‘Los enemigos del alma’, un estudio sobre el racismo en Santa Cruz
René Zavaleta Mercado había dicho alguna vez: “Un país es siempre lo que es su agricultura”; ésta fue la idea guía que orientó el estudio sobre el racismo en Santa Cruz; sus resultados quedan a disposición de la crítica.
Tierra, racismo y poder son los temas que aborda el libro Los enemigos del alma: Élite terrateniente y discursos racistas en Santa Cruz, reciente publicación del Observatorio del Racismo de la Fundación de la Cordillera. Aquí se explora el rol que ha jugado el acceso inequitativo a la tierra sobre el desarrollo del discurso regionalista de la élite local, estructuralmente marcado por el racismo.
A partir de un análisis de la historia regional, este texto trabaja con la idea de que los discursos deben ser siempre estudiados y explicados a la luz de las relaciones sociales y económicas sobre las que se desarrollan y sostienen.
Los enemigos del alma propone la necesidad de relacionar los discursos racistas de la élite cruceña con la estructura agraria sobre la que sostiene su dominación económica y social y, al mismo tiempo, pensar el rol que estos discursos han jugado en la reproducción de la propiedad latifundista de la tierra y en general, del poder hegemónico que posee la élite sobre la región.
Los enemigos del alma son tres, decía Gabriel René Moreno: el colla, el camba (entendido como indígena de tierras bajas) y el portugués (“los brasileños fronterizos, casi todos ellos zambos o mulatos”), Nicómedes Antelo, Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia. El conflicto regionalista que se produjo en Bolivia entre 2006 y 2008 alertó a toda la sociedad sobre que, de alguna manera, el espíritu del pensador cruceño seguía vivo: la Bolivia india seguía siendo la enemiga del alma.
El estudio retrospectivo realizado en esta investigación fue estratégico para analizar el discurso cruceño en momentos de menor conflictividad (en 1996) y demostró que el racismo —como lectura del mundo— es estructural de este discurso y no así, como muchos señalan, un exabrupto de algunos radicales durante el enfrentamiento político con el Movimiento Al Socialismo (MAS). Por ello, consideramos que la retrospectiva histórica era la única manera de encontrar el sentido de este fenómeno particular.
Es importante aclarar que en ningún momento se pretende señalar que todos los cruceños son racistas; esta afirmación sería inaceptable. Pero sí afirmamos que el discurso cruceñista lo es. Pese a sus cambios y adaptaciones, el desarrollo del discurso cruceñista ha tenido como elemento estable al “indio” como el Otro, y a la pureza racial blanca como elemento constitutivo del Nosotros, del ser cruceño. Podemos decir, entonces, que el proceso ideológico de construcción de la identidad cruceña se ha dado sobre la base de prejuicios raciales de origen colonial.
Ahora bien, es un error fundamental referirse al racismo como fenómeno superficial y discursivo sin analizar las relaciones de dominación que necesariamente sostienen la supuesta superioridad natural; si éstas no existen, estamos hablando de una enunciación racista sin capacidad de interpelación.
Y es aquí donde se relacionan intrínsecamente los temas de la tierra y del racismo. Hasta 1952, Santa Cruz fue una región predominantemente agraria donde lo que ocurría en la zona rural era lo que ocurría en la región. Por ello, las relaciones sociales de tipo patrimonialista (propiedad sobre los humanos y la tierra) debían producir necesariamente lógicas basadas en el principio de la sangre, el apellido y el color de la piel; es decir, lógicas racistas. Si bien este tipo de relaciones sociales se trastocaron en grado importante con la Revolución Nacional de 1952, la forma conservadora en que la región vivió este proceso hizo que pervivieran las lógicas de superioridad natural propias del periodo colonial, y que inclusive muchas prácticas sociales precapitalistas se mantuvieran en medio de un desarrollo económico capitalista moderno.
En este sentido, tenemos que tanto el pensamiento como las prácticas sociales dominantes se desarrollaron en torno a un habitus colonial, haciendo que en Santa Cruz el racismo se consolide como lógica política y social de la élite a lo largo del tiempo. Sin embargo, los discursos políticos nunca reflejan de manera mecanicista la realidad cotidiana, sino que permanentemente se reconstruyen y adaptan a las contingencias de cada periodo.
En Santa Cruz, varios episodios históricos hicieron posible que el “colla” se consolide como el enemigo central y que el indígena de tierras bajas fuera marginalizado en el discurso político regional. Su origen ajeno a la región, su migración masiva a la región y su resistencia al poder junker (terrateniente, latifundista), son algunos de los factores que convirtieron al “colla” en el chivo expiatorio perfecto para el discurso cruceño; junto con el Estado, explican todas las desgracias posibles y se constituyen como el clásico enemigo ideológico. El indígena oriental, en cambio, ha pasado a jugar un rol menor en lo discursivo y es menospreciado por la élite cruceña como posible amenaza.
Todos estos argumentos, sin embargo, podrían hacer pensar en una élite excesivamente conservadora y que responde de forma irracional ante cualquier reforma. Consideramos que hay dos cuestiones que matizan esta descripción y explican mejor la radical respuesta de la élite cruceña en los hechos de 1996.
En primer lugar, la élite terrateniente continúa viviendo de la renta de la tierra, lo que la hace susceptible a cualquier revisión racional de la función de la tierra. En segundo, pese a que la élite está consciente de la inevitabilidad de la presencia “colla” en la región, el discurso racista es interpelador y le permite movilizar a sectores radicales de la región, como la Unión Juvenil Cruceñista (UJC), para contrarrestar cualquier organización o reivindicación de tipo popular, especialmente “colla”.
En este sentido, pese a que la presencia anómala del racismo en el discurso político está dada por los marcos de la historia regional, está claro que su uso contingente está definido por las particularidades a las que se enfrenta la élite cruceña en cada periodo concreto. Lo de “anómalo” lo señalamos porque lo común en contextos democráticos es que los discursos racistas se retraigan al espacio de lo cotidiano y no sean emitidos públicamente como ahora es el caso de la élite cruceña y sus intelectuales orgánicos.
Este análisis es estructural y parece dejar cerrada la posibilidad de una modificación de este patrón. Sin embargo, consideramos que existen dos factores que tienden a deslegitimar progresivamente este tipo de discursos racistas.
En primer lugar, el proceso de reivindicación indígena que ha llegado inevitablemente a Santa Cruz deslegitima este tipo de discursos y prácticas, pues es cada vez más un consenso colectivo que lo indígena debe respetarse e inclusive reivindicarse.
Existe otro proceso y que es aún más paradójico. El proceso de migración ocurrido en los últimos 60 años ha hecho que algunos sectores minoritarios de los migrantes “collas” hayan logrado acumular cuantiosas cantidades de capital, y de ese modo, resquebrajan la unidad raza-clase que caracterizaba a la élite cruceña. El mejor ejemplo de esto es el nuevo secretario de la Asociación Nacional de Productores de Oleaginosas (Anapo), Demetrio Pérez, de origen potosino. Así, la misma base que sirvió de sustento al racismo y al poder de la élite terrateniente ahora provoca el efecto inverso. Por otra parte, inclusive los sectores no enriquecidos logran, de forma progresiva, tener mayor importancia demográfica y económica. Queda entonces abierta la cuestión de qué tipo de discurso construirán tanto las nuevas élites migrantes y cómo los sectores populares; cómo defenderán y racionalizarán su posición en el departamento. Esperemos sean los protagonistas de la reconstrucción de una cruceñidad más democrática y menos racial.
Si bien el racismo es una característica de la mentalidad boliviana en general, en Santa Cruz, a diferencia del occidente del país, éste ha funcionado como un discurso político explícito que es utilizado por la élite para interpelar a la sociedad (mientras que en el occidente permanece recluido en el ámbito de lo privado). El análisis histórico develó algunas características regionales que podrían dar sentido a esta utilización hegemónica del racismo en Santa Cruz.
Otra observación importante fue el carácter sorprendentemente estable de la élite cruceña a lo largo de su historia, teniendo siempre a la tierra como base de su sustento. Su presente, signado discursivamente por el regionalismo y el racismo, sólo se explica por su pasado, marcado por el patrimonialismo, por el poder vertical sobre el “mozo” indígena, por su presencia omnipresente en la región y por la práctica inexistencia, tanto de la Corona española como del Estado boliviano en ella.
Análisis del discurso político y periodístico
Los hallazgos de la primera etapa de la investigación mostraron algunos elementos centrales sobre el discurso de los actores agrarios en Bolivia. A través de entrevistas, revisión de hemerografía y textos secundarios, se identificó dos líneas estructurales de confrontación discursiva: una primera, protagonizada por indígenas de tierras bajas e interculturales; y una segunda, en la que la gran propiedad cruceña y los migrantes andinos eran los actores centrales (línea analizada en Los enemigos del alma).
El análisis del discurso de periodistas, políticos e intelectuales cruceños demostró que en Santa Cruz aún se manejan, de forma abierta, discursos racistas que utilizan términos propios del darwinismo social de fines del siglo XIX. El análisis de los tres hitos seleccionados (1996, 2006 y 2011) probó que, independientemente de la correlación de fuerzas y los modelos estatales en vigencia, la élite cruceña y sus intelectuales orgánicos recurren al racismo como argumento para la defensa de sus privilegios.
El racismo se mostró como un elemento clave que, junto a enunciados regionalistas, conforman lo que podríamos denominar el discurso cruceño hegemónico, es decir, aquel emitido desde instituciones clave (principales medios de comunicación e instituciones representativas como el Comité Cívico Pro Santa Cruz y la Cainco).
Ejemplo son las discusiones de 1996 sobre la Ley INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria). La Cainco (Cámara de Industria, Comercio, Turismo y Servicios), el Comité Cívico Pro Santa Cruz y sus aliados intelectuales, se oponían visceralmente a su promulgación; sus argumentos siempre pasaban por la cuestión racial y en pocos casos eran técnicos. Se acusó a Gonzalo Sánchez de Lozada de querer “descolgar” a las población de tierras altas hacia el oriente, a esta gente que es “la gente menos informada” (Javier Monasterios), a estos “4 millones de nativos en la banda opuesta a la modernidad” (Mario Rueda Peña); distintos naturalmente del cruceño, pues éste puede “oxigenar mejor su cerebro” ya que “hay más aire [en Santa Cruz] que en otros lugares…” (Carlos Dabdoub). Su clamor no se refería a cuestiones productivas ni técnicas, sino a que esa “poblada vociferante y alcoholizada” (El Deber, 28-09-1996), que acosaba diariamente a los gobiernos en el occidente del país, no llegase a Santa Cruz y así poder decir “no más atropellos, no más suciedad, no más cinturones de miseria, no más asaltantes que llegan todos los días.” (Carlos Valverde B.). Argumentos para resaltar la amenaza biológica y económica “colla”.
La constatación fue muy clara: en Santa Cruz, la élite y sus intelectuales orgánicos defienden el statu quo a través de argumentos racistas, no sólo en 1996, sino en cada coyuntura en la que sienten amenazada la gran propiedad de la tierra. Quedaba claro que los discursos racistas de la élite defendían el latifundismo regional; lo que aún faltaba analizar era una cuestión bastante más complicada: si el discurso racista justifica el latifundio, ¿es al mismo tiempo posible pensar que en la misma estructura agraria de Santa Cruz radique la explicación para la vigencia de un racismo tan radical?
Para responder a esta cuestión se eligió el análisis histórico. El racismo no es únicamente enunciaciones escritas u orales que discriminan a determinados grupos sociales por su supuesta inferioridad biológica y cultural; el racismo es además, y fundamentalmente, una estructura que implica la acumulación histórica de este tipo de prejuicios en el imaginario del colectivo, haciendo por tanto necesaria la exploración histórica para hallar sus raíces. Por otra parte, el racismo sólo es posible si están dadas determinadas condiciones de posibilidad, es decir, la concentración de poder económico, político y simbólico por parte de uno de los grupos enfrentados (es por esto que la expresión “racismo al revés” es un sinsentido).
Fue por ello que Los enemigos del alma se desarrolló a través de la revisión histórica de la estructura agraria en Santa Cruz y los discursos que la han acompañado y justificado a lo largo del tiempo.