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Ahora se impone el buen tino y la mesura

Marcelo Ostria Trigo

Las elecciones en Estados Unidos siempre han captado el interés mundial, pues se trata de la primera potencia económica y militar del planeta. Este país tiene otras fortalezas: cuenta con una tradición de 236 años de continuidad institucional y es pionero en  la creación  del sistema democrático moderno. A la vez, sus gobernantes respetan los derechos civiles de ciudadanos, como el de decidir la alternancia en el poder público.

Sobre las elecciones del 6 de noviembre, se pensó, con razón, que se puso en juego el futuro de todos; que de sus resultados se podía esperar la continuidad o no de la paz y la seguridad internacionales. Es más, se pensaba en cambios de actitud y acercamientos fructíferos.

Hay una constante en los gobiernos de Estados Unidos: el presidente, en su primer periodo constitucional de cuatro años, tiene cuidado en no asumir posiciones que electoralmente pudieran resultarle impopulares y dañar su intención de ser reelecto. Las campañas por la nominación de candidatos comienzan en el tercer año del mandato presidencial. Son, entonces, dos años de obligada prudencia. Ese cuidado no es usual durante el segundo periodo.

Obama ha sido reelecto, pero no ha obtenido la mayoría de la Cámara de Representantes, sin la cual no podrá cumplir varios de sus proyectos. De hecho, hasta ahora, las relaciones entre la Casa Blanca y la Cámara de Representantes fueron difíciles y no hay señales de que esto vaya a cambiar. Podría ocurrir que el Partido Republicano, que pese a perder la presidencia tuvo un mejor desempeño que hace cuatro años, reitere sus demandas de una política dura con los gobiernos que se enfrentan a su país.

Una de las más difundidas observaciones a los debates previos a las elecciones fue que ni el presidente Obama ni el aspirante republicano Mitt Romney revelaron sus planes con América Latina. Esto fue visto como desinterés de ambos, que hizo que crezca aún más la sensación de que habrá en el nuevo gobierno un sensible abandono de esta región, de la que siempre Estados Unidos fue socio.

Las relaciones de la potencia con varios países de la región no son  buenas. Para comenzar, el mandatario venezolano, Hugo Chávez, ahora ya aliado con los ayatolas de Irán y con el dictador sirio Bashar al Asad, no cesa de promover un frente antiestadounidense, todo con agravios y provocaciones. La pasividad de la administración de Obama con el “bolivariano” fue asumida por sus opositores republicanos como una muestra de debilidad. Las actitudes de Chávez dan la tónica a sus socios de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba).

Sorpresivamente, se unió a esta campaña la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner. Un ejemplo: su canciller Héctor Timerman, en una desorbitada actuación, encabezó personalmente la revisión en Ezeiza de un avión norteamericano que llevaba a Buenos Aires material para un anteriormente concertado curso de capacitación de la Policía argentina, y que fue retenido, lo que creó un incidente diplomático inútil. Pero hay más: un discutido personaje de Gobierno allegado a la mandataria Fernández es vocero político en favor de los planes de Irán para fabricar armas nucleares, lo que ciertamente va a seguir irritando al nuevo gobierno de Obama,

Las relaciones entre Bolivia y Estados Unidos están notoriamente congeladas, más aún luego de las expulsiones resueltas por el presidente Evo Morales del embajador Philip Goldberg y de la DEA (Drug Enforcement Administration, en inglés). Con frecuencia, se anuncia que se está a punto de “normalizar” las relaciones entre ambos países, que se habría llegado a un acuerdo para que sus relaciones se desarrollen en un marco de mutuo respeto. Los baldes de agua fría para quienes anuncian esta normalización son también frecuentes. Se repiten con insistencia los ataques verbales a las instituciones estadounidenses, a su modelo político y económico y, finalmente, se alientan protestas frente a la sede de la Embajada estadounidense en La Paz, por la negativa de Washington a conceder la extradición de Gonzalo Sánchez de Lozada, un asunto que se resolvió por la vía jurídica y no política, a decir de un representante diplomático de Estados Unidos.  

Hasta hace poco, se tenía la esperanza de que finalmente se pudiera llegar a un acuerdo para revitalizar las adormecidas relaciones entre Bolivia y Estados Unidos. Inclusive, la declaración del presidente Evo Morales en sentido de que prefería que sea reelecto Obama pudo ser un gesto amistoso. Pero a poco de conocerse los resultados, vino la agresión: 

Morales salió a restarle crédito a los resultados electorales del martes y afirmó que en Estados Unidos el pueblo no elige al primer mandatario, sino las grandes corporaciones. Dijo que las candidaturas de Barack Obama y de Mitt Romney recibieron importantes financiamientos que direccionaron el voto, al margen de qué opinen los ciudadanos estadounidenses. Y reafirmó: “Lamentablemente, el pueblo norteamericano no decide quién va a ser presidente o vicepresidente”.

Con semejantes agravios, se duda de que el propósito del Gobierno de Bolivia sea llegar a la tan anunciada “normalización” de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Tampoco se pueden prever las reacciones de Washington ante las reiteradas provocaciones y actitudes inamistosas. La nueva administración de Obama, ahora sin ataduras electorales, seguramente estará más dispuesta a tomar el toro por las astas, presionada a la vez por sectores importantes del Congreso. Se impone ahora, entre nosotros, mesura y buen tino

Grandes contiendas, pequeñas expectativas

David  Sánchez Heredia

Las elecciones celebradas el martes 6 en Estados Unidos definieron el rumbo de la política de ese país con el resto del mundo.
Previamente, es importante resaltar, en este contexto, las expectativas que aún permanecen latentes para nosotros los latinoamericanos respecto a la posibilidad de que el Premio Nobel de la Paz 2009, Barack Obama, apueste por una verdadera democracia con base en el diálogo, la concertación y principios de paz en contra de la confrontación, la guerra armada y la injerencia política.

Asimismo, es importante considerar que, no sólo para los electores latinos en Estados Unidos, sino para toda la comunidad internacional latinoamericana, el Presidente reelecto asuma con total seriedad su responsabilidad con el voto latino, tomando en cuenta el registro de aproximadamente unos 12 millones de votantes hispanos, catalogados como la primera minoría de ese país, que definieron el éxito del representante demócrata.

Con tal motivo, no es casualidad que el mandatario Evo Morales haya señalado, posteriormente al recuento de los resultados electorales, que Obama debe reconocer y valorar el voto latino, entendiendo esto no sólo como una forma de reivindicación democrática-electoral, sino como una manera de exigir el respeto a la soberanía y autodeterminación de nuestros pueblos.  Esta última elección, catalogada como la más peleada en la historia de Estados Unidos, merece ser planteada a través de un análisis de tres posibles escenarios:

El primero, que corresponde a una posibilidad optimista, es decir, favorable, que también puede ser denominada como adecuada o ideal. Concretamente, esperar para Bolivia el retorno de la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de Drogas (ATPDEA, en inglés) mediante la apertura de mercados para productos textiles, madera, curtiembre y otros, sin condicionamientos; el respeto y reconocimiento del último informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que certificó la reducción de los cultivos de hoja de coca en un 13% y valoró la lucha contra el narcotráfico emprendida desde el Gobierno boliviano.

En ese contexto, esperamos un cambio en la política de relaciones internacionales, que restablezca la diplomacia sin injerencias y con respeto a la soberanía territorial y la dignidad de los pueblos; es decir, que evite presiones políticas del pasado, ejercida con los anteriores gobiernos de corte neoliberal, y, asímismo, permita la demanda internacional de extradición de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien debe rendir cuentas a los bolivianos.

Un segundo posible escenario sería la continuidad del panorama político económico y social que hemos vivido los últimos cuatro años con Obama, en el que primó la falta de reconocimiento a las políticas sociales y las reivindicaciones latinoamericanas. Recordamos la ausencia de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en la 42 Asamblea General de la OEA, celebrada en Cochabamba. La funcionaria anunció su excusa como exceso de trabajo en su país y derivó su representación a la secretaria adjunta de Estado para América Latina, Roberta Jacobson. Este hecho demuestra categóricamente la falta de atención y no importismo a las propuestas programáticas que los países de la región construyen a través de bases sólidas de la autodeterminación de los pueblos.

El Gobierno de Estados Unidos también había comprometido ofrecer respuestas concretas respecto del intercambio comercial con países latinoamericanos; en cambio, ha producido la reducción de las exportaciones latinas a su territorio de un 50% a un 33% e incrementó al doble sus exportaciones a México con relación a China, y en cinco veces más a Brasil que a Rusia, lo que mostró una marcada tendencia a proteger su mercado como medida para acelerar la recuperación de su economía.

El último y tercer escenario estaría enmarcado en los resultados de una política internacional pesimista y retrógrada, estigmatizada por la falta de decisiones relevantes del presidente Obama.

Todo ello obstaculizado por una mayoría legislativa republicana en el Congreso. En síntesis, todo este panorama político contrario trunca significativa y definitivamente las relaciones diplomáticas latinoamericanas que Obama quisiera o pretendiera establecer con América del Sur y particularmente Bolivia. En otras palabras, el establecimiento de un régimen y su presidente, que no sólo ponen en riesgo su economía y su política, sino que llevan a debacle la misma estabilidad del mundo entero.

Si estos escenarios son de hecho complejos con Obama, no me imagino la difícil situación que se hubiera presentado con el republicano Romney.