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Juan M. Guevara: Una trabajadora del hogar boliviana ayudó al Che a interesarse por Bolivia

Por primera vez, el menor del Che llegó a Bolivia. El primer sentimiento —señala— fue de nostalgia de llegar al país donde murió su hermano. ‘Tin’ , como le dicen de cariño, participó de la presentación de un libro sobre el guerrillero, a días de conmemorarse otro año del nacimiento de Ernesto Guevara de la Serna (14-06-1928). Uno de tantos recuerdos son las charlas que sostenía el Che con su trabajadora del hogar, que era boliviana, quien lo habría impactado tanto para venir a Bolivia.

A principios de la década de los 50, la familia Guevara de la Serna contrató a una trabajadora del hogar, Sabina Portugal. Juan Martín Guevara, el hermano menor de cinco, cuenta que era una mujer de origen aymara, que aunque no vestía de pollera, tenía todos los rasgos de una campesina trabajadora. Según recuerda, ella fue la amiga y cómplice de Ernesto Che Guevara, a quien motivó para interesarse en Bolivia. 

Asegura que las largas conversaciones entre ambos  sobre el país pudo haber impactado al líder revolucionario, que un día decidió viajar al país durante la época de la revolución.

Instalado por unos días en La Paz, el Tin, como le llaman de cariño, destaca la transición boliviana de un   régimen de gobiernos neoliberales a uno socialista, el cual está en plena etapa de evolución y en el que —dice— todos deben participar. En su calidad de presidente honorario de la Asociación por las Huellas del Che, llegó por primera vez a Bolivia la pasada semana, para la presentación del libro Con la mirada al sur (sobre la vida del guerrillero), de los autores cubanos Froilán González y Adys Cupull, justo a unos días de conmemorarse otro año del nacimiento del Che (14-06-1928).

— ¿Qué le contó el Che de Bolivia?

— En 1953, él (el Che) llegó a Bolivia en plena época revolucionaria, durante el gobierno de Víctor Paz Estenssoro. Desde aquí escribía cartas hablando mucho del país y lo que vio de las movilizaciones y la organización del pueblo en las calles, y las medidas que fueron tomadas en ese momento, como las nacionalizaciones y otros acontecimientos. 

— ¿Y cómo se anima a venir a un país entonces tan conflictivo?

— Antes de que salga de Argentina, cuando tenía unos 25 años, teníamos de trabajadora del hogar a una muchacha, Sabina, boliviana, aymara, que tenía un apellido originario pero se lo cambió, no sé por qué, por Portugal. Era la típica mujer del altiplano, hablaba muy poco, español corto, con sus costumbres, aunque no de vestimenta chola. Como yo era niño, era muy amiga mía, pero más de Ernesto, y juntos compartían largas conversaciones e imagino que lo que ella le contaba sobre la vida en Bolivia le impactó de tal forma, que decidió salir y conocer este país.

— Ernesto era el mayor de los cinco hermanos y usted, el menor. ¿Cómo era la relación de ambos?

— Entonces, la relación con él era muy divertida, jovial, desde decirnos barbaridades hasta ir al fútbol juntos. Habían 15 años de diferencia, es decir, que cuando él estaba en la Facultad de Medicina, yo tenía unos seis años. A medida que yo crecía, él siempre viajaba y tenía una particular forma de estudiar. Desde chico,  por lo que me contaron, con su problema del asma, la continuidad de sus estudios se cortaba constantemente; a veces iba irregularmente a la escuela o a la universidad, pero tenía una forma de lectura veloz y eso le ayudó. Era un ganador y logró egresar como médico, pese a la interrupción de los viajes seguidos y la enfermedad.

— ¿Cómo fue la transición de un Ernesto estudiante a ser “el Che” líder político y revolucionario?

— Tuvimos una familia politizada,  así surgió el Ernesto dirigente y líder futuro, aunque todos estábamos preocupados de la política, literatura, filosofía y la cultura. La familia siempre era receptáculo de todo tipo de gente que tenía una vivencia fuerte en esos ámbitos. En la medida que viajaba y volvía, se notaba los cambios de actitud, y en las cartas cuando estaba fuera. Era un Ernesto distinto. Más comprometido con la realidad, menos turístico y más metido en los problemas sociales, comprometido con la política y las transformaciones de sectores oprimidos.

— Es decir, siempre quiso ir a otros países a hablar de la revolución.

—No, nosotros como familia dimos vueltas por todo el país y eso marca de dónde somos y cuál es nuestro lugar. El conservadurismo geográfico no lo tuvimos, tampoco una situación económica regular; siempre con altibajos, pero sin mucha preocupación sobre ese tema.

— ¿Ernesto se fue de Argentina por convicción o necesidad?

— Mi casa era muy particular; una  hermana arquitecta se fue a Austria, otro es abogado y cada quien hizo lo suyo. No había reglas, cada uno elegía el camino a seguir en su vida como mejor le pareciera y mejor le saliera, no fuimos una familia como las que se reúnen todos los domingos; cada quien hacía sus cosas.

— Ernesto tomó un camino singular, tomó las armas…

— No venimos de una familia dogmática, sino de un núcleo familiar diverso. Eso marcó que no definíamos al socialismo como cuestión ideológica, sino que entró en nosotros ese concepto de la revolución, como se conocía antes, o la transformación, como se conoce ahora. Él decía ser un aventurero, pero de otro estilo, porque ponía el cuerpo. Con la diferencia de que él tomó las armas para la transformación y como cada uno estaba en lo suyo, no nos constituimos en un núcleo político para discutir si aquello estaba bien o mal.

— ¿Porqué las armas? ¿Era la única opción para revolucionar?

— Era una época de conflictos armados, crecimos después de la Segunda Guerra Mundial, la de Corea, Vietnam… Crecimos en medio de conflictos bélicos, de lucha de clases e intereses políticos de los países. Las armas eran el factor de poder, eran un medio, ya sea en manos de unos o de otros. No éramos pacifistas ni religiosos como familia, es decir, no hubo una posición desde lo conceptual o de conciencia. Por supuesto, algunos estaban de acuerdo, otros no.

— ¿Cómo debe ser una revolución o transformación actualmente?

— Las nuevas generaciones deben entrar en una mirada del Ernesto niño, adolescente y joven antes de convertirse en el Che. Deben entrar en el terreno de la transformación de la realidad, del pensamiento político, ideológico, filosófico y cultural para crear al hombre nuevo. Como decía el Che: “No es posible crear el hombre nuevo con las viejas armas o la vieja estructura”. Creo que es un proceso en el cual hay que ir haciendo cosas para que el ser humano y la mente puedan liberarse, como sociedad, de las ataduras a todo lo que es la vida actual, en la que a veces ni siquiera hay tiempo para pensar.

— ¿Hasta qué punto logró el Che la revolución en Bolivia?

— Aparte del dolor que generó su muerte (09-10-1967), otro golpe duro fue una revolución que se truncaba. El proyecto no era hacer la revolución sólo en Bolivia, sino que este país era la plataforma para que toda Latinoamérica entrara en un camino de liberación. Ése era el proyecto. Bolivia era el punto de inicio hacia el sur y el norte del continente.

— Ahora, ¿cuál es la imagen del Che en Argentina?

— En la asociación que presido, asumimos la tarea de argentinizar la imagen del Che para humanizarla y así poder hablar de su pensamiento, su filosofía y de la conciencia; evitar los clichés, evitar sólo el guerrillero, porque la guerrilla simplemente fue un método para la liberación, la transformación, la igualdad y acabar con la explotación. Él aportó mucho a hallar vías de solución que siguen siendo vigentes, por eso se habla del socialismo del siglo XXI. Siguen presenten muchas de las cosas dichas, como el no dogmatismo, la crítica, la autocrítica y el no quedarse callado.

— ¿Se puede hacer una comparación entre el Che y Evo Morales?

— Una comparación con Evo, con Hugo Chávez (Venezuela), con Cristina Fernández (Argentina)… no sé, porque él no está aquí. Evo ya ha jugado un papel como líder y dirigente, igual que Chávez o Cristina; no necesita de mi opinión para mejorar o no su labor de líder.

— ¿Qué diría el Che de Evo?

— Me disculpo, pero no sé qué diría, no puedo hablar en su nombre.

— ¿Cómo se ve de afuera el proceso de cambio?

— Cuando tenía 20 años decía que en 20 más no habría ningún país en Latinoamérica que no fuera socialista, pero ya tengo 70 años y sólo Bolivia, con sus bloqueos y problemas, lucha por un socialismo del siglo XXI. Es un proceso que no se detiene y en el que todos, obviamente, deben participar. No se debe estar propiciando el quietismo ni el conservadurismo. Pero, como asociación, definimos no meternos en determinadas cuestiones políticas que pueden mejorar o empeorar un conflicto.

Perfil

Nombre: Juan Martín Guevara de la Serna

Nació: 18-05-1943

Ocupación: Empresario (de vinos)

Cargo: Presidente de la Asociación por las Huellas del Che

El ‘Tin’

El Tin es el presidente honorario de esa asociación que hace unos meses consiguió la personería jurídica en Argentina. Nació 15 años después que Ernesto y es el menor de todos los Guevara de la Serna. Actualmente, es dueño de una empresa de vinos en Buenos Aires.

‘Fui el primero en enterarme que Ernesto había muerto’

— ¿Cómo se enteran de la muerte del Che en su país?

— Trabajaba en una empresa láctea como ayudante de repartidor. Era 10 de octubre de 1967, me levanté muy temprano y vi en el primer diario de la mañana la foto; indudablemente, era él. La familia se reunió y se discutía si era un truco fotográfico o no. Mi hermano Roberto vino a Bolivia para identificarlo y en Vallegrande le dijeron que el cuerpo había sido cremado;  entonces dijo que si no le mostraban el cadáver, era una mentira. A su regreso, Fidel Castro, desde Cuba, nos dijo que sí era el cuerpo del Che Guevara.

— ¿Cuándo conversaron por última vez?

— Fue en agosto de 1961 en Punta del Este, cuando se hizo la asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) durante la propuesta de Estados Unidos sobre la Alianza para el Progreso. Pese a que fue difícil tenerlo a solas, porque era representante por Cuba, fue la última vez que nos reunimos los siete: mis padres (Ernesto y Celia) y mis hermanos (Celia, Roberto y Ana María). Ahí tuve mis últimas conversaciones con él, de los cambios políticos en el mundo, del futuro de América y de Cuba.

— ¿Qué fue lo último que le dijo su hermano mayor?

— Hablamos sobre cuestiones del socialismo, los cambios en el mundo y lo que pasaba en Cuba y en otros países. Entre eso y otras cosas, él me pedía que estudie porque sabía que lo mío no era el estudio; yo estaba en la calle, en otras cosas. Mis hermanos, todos eran profesionales. Ahí cortamos rápidamente la conversación y le dije: no. Entonces, me regaló un libro, el manual de economía política de la Unión Soviética, que no sé dónde fue a parar. Tenía 18 años y era militante socialista. Entonces éramos más ingenuos, pero de un día al otro debíamos hacernos adultos.

— ¿Cuántos hermanos viven?

— Roberto, Celia y yo.

— ¿Cuándo se levanta el silencio para hablar sobre el Che?

— Se trata de una autorrestricción de hablar que se levanta en 2009. De alguna manera hicimos ese pacto. Por ejemplo, mi hermana Ana María, que ya murió hace cinco años, dijo en una sola entrevista que le hicieron que nunca hablaría del Che. Después de tantos años, hubo una presión interna y externa para hablar de él.