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Oficialistas

Aquel marzo de 1985 estaba infernal el clima en Río de Janeiro. Un calor cerrado acompañado de unas lluvias que lavaban favelas y nos dejaban a todos en estado de naufragio permanente, sólo se acompañaban con las noticias de la economía de malabaristas que imponía el presidente José Sarney, asumido por la muerte de quien fuera elegido presidente: Tancredo Neves. Pero nada de ello impidió que nos reuniéramos en casa del escritor y periodista Eric Nepomuceno, con Eduardo Galeano, a ver la presentación de su libro Las caras y las máscaras, de la trilogía Memorias del fuego.

Salir de la casa de Eric era de verdad una aventura. Estaba ubicada sobre la avenida Niemayer, entre Ipanema y Barra de Tijuca. Es como vivir sobre la Kantutani, pero tener debajo una picada de cien metros de precipicio y todo el mar por delante. Igual conseguí partir a mi puesto en la mesa de la DPA para enviar la nota sobre Galeano. La DPA (Agencia Alemana de Noticias) era la única que distribuiría esa nota. Se entiende, todos éramos unos pinches comunistas opositores y por suerte yo trabajaba en la DPA. La otra suerte era que Gustavo Shpangerberg, un uruguayo hijo de alemanes, dirigía la mesa latinoamericana de la agencia.

Por la tarde, y con la lluvia del día más calmada, me encontré con Eric en un barcito de Botafogo y no pude menos que comentarle lo que había escuchado:

— Escuché que dicen que estás pagado por el gobierno nicaragüense.

Eric soltó la carcajada y rascándose la barba me respondió sin parar de reírse:

— Es cierto. Pero la cagada es que me pagan ¡en córdobas!

Eric Nepomuceno era de los pocos periodistas que escribíamos (donde podíamos) sobre la revolución sandinista. Acosada por casi todos los periodistas, mentida por muchos medios de prensa, defendida por unos pocos.

Cuando se le acabó la risa, dijo muy serio: “Es lo que les queda: la desclasificación, la mentira, la infamia, la calumnia; me puedo estar cagando en ellos. Somos opositores y ellos no sólo son más, sino que son muchísimos y tienen sus sueldos al día y hacen su trabajo: mentir sobre nosotros. No hay que preocuparse, hay que seguir haciendo lo que hacemos… y veremos cómo acaba el cuento”. La noche proponía un par de tragos de whisky viendo pasar putitas por la bahía, pero con el plan “Cruzado” de Sarney, Brasil entero estaba en quiebra y los clientes escaseaban.

Cid Benjamin, exguerrillero, famoso por haber secuestrado años atrás al embajador de Estados Unidos, era el candidato de Luiz Inácio Lula da Silva a primer diputado por Río de Janeiro, y cuando acabó su cerveza me dijo: “¿Cómo será ser oficialista, eh? ¿Y que la derecha fascista sea oposición? ¿Imaginas eso? ¿Cómo será, eh?”.  Le respondí: “Una mierda, ser oficialista sólo puede ser una mierda”. Pero me quedé pensando.

En países como los nuestros, siendo de derecha es fácil ser opositor. Alcanza con leer los diarios y salir a responder sobre lo que los otros trabajan. No hace falta ser responsable ni disciplinado, mucho menos educado o inteligente. Es leer y responder y armar uno que otro escandalete de vez en cuando. Quejarte de todo creando martingalas fantásticas sobre planes pensados por vaticinadores del fin del mundo, y sobre todo los que son más mediáticos, que suelen ser quienes hicieron fracasar a nuestros países, escucharlos dar las recetas de la piedra filosofal de la felicidad de los pueblos. A eso se le agregan un par de exoficialistas ofendiditos que tengan la credibilidad de haber “sido parte” y listo.

Sólo es cuestión de ver quiénes escriben disparando desde trincheras prestadas con municiones húmedas, empuñando armas que tan mal resultado ya dieron antes. No es difícil saberlo. Es cuestión de preguntar por el exvice, Laurens de Arabia y por Sor Sabina. Ahora bien, ¿qué presupone para estos hoy opositores ser oficialistas?

Presupone el escarnio de la genuflexión que perdieron y añoran. Presupone la defensa del Gobierno a cambio de la paga que ellos ya no tienen. Presupone el rencor devuelto en forma de acción política que ellos hacían y ya no pueden hacer. Presupone el odio de tener que escuchar (y que los otros escuchen) todo lo que antes se deleitaban en ignorar divertidamente a conciencia.

Es complicado. Especialmente porque no es cierto. Y sigo pensando que ser oficialista es una mierda, a pesar de que los hoy oficialistas somos lo que nos tragamos durante lustros, metros de soga y kilos de plomo y hectáreas de soledad en la construcción de lo que hoy tenemos, peleando de manera desigual y sin llorar, y aún así hoy nos tocar escuchar amplificado hasta la sordera que digan que somos la misma calidad de oficialistas que fueron los hoy opositores.

Recuerdo que de la presentación del libro de Eduardo Galeano sólo se ocuparon dos medios “marginales”: Jornal O Mundo, y Cadernos do Terceiro Mundo.

No había un presidente venezolano que le regalara Las venas abiertas de América Latina a un presidente norteamericano ni había un presidente boliviano a cuya asunción fuera invitado Galeano para hablar. Entre otras cosas, porque mientras Pepe Mujica dormía adentro de un aljibe, mojado y con un arma en la cintura, la tropita clásica marxista andaba masturbándose perniciosamente con los libritos de Hegel mientras la derecha gobernaba con el Plan Cóndor.

Y cambió. Y como dice la canción que me permití reescribir, Mambrú se fue a la guerra y Róger Pinto peló para Brasil mientras su conductor rezaba para que no se le acabara la gasolina, porque llevaba un exsenador tan enfermo que cuando entró a Brasil no lo revisó ningún médico, pero lo subieron a un avión directo al Planalto Central, mientras la oposición de la que hablaba antes, festejaba que al fin Brasil había traicionado a Bolivia. Y perdón por la expresión, pero el festejo les duró menos que un pedo en una hamaca, porque el cuento del héroe en fuga terminó con el cargo del Canciller que entró como canciller y salió como embajador sin destino conocido (lo de la OEA es sólo especulación mediática todavía). Podría hacer una broma comparando a los opositores con Atila o con el pato criollo, pero sería una obviedad que no aportaría nada, así que mejor no. Porque igual hicieron lo de siempre, festejaron la “fuga a la libertad” y nombraron al encargado de negocios de Brasil en Bolivia como “lo mejor de la diplomacia brasileña y defensor de los derechos humanos”. Luego negaron que Dilma Rousseff hubiera sacado al canciller Antonio Patriota por lo de Pinto, y después, para completar la faena de lo ridículo, tuvieron el tupe de imaginar (y decir) que Dilma había echado a Patriota por no haber ayudado a Pinto antes.

Es la herramienta que les queda, como dijo Eric Nepomuceno aquella vez. El mismo Eric que escribió una crónica del caso el lunes pasado y que publicara el diario argentino Pagina 12. La misma crónica que le mandé a una senadora de la oposición, vía Twitter, y que me respondió “no es una nota periodística, es un trabajo por encargo, no es una opinión seria”, a tiempo de saber que todo el show que prepararon para la llegada de Pinto a Brasil, se acababa de desvanecer a la misma velocidad que el cargo del excanciller Patriota, mañana quizá, un exoficialista.