domingo las fuerzas conservadoras y ultraderechistas de Henrique Capriles. De ahí que no sea casual la concentración que Estados Unidos ha hecho, en recursos de todo tipo, para apoyar al candidato de la derecha. De hecho, sólo comparable con sus planes hacia Cuba, el Gobierno de los Estados Unidos ha dirigido cientos de millones de dólares para la subversión del gobierno bolivariano a través de organismos como la NED y Usaid. De la guerra mediática ni hablar, es demasiado lo que se ha golpeado a Chávez desde ese lado.

En Chávez se resume el proyecto político predominante en América Latina. Independientemente de que se lo llame socialismo del siglo XXI, socialismo comunitario, vivir bien o revolución ciudadana, Venezuela está jugando el papel articulador de las distintas maneras no capitalistas de concebir, ver y sentir el futuro de la humanidad y el planeta. La recuperación de los recursos naturales y devolverle la soberanía y dignidad a los pueblos figuran entre las más importantes. No sería nada exagerado afirmar que el gobierno bolivariano también es un factor favorable para gobiernos progresistas dentro del capitalismo que hoy existen en el continente y que apuestan a una mayor autonomía ante los Estados Unidos.

La fuerza de su pueblo y líder han posibilitado la creación de condiciones favorables para la unidad y la integración de esta parte del continente. La presencia activa del gobierno bolivariano ha sido casi decisiva para el nacimiento de la Alternativa Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (Alba) y para la reciente fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), así como para el potenciamiento de Unasur y la proyección del Mercosur, donde Venezuela acaba de entrar luego de una mala jugada imperial (el presidente paraguayo Fernando Lugo fue derrocado por un golpe de Estado, principalmente para impedir el ingreso de Venezuela a ese mercado, pero ese país fue suspendido de ese mecanismo de integración). 

Sobre la base de la referencia ideológica y moral de la revolución cubana y por el papel estratégico que ha jugado desde 1998 (la primera victoria electoral de Chávez en medio de un mar de gobiernos latinoamericanos neoliberales), a Venezuela le ha tocado jugar el papel de vanguardia política en la lucha contra el imperialismo, lo cual explica, por cierto, el asedio permanente que sufre —junto a Bolivia— de manos de los Estados Unidos. 

En Venezuela empezaron las victorias político-electorales de la izquierda en nuestra América y su aporte a la construcción de otro tipo de pensar y practicar la democracia ha sido fundamental, como la incorporación de la figura de la revocación de mandato que no existe en los países del capitalismo central, así como en la creación de mecanismos de la más amplia participación social en la construcción de un nuevo tipo de poder.

De la solidaridad y la cooperación, ni hablar. Con el ejemplo cubano de varias décadas, a Venezuela se le debe también las múltiples formas de cooperación que varios pueblos y gobiernos han recibido durante años, con lo cual se aportó —como dijo en Che Guevara en Argelia— a la desmercantilización de las relaciones internacionales.

Con Capriles ocurre todo lo contrario. A pesar de que su discurso ha pretendido no negar la orientación del cambio en Venezuela y más bien apropiarse de sus principales conquistas —que es un fenómeno similar en países como Bolivia y Ecuador, donde la derecha también se camufla—, los orígenes y posiciones de clase del candidato de la Mesa de Unidad (MU) no han podido ocultar por mucho tiempo su identificación con los intereses del capital.

En el político opositor se concentra el proyecto de una nueva privatización de los recursos naturales que el capital busca desesperadamente en América Latina, a manera de ampliar la nueva recolonización en marcha que los países del capitalismo central llevan adelante en África —principalmente del norte— y Asia.

El capitalismo está en crisis y su estrategia para salir de ella pasa por el retorno a formas de acumulación originaria. Las invasiones militares con innumerables pretextos han empezado en África y Asia, apuntando al saqueo de los recursos naturales. Venezuela y América Latina en general es bastante rica en recursos que le interesan al imperio para su reproducción: petróleo, gas, agua dulce, biodiversidad y plantas medicinales.

Como se podrá observar, América Latina tiene hoy una importancia estratégica, ya sea para los paradigmas emancipadores o para el proyecto de dominación imperial. Dentro de ese contexto general, Venezuela juega un papel predominante.

Una derrota de la oposición, que se presenta como inevitable según los sondeos de opinión de empresas independientes, producirá consecuencias todavía imprevisibles en la derecha: desde una reconfiguración interna de fuerzas hasta la puesta en marcha de métodos no democráticos de desestabilización. El anuncio de algunos grupos minoritarios de emplear la violencia ante una victoria de Chávez flota en el ambiente y es una amenaza real. Todo dependerá de la diferencia de votos entre uno y otro.

El otoño del Supremo

Ricardo Paz Ballivián

Es un hecho que Hugo Chávez Frías, paradigmático caudillo neopopulista de principios del siglo XXI, perderá las elecciones este domingo 7 en Venezuela. Las perderá así obtenga más votos que su adversario, el joven abogado caraqueño Henrique Capriles. El proyecto bolivariano parece estar haciendo aguas y su desgaste político es evidente, inclusive si obtiene el espejismo de una apretada victoria en las urnas.

La democracia venezolana ya obtuvo la victoria estratégica de este proceso al reponer la competencia electoral real. Se logró consolidar lo que se atisbó desde los resultados electorales de las legislativas del año 2010: el proyecto de partido único o partido hegemónico fracasó rotundamente en su afán por imponerse como modelo de administración política en Venezuela.

La campaña de Capriles logró lo que nadie antes en los 14 años anteriores: la gente le perdió el miedo al cambio. Sobre todo, le perdió el miedo al día después de Chávez. La amenaza del apocalipsis, si es que perdía el presidente-candidato, ya no logró el efecto de parálisis e impotencia de otras oportunidades. Hoy, los venezolanos recuperaron la dignidad y la alegría, recobraron la confianza y el derecho a elegir libremente. Las imponentes caminatas y concentraciones organizadas por la Mesa de Unidad así lo demuestran.

Fiel a su estilo, Chávez llevó adelante una campaña de ataques, descalificaciones abiertas y rumorología encubierta. Agotado por la convalecencia de una enfermedad cuya gravedad sólo conocen él y sus allegados, apenas participó de unas pocas manifestaciones públicas y se concentró en los medios masivos de comunicación.

Capriles, por su parte, ejecutó una estrategia impecable de contacto directo y llevó su mensaje de alegría y esperanza hasta el último rincón de Venezuela. El exgobernador del Estado de Miranda atravesó caminando el país de norte a sur y de este a oeste sin descanso. Su mensaje fue simple y profundo: “Hay un camino”, les dijo a sus compatriotas y permitió vislumbrar una alternativa de progreso y desarrollo que corrija todo lo malo que deja la administración saliente, pero que plantea recoger y mejorar todo lo bueno que se logró, sobre todo en materia social.

En las elecciones de este domingo se define el futuro político de Venezuela y también, en buena medida, las perspectivas de vigencia del denominado “socialismo del siglo XXI”. Los resultados serán nerviosamente esperados sobre todo en Cuba y Nicaragua, cuyas economías son altamente dependientes del “petróleo solidario” de Venezuela, pero también en Ecuador y Bolivia, donde los gobiernos son muy afines a las ideas de Chávez. Las implicaciones políticas de una eventual derrota en las urnas del Partido Socialista Unido de Venezuela se verán casi de inmediato en las elecciones ecuatorianas de febrero de 2013 y un poco más a mediano plazo en los comicios generales de diciembre de 2014 en Bolivia.

De todas maneras, cualquiera fuera el resultado, parece que resultará insostenible la política de “cooperación” que Venezuela estuvo llevando a cabo para promover su “revolución bolivariana”. Hay quien afirma que Chávez “regaló” a cerca de 40 países la friolera de 70.000 millones de dólares en estos 14 años. Un esquema así es insostenible con la existencia de una oposición democrática en el Parlamento y con el retorno del equilibrio político propio de un sistema multipartidario.

En Bolivia, las implicancias de una victoria de Capriles serían inmediatas, no solamente por la anunciada “revisión” de las relaciones diplomáticas planteada por el ministro de Gobierno, Carlos Romero, sino por el impacto emocional que ésta provocaría en el seno de la variopinta composición política del actual esquema gobernante. Es de esperar que los sectores “indigenistas” (o pachamamistas, como alguien los bautizó) se vean fortalecidos ante los defensores del capitalismo de Estado, que en los últimos tiempos se habían anotado varios avances tácticos en su lucha interna.

Una contingente caída de Chávez sería especialmente resentida en el círculo político que rodea al vicepresidente Álvaro García Linera, quien, se dice, es el vínculo más sostenido entre los gobiernos de Venezuela y Bolivia. En cambio, se cree que los adherentes al canciller David Choquehuanca podrían resultar beneficiados de un nuevo reacomodo de fuerzas.

En el ámbito externo al partido de Gobierno —a pesar de que el sistema electoral boliviano incorpora la segunda vuelta o “ballotage”, es diferente del venezolano, de una sola vuelta por simple mayoría—, la oposición política, en especial Unidad Nacional de Samuel Doria Medina, podría ver en la victoria opositora venezolana la confirmación del acierto de promover la unidad de la oposición política boliviana; y, sin duda, que las inminentes elecciones para elegir gobernador en el Beni se verían claramente influenciadas por dichos resultados.

El camino hacia las elecciones generales de 2014 también adquiriría un nuevo cariz. Los opositores verían que no es imposible derrotar en las urnas a presidentes–candidatos, a pesar del enorme despliegue logístico y económico del que hacen gala. Y tampoco es descartable pensar que el propio Evo Morales reevaluaría su intención de buscar una nueva reelección. En suma, las inercias políticas podrían verse gravemente alteradas dependiendo de lo que suceda este domingo en Venezuela.