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Papa Bergoglio y la Iglesia argentina

De manera sorpresiva, ya que nunca había estado en las listas de “papables”, el cardenal argentino Jorge Bergoglio fue elegido Papa el miércoles. La elección de su nombre papal —Francisco (por Francisco de Asís)— simboliza la imagen que el ahora Pontífice construyó en Argentina en estos últimos años y, seguramente, con la que quiere representar su papado.

Hay una cuestión importante que vincula a Bergoglio con la política argentina: es considerado un opositor por el Gobierno y nunca se preocupó por disimular esa posición. Como hombre fundamental de la Iglesia nunca se expidió tácitamente contra la administración de Cristina Fernández, pero sus homilías fueron famosas por referirse a temas —pobreza, corrupción, ostentación, confrontación— sensibles, y que en el Gobierno eran leídos como ataques directos. De hecho, la Presidenta jamás asistió a los tradicionales tedeums en la Catedral argentina. El problema para el Gobierno es que Bergoglio tiene una imagen muy alta en la sociedad argentina en términos no fácilmente discutibles: austeridad e independencia. Éste es el aspecto que más irritación genera al entorno gubernamental.

Desde el mismo momento en que Francisco fue elegido, empiezan a aparecer en los medios de comunicación oficialistas o partidarios de Fernández las relaciones que el entonces sacerdote jesuita tuvo con la dictadura militar de 1976, sobre todo por su aparente responsabilidad, o al menos prescindencia, en la detención de dos sacerdotes jesuitas de su congregación (Orlando Yorio y Francisco Jalics).

La Iglesia argentina de tiempos de la dictadura no fue la Iglesia chilena ni la Iglesia brasileña, las cuales se destacaron por su oposición a las violaciones a los derechos humanos. La Iglesia argentina de los 70 observó tres posiciones: los sectores más reaccionarios en un extremo, la influencia tercermundista en el otro y en el medio quienes se refugiaron en la misión religiosa y no intervinieron activamente en la historia de esos años. Es claro que en su jerarquía institucional, la Iglesia argentina cumplió un papel casi cómplice con la dictadura.

Bergoglio, entonces sacerdote recién ordenado (se ordenó a las 32 años), revistaba en la congregación jesuita, lo cual ya dice algo sobre su imaginario social, al tiempo que se acercaba a un sector de la ortodoxia peronista de los 70: Guardia de Hierro. Es decir, el cura comulgaba con un sector de la Iglesia Católica, a la vez que se vinculaba a la política desde el peronismo, actitudes y actividades que no lo acercaban precisamente al sector de la Iglesia colaboracionista con la dictadura. El episodio de los dos sacerdotes jesuitas de su congregación, si bien no enaltece la actuación de Bergoglio, lejos está de significar una vinculación e influencia en la dictadura militar, y esto sin mencionar la corta edad de Bergoglio en ese momento, aparte de no revistar ni cerca en la estructura jerárquica de la Iglesia.

El hecho que la Iglesia argentina, en su cúpula, haya estado muy cerca de la dictadura permite que sus integrantes sean sospechados, si es necesario hacerlo, así como incentiva la búsqueda de archivos y antecedentes. Una cuestión es haber colaborado con la dictadura como muchos obispos y sacerdotes lo hicieron, incluso yendo a los centros clandestinos de detención a obtener información en forma de confesiones, y otra es, más allá de algunos hechos, declararlo cómplice de la dictadura.

Por otra parte, se enfocan los cañones contra Bergoglio por su posición contraria al matrimonio igualitario y al aborto, posiciones filosóficas (teológicas) de la Iglesia, por las cuales no es esperable que sus integrantes no la mantengan, de la misma manera que no es posible que una posición política socialista defienda la desigualdad social.

La elección papal de Bergoglio es una sorpresa y una mala noticia para el Gobierno argentino. Argentina, si bien se dice católica en su mayoría, es una sociedad secularizada que toma posiciones en el debate político con base en reflexiones propias, excepto en cuestiones en las que la perspectiva religiosa es significativa como el tratamiento del aborto legal. En este sentido, la influencia de Bergoglio era, y es, importante en tanto que, como líder de la Iglesia, opina como figura pública. Las posiciones enunciativas de Francisco no influyen tanto en la religiosidad de los argentinos como sí lo hacen en el debate político de la Argentina. Este aspecto es lo que más le cuesta digerir al Gobierno de la elección de Bergoglio en un año político electoral.

Por último, una opinión de una voz importante y que de alguna manera refrenda lo que este texto quiso señalar: “Esperamos que tenga el coraje para defender los derechos de los pueblos frente a los poderosos, sin repetir los graves errores, y también pecados, que tuvo la Iglesia. Durante la última dictadura argentina los integrantes de la Iglesia Católica no tuvieron actitudes homogéneas. Es indiscutible que hubo complicidades de buena parte de la jerarquía eclesial en el genocidio perpetrado contra el pueblo argentino, y aunque muchos con “exceso de prudencia” hicieron gestiones silenciosas para liberar a los perseguidos, fueron pocos los pastores que con coraje y decisión asumieron nuestra lucha por los derechos humanos contra la dictadura militar. No considero que Jorge Bergoglio haya sido cómplice de la dictadura, pero creo que le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles”. Las palabras corresponden al argentino Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980.