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Ricardo Aguilar Agramont: Un olor a santidad y el robo de joyas de la Virgen

Cuando se supo del robo de las joyas de la Virgen de Copacabana uno se ponía a pensar en por qué los curas no usan un poco de su oro para invertir en medidas de seguridad, precisamente, para el oro que tienen. Luego me dije: “ya que los robos de joyas y obras de arte en sus iglesias son tan frecuentes seguramente ésa no es su prioridad”.

Por supuesto que el camino a la salvación de los sacerdotes y —¿quién te dice que no?— al olor a santidad de nuestros curas —en potencia los primeros santos bolivianos— tiene otras prioridades.

Luego se supo que se aprehendió, por entrar en contradicciones en sus declaraciones, a dos sacerdotes (entre ellos al rector del santuario), al sacristán, al portero de Entel, a un policía y a un religioso… “¿Un religioso?”, se preguntará más de un lego que se precia de ser muy religioso. La respuesta es que en el “coba” eclesiástico, “religioso” designa al masculino de “monja”.

La aprehensión no significa que sean sospechosos, dice la Policía con más precaución que tacto; pues, hablando “a calzón quitado”, tampoco se puede sostener que signifique que despidan un agradable aroma a santidad.

Un mes antes del robo murió de sopetón el can del santuario, lo que hizo pensar en un plan maestro largamente tramado que apuntaría al pillaje internacional, en el que, sin duda, estarían involucrados George Clooney y Catherine Zeta-Jones.

Lo cierto es que la escalera por donde habrían subido los malandrines daba a una ventanilla cuadrada por la que sólo habría podido ingresar un niño o algún bellaco víctima de la acondroplasia (enfermedad deformativa conocida vulgarmente como “enanismo”). La muerte del podenco y la posibilidad de que una persona con acondroplasia haya participado en el robo sólo ratificaba la tesis de una genial maquinación urdida por una cuadrilla internacional de granujas dirigida por Clooney. Pero hay que pisar tierra y descartar eso. Los ladrones no entraron por la ventana…

He aprendido a no fiarme en los curas. No se puede confiar en personas que enuncian el discurso de poder por excelencia, que es —como dice Roland Barthes— “aquél que engendra la falta” y por tanto la culpabilidad en el receptor del mensaje.

Un “detritus” de contrición será lo que les espera a estos curas en caso de ser involucrados en el crimen. De ser así, habrá que perdonarlos como buenos cristianos que somos y desear que la virgencita de Copacabana los colme de bendiciones…