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El discreto encanto del espionaje

El problema: Todo comenzó, cuando en junio, Edward Snowden, consultor de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), sacudió al mundo al revelar que Estados Unidos, mediante el programa PRISM y otros, grababa millones de telefonemas, mensajes, correos y otro material electrónico, interceptando por igual a dirigentes y ciudadanos de países afines y adversos.

La publicación de parte de ese tesoro informático provocó graves susceptibilidades entre Estados Unidos y sus aliados, que no concebían espiarse entre amigos. Se hicieron las edulcoradas reclamaciones de rigor ante Washington, sin que  Barack Obama prometa suprimir esa tendencia. La reacción más airada correspondió a la presidenta brasileña Dilma Rousseff, quien, luego de una agria conversación telefónica de 42 minutos con el mandatario estadounidense, decidió cancelar la visita de Estado que tenía programada a aquella capital.

Pero cuando el 22 de octubre nuevas entregas periodísticas denunciaron que la amplitud de la red de escuchas alcanzaba a 35 líderes mundiales, entre los que se encontraban varios europeos, incluyendo la canciller de Alemania, Angela Merkel (cuyo celular habría sido interferido desde 2002), la temperatura del agravio subió vertiginosamente y los embajadores norteamericanos fueron convocados uno a uno en París, Berlín y Madrid para dar explicaciones sobre esa agresión a la privacidad. Se dice que interferir el teléfono portable de una dama es más grave que revisar su escarcela, pues en ese medio se encuentra de todo, desde enlaces amorosos furtivos hasta pleitos conyugales, enfermedades encubiertas, diagnósticos reservados, angustias reprimidas y odios manifiestos. Esos detalles aparentemente triviales tienen, para las damas, mayor importancia que los secretos de Estado. Por ello, la reacción más sulfurosa entre los líderes espiados proviene precisamente de Dilma y de Angela, cuyos países, mancomunadamente, presentarán un proyecto de resolución en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que diga “nadie podrá ser objeto de intervenciones arbitrarias o ilegales en su vida privada, su familia, su domicilio o correspondencia, ni de atentados ilegales a su honor o reputación”.

Indignada, la Canciller alemana no aceptó disculpas de Washington ni explicación alguna, sino que invocó el Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos, aprobado por la ONU en 1966 y ratificado en 1976.

Apaciguada, Merkel y sus colegas de la Unión Europea, prisioneros de la realidad, ahora impulsan un entendimiento entre los servicios de inteligencia norteamericanos y los suyos para compartir las informaciones recogidas electrónicamente en la lucha contra el terrorismo, la proliferación nuclear y otros flagelos. En suma, es una capitulación ante la superioridad tecnológica estadounidense y frente a la impotencia de cortar la vieja práctica de espiar al vecino que, además, en el caso de Estados Unidos, es perfectamente legal siempre que no se afecte la intimidad de los ciudadanos americanos.

En tanto, Rousseff promueve la convocatoria de una cumbre internacional a realizarse en abril de 2014 en Río de Janeiro para aprobar un nuevo marco de gobernanza y control de internet, en la cual participarán, al lado de las instancias políticas, dirigentes empresariales, expertos, universitarios, organizaciones no gubernamentales y otras partes interesadas.

Los protagonistas:

— El pionero de estas revelaciones es el australiano Julian Assange, promotor de los WikiLeaks, quien continúa asilado en la embajada ecuatoriana en Londres. Le siguió Edward Snowden, excontratista de la NSA que obtuvo asilo político en Rusia. Pero la correa de transmisión con la prensa internacional es el abogado americano Glenn Greenwald (38), quien se autoexilió en Río de Janeiro para estar junto a su novio carioca David Miranda (20). Desde allí, en complicidad con Snowden, manipula la extensa red de contactos con la gran prensa internacional que publica, por entregas selectivas, las nuevas imputaciones que éste le envía.

Las agencias y los programas de espionaje. La colecta masiva de informaciones está a cargo de la NSA, que usa programas de vigilancia encargados de recuperar los datos captados vía los servidores de la web (Facebook, Google, etc). Alternativamente, succiona informaciones directamente de los cables submarinos que se retransmiten a la central de la NSA para su rastrillaje y posterior almacenamiento.

1. Programa Prism: opera a través de acceso privilegiado a los servidores gigantes de la web, mediante solicitudes apuntadas a objetivos precisos. Las compañías involucradas son: AOL, Google, Paltalk, Facebook, Apple, YouTube, Microsoft y Yahoo.

2.- Programa Evilolive: afecta a las comunicaciones por internet que circulan en las redes de los grandes operadores norteamericanos como Verizon, Blarney y ATT.

3. Programa Fairview: se ocupa de comunicaciones telefónicas y por internet, de alcance internacional:

a) Programa en cooperación con Alemania (!).

b) Diversos programas de intercepción en países de América Latina (Colombia, Venezuela, Brasil, etc.)

c) Colaboración con operadores “telecom” mundiales para vigilancia de sus cables submarinos.

d) Equipo “Telecom” que controla un máximo de cables de propiedad americana o bajo su influencia.

4. Programa Lithium (litio) y Storbrew: son dos proyectos de los que se conoce muy poco.

5. Programa Tempora: piloteado por los servicios británicos (GCHQ) en colaboración con empresas mundiales de telecomunicaciones, con acceso ilimitado a sus cables de fibra óptica: British Telecom, Vodafone Cable, Verizonbusiness, Global Crossing, Level 3, Viatel y Interoute.

Como se puede apreciar, se trata de una estructura que difícilmente se puede desmontar sin crear riesgos en la seguridad de Estados Unidos e incluso de sus aliados que hoy protestan simulándose agraviados pero que, en la práctica cotidiana de las relaciones internacionales, estaban acostumbrados a recibir señales de inteligencia que ayudaron a atrapar, por ejemplo, a terroristas vascos de la ETA, en España, o a radicales islamistas en varias naciones europeas. Por estas y otras razones, de lo que se trata es de presionar a la NSA para que comparta sus recaudos con las agencias análogas en Europa y trabajar bajo la égida de Naciones Unidas, en el marco de un código de conducta que impida el uso abusivo de las mega-datas almacenadas en circunstancias que perjudiquen a terceros países.

Sin embargo, estas reflexiones apuntan solamente a los aliados de Estados Unidos a quienes no les parece ético espiarse entre amigos, pero que creen que es rotundamente legítimo escudriñar el acontecer en países hostiles o potencialmente adversos como Rusia, China o Irán. Esta doble moral, ciertamente, dificultará la adopción de normas rígidas para el control de los medios electrónicos de comunicación ahora en gran parte dependiente de Estados Unidos.