Friday 19 Apr 2024 | Actualizado a 12:20 PM

Clase obrera y proceso político

Los cobistas cometieron un error garrafal al movilizar a la base laboral con afiebrados discursos en los que se llegó a proponer el reemplazo de Evo por ‘otro gobierno’, como afirmó un dirigente del magisterio de Santa Cruz.

/ 13 de octubre de 2013 / 04:00

Hace cinco meses, mientras asistía en Tarija a un foro debate sobre el proceso político en Bolivia —proceso al que denominamos Revolución Democrática y Cultural— uno de los asistentes me preguntó si era posible profundizar esta revolución política hacia una revolución económica y social sin la participación de la clase obrera. Le respondí inmediatamente que no, porque para consolidar un periodo de transición hacia la construcción de una nueva forma de socialismo comunitario es imprescindible la participación obrera dentro del bloque social revolucionario que gestó este proceso de transformaciones en 2000, en la denominada “guerra del agua”, cuando comenzó el derrumbe del neoliberalismo.

Aquella pregunta era muy pertinente porque en mayo de 2013 estaban en pleno auge las movilizaciones por la Ley de Pensiones que convocó la dirigencia de la Central Obrera Boliviana (COB) contra el gobierno de Evo Morales. Fuertemente influenciados por tendencias políticas de ultraizquierda, aglutinadas en el denominado Partido de los Trabajadores (PT), los cobistas cometieron un error garrafal al movilizar a la base laboral con afiebrados discursos en los que se llegó a proponer el reemplazo de Evo por “otro gobierno”, como afirmó un dirigente del magisterio de Santa Cruz. Esta orientación maximalista llevó a la COB inexorablemente al fracaso, ya que la huelga y las movilizaciones nunca lograron respaldo popular y al final la dirigencia sindical tuvo que retroceder casi en desbandada.

La desviación que llevó a la derrota tuvo origen en la caracterización que la ultraizquierda hace del actual Gobierno como “burgués y proimperialista”, una falacia simplificadora propia de las corrientes políticas de matriz ideológica limitadamente clasista y obrerista, lo que le impide comprender el abigarramiento de la formación social boliviana, cuyo análisis debe hacerse en clave compuesta de nación y clase.

El actual proceso de cambio se constituye por el despliegue dinámico de la lucha de clases sociales dentro del capitalismo que se combina, a momentos en forma contradictoria, con la lucha histórica de las naciones originarias contra el colonialismo interno. Ésa es la naturaleza dialéctica de este proceso en el que las tendencias estructurales anticapitalistas y anticolonialistas, expresadas en la acción política de clases explotadas y naciones oprimidas, posibilitan la transformación revolucionaria de las relaciones económicas de explotación, de las relaciones políticas de exclusión y de las relaciones culturales de opresión. Aunque siempre existe el riesgo de que este curso de transformaciones, debido a presiones externas, fragmentaciones internas o por concesiones programáticas, se agote o se revierta.

Volviendo al conflicto con la COB, luego de su desenlace, el Gobierno se planteó la tarea de recomponer rápidamente su relación con los obreros, al mismo tiempo que los trabajadores de base comenzaron a ajustar cuentas con las dirigencias ultristas dentro de los sindicatos. Esto es lo que acaba de ocurrir en el Sindicato de Trabajadores Mineros de Huanuni, una organización emblemática porque en ese distrito está la mayor concentración de proletarios de todo el país. Son 4.500 mineros que habían elegido hace más de un año a una directiva sindical radicalmente confrontada con el Gobierno. Esta directiva protagonizó la huelga de mayo, el bloqueo de carreteras en Caihuasi y la voladura de un puente ubicado en esa localidad.

Hoy, debilitada y aislada, esa ultraizquierda que por un tiempo se encaramó en la organización terminó defenestrada por una masiva asamblea general de los trabajadores, que decidió también aprobar la construcción de un nuevo pacto político de unidad con el gobierno de Evo Morales.

No cabe duda de que tal reposicionamiento obrero tendrá un fuerte impacto en el PT, pues este instrumento político ha perdido ya su columna vertebral; se sentirán los efectos también en la orientación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y en la propia COB.

Veamos otro sector, el de los trabajadores en construcción. Este sector laboral es uno de los que más ha crecido debido al ciclo expansivo de las inversiones públicas y privadas en el rubro de nuevas construcciones de inmuebles. En las ciudades de Bolivia se pueden ver por todas partes edificios y complejos habitacionales en plena ejecución, lo que conlleva la contratación —como mano de obra eventual o a destajo— de gran número de trabajadores. Pero la organización sindical de este sector es débil y dispersa, en parte porque su dirigencia suele estar controlada por las grandes empresas constructoras, pero también por la escasa regulación que efectúa el Estado.

Esta docilidad de los sindicatos ha comenzado a cambiar en el último congreso de la Confederación Sindical de Trabajadores de la Construcción de Bolivia desarrollado en la ciudad de Santa Cruz. Allí, los obreros constructores eligieron una nueva conducción sindical y definieron como tarea la sindicalización masiva y obligatoria de todos los albañiles, maestros y ayudantes, así como pasar de los acuerdos verbales con los patrones a contratos colectivos de trabajo en todas las obras en construcción. Será también una forma de superar la situación de “obreros informales”, que es una de las peores herencias del neoliberalismo, en un país en el que menos del 20% de los trabajadores está sindicalizado.

En cuanto a los obreros fabriles, fue uno de los sectores más duramente golpeado por los despidos masivos, llamados con eufemismo “relocalizaciones” por el Decreto Supremo 21060, de agosto de 1985. Después, el sector fabril fue sometido por casi dos décadas a la flexibilización laboral del neoliberalismo, cuyo objetivo era disminuir las cargas sociales en favor de las ganancias del capital.

Hoy el sector fabril pasa por momentos de rápida reorganización sindical, lo que ha permitido potenciar a la Confederación General de Trabajadores Fabriles de Bolivia. Pero aún resta consolidar la organización de nuevos sindicatos, especialmente en las ciudades de El Alto y Santa Cruz, las dos mayores concentraciones de fábricas industriales de Bolivia.        

La importancia de que los sectores obreros se reincorporen al proceso de transformaciones, acordando una agenda programática con el gobierno de Evo Morales, radica no solamente en que permitirá cohesionar una fuerte base laboral de apoyo, sino también en que fortalecerá a las tendencias antiimperialistas y revolucionarias del proceso.

La referida agenda programática podría contemplar los siguientes aspectos: 1) una nueva Ley General del Trabajo que, preservando los avances logrados en la ley actual, permita avanzar en nuevos derechos para los trabajadores; 2) una campaña nacional de sindicalización masiva en todos los sectores que carecen de organización propia y 3) el fortalecimiento del sector social y comunitario de la economía, en alianza con el sector estatal nacionalizado.

Comparte y opina:

Estado, transnacionales y cooperativas

Dentro del sistema cooperativo se están decantando las cooperativas que, por efectos de acumulación de capital, han perdido su naturaleza inicial de ‘instituciones sin fines de lucro’, asumiendo   formas empresariales propias del capitalismo salvaje.

/ 13 de abril de 2014 / 04:03

La minería ha marcado nuestra historia económica colonial y republicana. Desde el descubrimiento del Cerro Rico de Potosí en 1545, cuyas riquezas llenaron por dos centurias las arcas del naciente capitalismo europeo; pasando, luego de la fundación de Bolivia y superada la decadencia de la minería potosina en el siglo XIX, por el dominio de los magnates de la plata: Aniceto Arce, José Avelino Aramayo y Gregorio Pacheco; continuando en la primera mitad del siglo XX con el auge de los barones del estaño: Simón Patiño, Mauricio Hochschild y Carlos Aramayo; hasta llegar a la revolución de 1952 cuya principal medida fue la nacionalización de las minas, que pasaron a ser administradas por el Estado, en una primera etapa bajo control obrero.

El 2 de octubre de 1952, con la fundación de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) en el contexto de un naciente capitalismo de Estado, se inicia la historia contemporánea de la minería en nuestro país. Desde los años cincuenta hasta 1985, la estatal minera definía las políticas minero-metalúrgicas porque tenía el control productivo directo de los yacimientos y de las labores de prospección y exploración. Sin embargo, durante la dictadura banzerista (1971-1978) resurgió un grupo de empresas privadas denominado “minería mediana”, gracias al recorte de atribuciones de la Comibol y por la información privilegiada que comenzó a traficar Geobol (Servicio Geológico de Bolivia), la institución encargada de las prospecciones. Finalmente, en octubre de 1985, la Bolsa de Metales de Londres dejó de operar con estaño, hundiéndose así el precio internacional del principal producto minero, lo que llevó al cierre de las minas estatales y al despido de 23.000 trabajadores.

Desde entonces se instauró en la minería el modelo neoliberal, cuya vigencia por más de veinte años nos condenó a seguir siendo un país primario exportador. El neoliberalismo operó a través de dos mecanismos:

1) La desnacionalización de los principales yacimientos mineros, que de Comibol pasaron al control de empresas transnacionales norteamericanas, europeas y asiáticas a través de licitaciones y bajo el formato de contratos de riesgo compartido (joint venture). Así fue cómo empresas extranjeras lograron la posesión de enormes reservorios mineros: en el occidente andino, la canadiense Coer D’alene Mins Corporation, que explota reservorios secundarios ricos de plata en el proyecto San Bartolomé; la japonesa Sumitomo que controla los enormes yacimientos de plata, plomo y estaño en San Cristóbal; la suiza Glencore asentada en las minas Bolívar y Porco; en la zona del precámbrico oriental la canadiense Orvana, la brasileña Votorantim y Glosobyk, que cuenta con capital inglés. El predominio de las transnacionales se mantiene, aunque en los últimos años hubo innegables avances nacionalizadores: la estatización de Huanuni, las nacionalizaciones de la metalúrgica Vinto, de la mina Colquiri y de las gigantescas reservas de Mallku Khota y el Mutún.

2) La otorgación de derechos de explotación a las cooperativas sobre áreas marginales que eran de la Comibol. El cooperativismo minero nació en 1939 con la fundación del “Sindicato de Palliris y Ckacchas libres” en la ciudad de Potosí, como una primera experiencia de asociación entre trabajadores que no disponían de capital para la explotación independiente de yacimientos minerales. Esta benigna forma cooperativa, décadas más tarde terminaría siendo utilizada y desvirtuada por el modelo neoliberal, que comprendió que para abaratar costos laborales, disminuir pagos tributarios y eludir pasivos ambientales bien podía acoplar las empresas privadas con las cooperativas. De ahí vienen los contratos de “subarrendamiento”, cuya legalidad hoy está siendo investigada.

Al interior del sistema cooperativo se están decantando las cooperativas que, por efectos de acumulación de capital, han perdido su naturaleza inicial de “instituciones sin fines de lucro”, asumiendo formas empresariales propias del capitalismo salvaje. En ellas se están acelerando los procesos de segmentación clasista entre los socios antiguos y los “trabajadores voluntarios”, a los que también se les suele denominar peones o makunkus. Los primeros son ya una nueva fracción de la burguesía minera, los segundos conforman una masa laboral que se desenvuelve en condiciones de precariedad: sin acceso a seguros de corto o largo plazo, sin estabilidad ni contrato, sin seguridad industrial, muchos de ellos menores de edad y sin derecho a asociarse en sindicatos. Para mencionar un dato: hay registrados 112.000 cooperativistas, pero de ellos solo el 16% aporta para el seguro obligatorio.

Son alarmantes los impactos ambientales de estas operaciones mineras que realizan escasas inversiones en tecnología. Se ven favorecidas por la negligencia de las autoridades que no hacen cumplir la Ley del Medio Ambiente. Las “cooperativas” auríferas son la prueba más palpable de esta afirmación.

Es urgente cambiar el Código Minero de 1997. Pero la nueva ley minera debe tener una orientación nacionalizadora, asegurando las áreas de reserva fiscal para que sean desarrolladas por el Estado a través de Comibol y su expansión hacia nuevas áreas mineras que pudieran ser objeto de reversión y estatización por razones de soberanía económica nacional, porque en dichas áreas no se cumple una función económica social, porque en sus operaciones no respetan los derechos laborales o por vulnerar los derechos de la Madre Tierra. Y junto con todo esto la necesidad de industrializar nuestros minerales en territorio boliviano, incrementando las inversiones estatales destinadas a tal fin.

El debate de la ley está girando apenas sobre unos cuantos artículos que  posibilitaban a las cooperativas firmar contratos con empresas privadas nacionales y extranjeras, manteniéndose como cooperativas. Esto es claramente inconstitucional y lesivo a los intereses del país y el Gobierno ha derrotado el bloqueo de caminos de los cooperativistas con sólidos argumentos nacionalizadores. Pero hasta aquí se ha tocado sólo una arista del problema; hay más aristas, como por ejemplo la necesidad de que el Estado, respetando al verdadero cooperativismo y la función social que desempeña generando empleo, sea capaz de controlar la calidad de ese empleo haciendo respetar los derechos de los trabajadores.

Si bien el tema impositivo ha sido postergado para otra ley, debe pensarse en incrementar la presión regalitaria. El año 2013, Bolivia exportó minerales por más de 3.000 millones de dólares, pero por regalías sólo quedaron para el país 131 millones, ¡poco más del 4%! Esto es inaceptable.

La nueva ley minera tendrá una duración de 20 años y en ella está en juego el proyecto de recuperación de los recursos naturales con que los movimientos sociales accedieron al poder. El dilema es: conservar o transformar este sector estratégico.

Comparte y opina:

Mucho más que una cumbre

La Cumbre Antiimperialista y Anticolonial de Cochabamba entendió que la región vive el asedio permanente de Estados Unidos, que de propiciar golpes en los 70 ahora lo hace a través de órganos estatales y pretende frenar bloques de izquierda antiimperialistas.

/ 11 de agosto de 2013 / 04:03

El 2 de julio de 2013, cuando ocurrió el atentado contra la inmunidad diplomática del avión en que viajaba el presidente Evo Morales, recordé lo ocurrido hace 11 años, cuando un embajador estadounidense en Bolivia, Manuel Rocha, se atrevió a lanzar una monserga a los bolivianos exigiéndoles no votar por Evo en las elecciones nacionales a riesgo de perder la ayuda norteamericana. La insolencia terminó de catapultar al Movimiento Al Socialismo (MAS), que estuvo a punto de ganar las elecciones de 2002, antesala del triunfo de diciembre de 2005, que finalmente convirtió a Morales en presidente de Bolivia. Sobre Rocha, removido de su cargo se retiró a la actividad privada en un país caribeño.

Volviendo al atentado, poco a poco se fue develando que Washington presionó a gobiernos europeos signatarios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que impidan el tránsito del avión presidencial, difundiendo a través de un embajador la información falsa y tendenciosa de que Edward Snowden —ex contratista de sus servicios de Inteligencia— estaba viajando en el aparato.

Aunque Barack Obama pretendió desentenderse del asunto, dejando que sus “aliados” asuman todo el costo político, la autoría norteamericana quedó al descubierto cuando su secretario de Estado, John Kerry, ante el anuncio de que Venezuela otorgaría asilo político al disidente, declaró: “Ningún avión venezolano que transporte a Snowden podrá pasar por espacio aéreo de Estados Unidos ni de ningún país miembro de la OTAN”.

Pero los genios del norte —que también se equivocan y esta vez, superando a Rocha, en escala internacional— nunca imaginaron que la reacción en Latinoamérica llegaría a tan altos niveles de solidaridad regional, de apoyo incondicional a Bolivia y de condena a la violación de convenios de las Naciones Unidas sobre convivencia pacífica entre países. Tampoco esperaban que a la postura de los gobiernos (especialmente de Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay, Ecuador, Nicaragua y Cuba) se sumaría luego la movilización de organizaciones sindicales, campesinas y populares, así como partidos políticos de izquierda, que protagonizaron acciones de masas en varias ciudades latinoamericanas.

Luego de casi una década vuelve a darse en la región una efervescencia antiestadounidense que no se veía desde aquella oleada de movilizaciones que hizo fracasar el año 2005 el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Hoy son multitudinarias concentraciones realizadas en La Habana, Managua, Guayaquil y, la más reciente, en Cochabamba, a la que podríamos sumar la reunión de partidos de izquierda del Foro de Sao Paulo.

La Cumbre Antiimperialista y Anticolonialista que se realizó en Bolivia tuvo una respuesta que rebasó las expectativas de la Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam) que la convocó. Más de 1.500 delegados de los nueve departamentos en el ámbito nacional y casi 400 representantes de una veintena de países, la mayoría latinoamericanos, pero también de Europa y Asia, configuraron un resonante éxito internacional cuyo cierre congregó a casi 200.000 personas en la avenida Blanco Galindo.

La cumbre ha fijado estrategias para contener y revertir la ofensiva imperialista estadounidense en el continente. Esa ofensiva comenzó con el golpe de Estado contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, en junio de 2009, asonada muy bien caracterizada por Hugo Chávez: “Éste es un golpe contra la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América”.
El golpe hondureño retrasó la expansión del Alba, pero no logró destruir esa alianza entre los gobiernos antiimperialistas de Venezuela, Bolivia, Cuba, Nicaragua y Ecuador.

Posteriormente, en abril de 2011, los gobiernos de Sebastián Piñera, en Chile; Alan García, en Perú; Juan Manuel Santos, en Colombia, y Felipe Calderón, en México, conformaron la Alianza del Pacífico, un bloque único comercial que funciona bajo los principios neoliberales de apertura irrestricta a las inversiones externas, flexibilización laboral y libre circulación de capitales. El Gobierno de Estados Unidos promueve desde entonces la ampliación a otros gobiernos de este bloque que reaviva su viejo proyecto del ALCA.

La existencia de bases militares que pueden ser utilizadas por tropas estadounidenses en Guantánamo (Cuba), Palmerola (Honduras), Palanquero y otras seis más en Colombia constituyen un factor de riesgo en nuestra región. A ello se suma la manifestación de interés por parte del gobierno colombiano para ingresar a la OTAN, un bloque militar anticomunista surgido en plena guerra fría y que, en los últimos años, ha realizado operaciones bélicas de agresión en la ex Yugoslavia, en Irak, en Afganistán y en Libia. La Cumbre Antiimperialista se pronunció en torno a estos tres temas. Condenó las formas de desestabilización y neogolpismo contra los procesos de transformación en el continente.

Analizó que ya no son esos clásicos golpes de Estado en los que las tropas militares ocupan posiciones y bombardean los palacios de gobierno, como hizo Augusto Pinochet contra Salvador Allende en 1973. Ahora son modalidades conspirativas que operan sistemáticamente desde algunos medios de comunicación y el control de los poderes Judicial y Legislativo contra el Ejecutivo; así fueron los casos de Honduras y el derrocamiento de Fernando Lugo en Paraguay.

La cumbre planteó la necesidad de organizar un proyecto político y un instrumento político antiimperialista en toda Latinoamérica, lo cual pasa por la unidad y la defensa común entre gobiernos progresistas y revolucionarios, así como la acción coordinada de movimientos sociales, sindicales y populares de todos los países. En el tono de los debates prevaleció el postulado de que un antiimperialismo y anticolonialismo consecuentes suponen también un anticapitalismo consecuente, ya que el imperialismo no sólo actúa desde fuera de nuestras fronteras, sino que encuentra sus aliados internos en las oligarquías y en las fracciones más fuertes de las burguesías en cada país.

Pero a su vez este planteamiento anticapitalista conduce a la necesidad de avanzar en la construcción de un nuevo socialismo, que en el caso boliviano es definido como “socialismo comunitario”.

En lo económico, el evento planteó como tarea de primer orden acelerar la integración de nuestras economías bajo enfoques de complementariedad y no de competitividad, como sugieren los neoliberales. También se afirmó que cada país debe lograr su soberanía económica a través del control sobre los recursos naturales estratégicos implementando procesos de nacionalización. En cuanto a los servicios básicos, el acceso a ellos por la población debe ser un derecho humano y no una fuente de negocio privado.

La cumbre se pronunció contra la presencia militarista de la OTAN, postulando una Latinoamérica libre de guerras. Para esto exigió el inmediato cierre de todas las bases militares que sirvan a intereses imperialistas de agresión. Por estas cosas, lo de Cochabamba fue mucho más que una cumbre.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Un exabrupto judicial contra Evo Morales

La supuesta denuncia presentada por la diputada Norma Piérola en La Haya es una falacia. Aquel tribunal no es capaz de atender trámites a título  personal, mucho menos si no se tratan de casos de lesa humanidad o de guerra.

/ 10 de febrero de 2013 / 04:00

Días atrás, la diputada Norma Piérola sorprendió al ambiente político al anunciar que había presentado en la Corte Penal Internacional de La Haya una demanda contra el presidente Evo Morales. Rápidamente varios medios de comunicación amplificaron la noticia, olvidando las repetidas veces que sobre diversos temas esa legisladora mintió públicamente. Esta vez no fue la excepción, pues afirmó que “la demanda ha sido admitida”. Luego se constató que no hubo tal admisión y que a la señora sólo le dieron una nota de recepción de documentación.

La Corte Penal Internacional (CPI) es un tribunal que tiene personalidad jurídica internacional y no forma parte de las Naciones Unidas, aunque se relaciona con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en los términos del Estatuto de Roma, que es su norma fundacional. Tiene su sede en la ciudad de La Haya, en los Países Bajos (Holanda).  

El origen histórico de la CPI es la creación de los tribunales internacionales de Nuremberg y Tokio, para juzgar a los criminales de guerra de Alemania y Japón por los delitos cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, en los albores de la creación de la ONU, el Consejo de Seguridad encomendó a un panel de expertos explorar la posibilidad de establecer una corte permanente de justicia en materia criminal, complementaria a su principal órgano judicial, la Corte Internacional de Justicia. La idea prosperó después de la Guerra de los Balcanes y las denuncias de “limpieza étnica” en Yugoslavia (1991-1995) y del genocidio en Ruanda (1994).

Por estos trágicos hechos y por el desarrollo alcanzado por el derecho internacional, se celebró en la ciudad de Roma una Conferencia Diplomática de Estados miembros de las Naciones Unidas sobre el establecimiento de una corte penal internacional, en cuya acta final, suscrita el día 17 de julio de 1998, se estableció la CPI.

El órgano entró en vigencia a partir del 1 de julio del 2002. Su competencia y funcionamiento se rigen por las disposiciones del mencionado Estatuto de Roma. El EstadoPlurinacional de Bolivia ha ratificado el Estatuto de Roma mediante Ley 2398, del 24 de mayo de 2002, y ha realizado depósito del instrumento el 27 de junio de 2002.

La CPI es una instancia judicial que complementa y no reemplaza ni sustituye a los órganos judiciales de cada país. Ha sido creada por los Estados con el objetivo de juzgar los crímenes de guerra y de agresión, de genocidio y de lesa humanidad. Se trata de casos realmente particulares, de crímenes gravísimos que pueden ser cometidos en guerras entre países o en sangrientas confrontaciones (guerras civiles) dentro de los países. Como fácilmente se puede colegir, ninguna de ambas situaciones se ha presentado en Bolivia y menos en la última década, por lo que la demanda de marras no tiene fundamento material o jurídico para prosperar.

Pero el costoso viaje a Europa forma parte de una campaña internacional de desprestigio contra el gobierno de Evo Morales. ¿Quiénes patrocinan estas acciones de agravio contra nuestro país?, ¿de dónde sale el dinero para traslados y looby?, ¿hay una estrategia política extranjera de la que la diputada cochabambina es únicamente operadora?

Piérola, lo mismo que su jefe partidario, Manfred Reyes Villa, es activa militante que ha participado de varias reuniones de una organización denominada UnoAmérica, que es una plataforma política de extrema derecha conducida por el venezolano Alejandro Peña Esclusa, personaje que tuvo protagónica participación en su país en el fracasado golpe antichavista del año 2002. Esta plataforma se formó en diciembre del año 2008 en la ciudad de Bogotá (Colombia) con el objetivo de cerrar el paso al “Foro de Sao Paolo” en el que está aglutinada la izquierda latinoamericana.

En uno de los párrafos de la declaración con la que se fundó UnoAmérica puede leerse: “Actualmente hay 14 países latinoamericanos, cuyos gobiernos pertenecen o están vinculados al Foro de Sao Paolo, y aunque llegaron al poder por la vía democrática, muchos de ellos están destruyendo la democracia y coartando las libertades, como es el caso de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner y Daniel Ortega”. Puede verse que las campañas de ataque a estos presidentes se dan en aplicación de esta línea política.

La investigadora argentina Stella Calloni ha descubierto los lazos financieros que la organización derechista tiene con la National Endowment for Democracy (NED), que según publicó en marzo de 1997 el New York Times: “Se creó para llevar a cabo públicamente lo que ha hecho subrepticiamente la Central Intelligence Agency (CIA) durante decenios. Gasta 30 millones de dólares al año para apoyar a partidos políticos, sindicatos, movimientos disidentes y medios informativos en docenas de países”.
Además, UnoAmérica recibe fondos de la Fundación para el Análisis Económico Social (FAES), que dirige el expresidente español José María Aznar. Sería muy interesante seguir la evolución de las investigaciones que actualmente se efectúan en España, a propósito del escandaloso desvío de “dinero oscuro” proveniente de manejos corruptos en la administración pública a las cuentas del Partido Popular (PP), del cual es uno de sus dirigentes históricos el propio Aznar, cuya Fundación pudiera haberse beneficiado con parte de ese botín.

No puedo concluir estas líneas sin referirme a un caso similar al exabrupto judicial contra Evo. La misma aberrante forma de acusación la aplicó hace seis años el exfiscal general Mario Uribe contra mí, tratando de inculparme nada menos que de genocidio por los sucesos de noviembre de 2007, en Sucre. En mi defensa, para aclarar lo sucedido y para poner en evidencia las inconstitucionalidades e ilegalidades cometidas por Uribe, escribí junto a la periodista Luisa Limachi un libro titulado Historia de una conjura, cómo intentaron hacer fracasar la Constituyente. Hoy que el proceso de cambio sufre este ataque internacional, deberíamos escribir otro libro en el que pongamos en evidencia que la derecha boliviana, por un cálculo político doméstico, no vacila en traicionar a la patria en los foros internacionales.

Comparte y opina:

De litigios y procesos de integración

Rada vincula los varios diferendos territoriales que viven muchos   Estados de Latinoamérica con un proceso paralelo de integración regional, en particular con el eventual ingreso de Bolivia como miembro pleno del Mercosur.

/ 9 de diciembre de 2012 / 04:00

Hoy, Latinoamérica parece oscilar entre los diferendos históricos que intentan ser resueltos por la vía del diálogo entre Estados o acudiendo a las instancias judiciales internacionales. Los procesos de integración política y económica siguen avanzando, pese a un contexto de deterioro económico regional por el impacto de la crisis internacional.

Aquellos diferendos se gestaron    a lo largo de dos siglos, luego de los procesos independentistas y la cruenta formación de nuevos Estados en el continente. Son una herencia histórica que sigue generando tensiones en varios lugares del continente, pero cuya resolución es la condición necesaria para profundizar los procesos de integración en curso.

Sobre estos asuntos fueron dos las novedades que se presentaron en las últimas semanas. Por una parte, la sentencia de La Haya sobre el diferendo marítimo entre Colombia y Nicaragua, y, por otra, la invitación de los países miembros del Mercado Común del Sur (Mercosur) para que Bolivia sea parte de este bloque.

El 19 de noviembre, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya (Holanda) —que es la máxima instancia judicial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) creada a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial en 1945— delimitó la frontera marítima entre Nicaragua y Colombia en el mar Caribe. La resolución fue muy bien recibida en Managua, pues amplió la soberanía marítima nicaragüense, pero causó malestar en Bogotá, cuyo Gobierno anunció que podría desconocer la jurisdicción de la Corte y desacatar el fallo.

Las repercusiones llegaron hasta Chile y Perú, cuyos gobiernos esperaban con mucho interés la sentencia, por las implicaciones que tiene para su problema de delimitación marítima en la zona en la que ambos países tienen frontera. Hay que recordar que en enero de 2008 el Gobierno peruano presentó ante la Corte Internacional de Justicia el “caso concerniente a la delimitación marítima entre la República del Perú y la República de Chile”. Desde entonces, el caso sigue avanzando y ha llegado ya a la fase de alegatos orales, en la que los equipos de juristas internacionales que representan a ambos estados exponen los argumentos legales e históricos para sustentar su demanda e impugnar las razones de la otra parte.

El Gobierno de Bolivia está atento a esta fase de debates, porque pueden aparecer nuevos elementos que enriquezcan nuestra propia demanda marítima, en fase final de elaboración para su posible presentación ante la CIJ. Es pronto todavía para arribar a conclusiones, tomando en cuenta que la sentencia en este caso salga a mediados de 2013. Sin embargo, siendo la resolución del problema abierto con la guerra de 1879 algo irrenunciable para el interés boliviano, nuestro país sigue ratificando su profunda convicción pacifista e integradora.

En orden a esta voluntad integradora, la invitación por el bloque del Mercosur para el ingreso como miembro pleno de Bolivia es una muestra de que naciones vecinas tan importantes tienen confianza en el rol que puede tener nuestro país para la consolidación geopolítica, no tan sólo económico-comercial, del bloque.

Nuestra ubicación en el centro de Sudamérica, como parte de los tres grandes pisos ecológicos de la región: andino, amazónico y platense, constituye un factor ventajoso que fue tomado en cuenta al momento de decidir firmar el “Protocolo de Adhesión” el viernes en Brasilia. Este documento, suscrito por el presidente Evo Morales, fue también rubricado por los mandatarios Dilma Roussef, de Brasil; Cristina Fernández, de Argentina; José Mujica, de Uruguay; y el representante de Venezuela.

La presencia en esa reunión del mandatario de Ecuador, Rafael Correa, puso de manifiesto que también ese país tiene interés en seguir los pasos de Bolivia, con lo que el Mercosur pasará a convertirse (por su potencial energético, productivo y de consumo) en el más importante proceso de integración económica al interior de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), al punto de que el nombre con que nació hace dos décadas —“mercado común”— quede chico para sus actuales proyecciones. Esto es algo que debieran tomar en cuenta los que siguen analizando al bloque únicamente en sus aspectos arancelarios, dejando en claro que el tema de aranceles es importante y será discutido en función del interés de nuestro país.

Hay otros aspectos a los que se les tiene que dar la misma o mayor importancia, como son los proyectos de integración energética que a Bolivia le interesa impulsar. Estos proyectos, a tiempo de darle valor agregado a nuestra producción gasífera, podrían también ampliar los actuales mercados argentino y brasileño, o abrir nuevos mercados en la región. En este aspecto energético entra también la industrialización minera bajo condiciones de soberanía económica —por lo que tendrán que estar en manos del Estado y no de privados— de nuestras enormes reservas de minerales estratégicas (como el litio o el indio).

No hay que perder de vista que los estados del Mercosur son los de mayor producción mundial de alimentos básicos, por lo que su importancia en las próximas décadas crecerá en magnitud asombrosa. Bolivia tiene que ser parte de proyectos regionales de industrialización de alimentos, de manera que ya no seamos tan sólo exportadores de commodities.

Bolivia se ubica en esta región donde se encuentran las mayores reservas planetarias de agua dulce (con la excepción de la Antártida), por lo que los proyectos compartidos entre varios países de preservación y uso sustentable de esas reservas tendrán, en el futuro inmediato, carácter estratégico.

Como se puede ver, el proceso de adhesión tiene que darse con una agenda propia, capaz de lograr respaldos entre los gobiernos y los pueblos de las naciones vecinas. Tal vez ahí radica la clave para una inserción positiva de Bolivia en el pacto regional. Pero queda una cuestión abierta que sólo el tiempo podrá responder: ¿en el proceso de integración, terminará prevaleciendo la agenda del Vivir Bien, del respeto a la Madre Tierra, o la integración potenciará las tendencias desarrollistas ya presentes en nuestros respectivos países?

Comparte y opina:

El control del sistema financiero

La necesidad de una nueva ley

/ 10 de noviembre de 2012 / 04:01

Partamos de  lo que está pasando en Ecuador. El presidente Rafael Correa anunció hace algunas semanas su propuesta de eliminar un beneficio fiscal que permite a los banqueros disminuir el pago del Impuesto Sobre la Renta (ISR) mediante la reinversión de ganancias que incrementan su cartera de créditos. En otras palabras, en vez de que paguen impuestos por la totalidad de sus ganancias obtenidas en dar créditos, la banca declara la reinversión de esas ganancias para seguir dando más créditos y así obtener mayores utilidades, eludiendo el pago impositivo. Aplicando este procedimiento, los bancos subieron sus ganancias netas de 261 millones de dólares en 2010 a 393 millones de dólares en 2011.

Correa planteó que los empresarios paguen la totalidad del ISR para financiar, con lo recaudado, programas de asistencia social en los sectores más pobres. La idea forma parte del proyecto de Ley de Redistribución del Gasto Social, que la Asamblea Nacional de Ecuador está discutiendo y cuya aprobación permitirá recaudar aproximadamente 200 millones de dólares por año, para beneficiar a dos millones de personas que reciben actualmente un subsidio estatal.

Esto que ocurre en un país cercano tiene que ver con el mayor o menor control del sistema financiero por parte del Estado. Los bancos son una especie de sistema nervioso central de la economía, que coordina la circulación global del capital a través del crédito, y permite cambiar la ubicación y los tiempos de rotación del capital-dinero entre empresas, rubros, sectores, regiones y países.

El Consenso de Washington de 1990 fijó el programa de ajuste económico que los países latinoamericanos debían aplicar para obtener créditos de los organismos financieros internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional). La liberalización financiera, que era parte de ese consenso, significaba que los bancos funcionaban según las leyes de la oferta y la demanda, limitándose los gobiernos únicamente a regular y supervisar para subsanar las denominadas “fallas del mercado financiero”. Por eso es que aplicando este recetario neoliberal en Bolivia fueron cerrados o privatizados los bancos públicos, posteriormente se privatizó también el sistema de pensiones jubilatorias para lograr integrar los aportes laborales de los trabajadores a esta circulación de capital-dinero.

Todo lo hecho por los gobiernos neoliberales en los 90 quedó consolidado como norma jurídica en la Ley 1488 de Bancos y Entidades Financieras, promulgada en abril de 2002. Hoy, diez años después, tiempo en que cambió la economía del país, esa ley sigue sobreviviendo en su anacronismo.

De la Ley 1488 llama la atención algunas de sus disposiciones de tono engañoso, como la referida a la relación entre los bancos y el público usuario: “Artículo 42. Las tasas de interés activas y pasivas de las operaciones del sistema de intermediación financiera, así como las comisiones y recargos por otros servicios, serán libremente pactadas entre las entidades de intermediación financiera y los usuarios. Las entidades de intermediación financiera no podrán modificar unilateralmente los términos, tasas de interés y condiciones pactadas en los contratos”.

Sólo la candidez e ingenuidad podría hacernos creer que los ciudadanos, que diariamente acuden a algún banco, “pactan libremente” las condiciones crediticias (plazo, tasa de interés, comisiones y recargos, garantías) o las que ofrece la entidad financiera para captar ahorros. Esas condiciones ya están establecidas, no por un solo banco, sino por acuerdos entre varios bancos que dominan el mercado. Son condiciones fijadas en documentos y formularios impresos en letra menuda y llenos de términos técnicos inentendibles para el potencial cliente, al que sólo le queda firmar si es que quiere acceder al crédito o proteger su dinero al depositarlo.

Para poner fin a este peso aplastante de las instituciones sobre el público, es correcto que la nueva Ley del Sistema Financiero determine que es atribución del Estado fijar las tasas de interés que los bancos cobran a los prestatarios, así como las que pagan a los ahorristas. Pero esta positiva reforma, anunciada recientemente por el ministro de Economía y Finanzas, Luis Arce, debe complementarse con otros cambios emergentes de la nueva Constitución Política del Estado (CPE).

En el régimen económico, el artículo 316 de la CPE ordena que es función del Estado : “participar directamente en la economía mediante el incentivo y la producción de bienes y servicios económicos y sociales para promover la equidad económica y social, e impulsar el desarrollo, evitando el control oligopólico de la economía”. Esto nos lleva a la necesidad de que la nueva ley garantice el fortalecimiento de la presencia estatal en un sector estratégico de la economía, brindando servicios financieros por medio de un banco de de-  sarrollo productivo de primer piso. Esto pondrá fin a cualquier tipo de prácticas oligopólicas que de manera encubierta vienen aplicando las entidades bancarias.

El artículo 330 de la CPE indica: “El Estado, a través de su política financiera, priorizará la demanda de servicios financieros de los sectores de la micro y pequeña empresa, artesanía, comercio, servicios, organizaciones comunitarias y cooperativas de producción”. La nueva ley, que es el componente normativo de la política financiera del Estado, deberá garantizar que el sistema financiero bancario y no bancario, estatal y privado, cumplan este mandato constitucional.

El artículo 331 de la CPE define que son de interés público las actividades de intermediación financiera, la prestación de servicios financieros y cualquier otra actividad relacionada con el manejo, aprovechamiento e inversión del ahorro. He aquí una definición que se aleja de las orientaciones liberalizadoras que postulaban como un dogma “cuanto menos intervención estatal, mejor”.

Y aquí volvemos a las ganancias bancarias. Según datos de la Autoridad del Sistema Financiero (Asfi), los bancos han reportado utilidades cada vez más elevadas en 2006-2012, que alcanzan a 900 millones de dólares para todo el periodo. Este año se les fijó una alícuota adicional al Impuesto a las Utilidades de las Empresas (IUE). La nueva ley tiene que incrementar las recaudaciones tributarias por este concepto, pudiendo además —en línea con el ejemplo ecuatoriano— destinar esos recursos al financiamiento de programas sociales, por ejemplo, al Sistema Único de Salud (SUS).

Finalmente, se aplica a la banca el artículo 308 de la CPE: “El Estado reconoce, respeta y protege la iniciativa privada, para que contribuya al desarrollo económico, social y fortalezca la independencia económica del país”. La experiencia histórica de varios países, entre los cuales podemos citar a los denominados “tigres asiáticos”, enseña que allí los estados alinearon el sistema de crédito a sus propios objetivos y prioridades nacionales de desarrollo.

Comparte y opina: