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La discriminación y la masa

No puede permitirse a la multitud lo que no se permite al individuo”. Seguro que esta frase la dijo alguien que nunca fue a un campo deportivo ni estuvo en una manifestación política. Por eso el artículo de Rubén Atahuichi (La Razón, 29-01-13) sobre “cholis” y gays” lleno de reflexión, buenas intenciones y de datos que conocemos a diario mereció el apoyo de varios, pero seguramente el escepticismo de muchos.

Un ejercicio de reflexión como éste puede resultar beneficioso si citamos a dos grandes de la psicología,  Sigmund Freud  y Gustave Le Bon,  que  desarrollaron las teorías sobre psicología de masas con lucidez en las que aseguran que “el individuo integrado en una multitud adquiere, por el sólo hecho del número, un sentimiento de potencia invencible, merced al cual puede permitirse ceder a instintos que antes, como individuo aislado, hubiera refrenado forzosamente. El sólo hecho de hallarse transformados en una multitud les dota de una especie de alma colectiva”.

Rubén Atahuichi nos mostró los ejemplos que en el fútbol se dan casi a diario en el mundo, incluso en la “culta” Europa, donde, sin embargo, las leyes han comenzado a funcionar con rigor contra el racismo y la discriminación.  

Las reflexiones del columnista recibieron muestras de apoyo, aunque no faltaron los que atribuyen los insultos raciales y discriminatorios al folklore del fútbol que no debería preocuparnos. Es el mismo argumento que algunos de los fanáticos en la Argentina esgrimen para justificar el uso del gentilicio de boliviano o paraguayo para descalificar al rival, generalmente el Boca Juniors, por parte de las barras de sus ocasionales adversarios. Ese argumento dice que gritarle boliviano o paraguayo a un jugador no puede ser considerado discriminador. Si eso fuese así, uno se pregunta ¿por qué lo usan?

Es muy hipócrita escuchar a hinchas decir “yo les canto así pero ellos son los que se sienten discriminados, nosotros no insultamos”. Ésa es una falacia enorme, ya que en la cancha uno le canta al rival para agredirlo. Por lo tanto, si unos cantan que los otros son bolivianos y paraguayos, lo hacen porque a esos gentilicios le están incluyendo simbolismos negativos. No están cantando para alentar; lo hacen utilizando las palabras como insulto discriminador y racista. El tema, insisto, es que a la gente de Boca no le llega. A los que se está insultando son al boliviano y paraguayo, que escuchan cómo su gentilicio es utilizado como insulto. Es así de simple.  

Los voceros oficiosos de las mismas barras dicen que cuando juega la selección, todo el estadio suele gritar “El que no salta en un inglés”, obviamente por la disputa de las Malvinas que mantiene Argentina con Inglaterra. Lo curioso es que poca gente salta, lo que nos da una dimensión de que en el alma colectiva los argentinos se sienten menos que los ingleses, pero superiores a los bolivianos y paraguayos. Sin embargo, para no caer en la misma degradación de la generalización de la masa, es bueno destacar que hay millones de argentinos que individualmente respetan la ley y rechazan la discriminación.

La pregunta en este contexto de las canchas argentinas es ¿qué sienten los defensores de la masa anónima que insulta en los campos deportivos cuando en el exterior usan nuestro gentilicio para insultar? ¿Qué dijeron cuando el presidente de un club de fútbol en el norte argentino se “quejaba” de que el árbitro les había insultado “acusándolos” de bolivianos? ¿Son el Bolívar o el The Strongest los que se sienten ofendidos con aquello de “cholis” y “gays”?  No. A los que se ofende, porque se usa su condición para insultar, son a la chola y al homosexual. Y utilizar una condición humana, con la intención de ofender, es discriminatorio, es racista y está contra la ley.

Se le atribuye a Ernesto Che Guevara la frase de que “un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Así le fue.  Sin embargo, cuando eso ocurre, cuando un pueblo  odia,  pensando por ahí en forma equívoca que su enemigo es brutal, la personalidad consciente desaparece; la voluntad y el discernimiento quedan abolidos.

¿Cuál es la diferencia  cualitativa entre los  odios  políticos y los  deportivos, cuando la masa es extraordinariamente influenciable y crédula, carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para ella? Es simple. Ejemplos hay muchos. Argentina está contando por centenares sus muertos por la violencia de sus barras bravas en las canchas. Lo peor es que aprendemos únicamente de los malos ejemplos. Sólo recuerden cuando un imbécil le arrojó un banano al astro brasileño Neymar en el partido entre Bolívar y el Santos y la masa festejó la “ocurrencia”.

En varios países que está haciendo algo en la lucha contra el racismo y la discriminación, los partidos se paran cuando se cantan temas racistas. Argentina está dando ejemplos, aunque aún le falta mucho por hacer.

En todo caso, leyendo a Le Bon y Freud me aseguro que la mayoría de las personas que lean este artículo coincidirán con esta reflexión. Lo malo es que una vez en la masa, y me incluyo en ella, seguramente como en el caso de Jekyll y Hide, el alma colectiva nos hará  sentir, pensar y obrar como una entelequia sin forma ni cuerpo, pero sobre todo impune.