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La fragmentación y el proyecto hegemónico

La estrategia política del Movimiento Al Socialismo (MAS) como proyecto hegemónico demuestra una enorme ambición de poder en el largo plazo. Por primera vez, desde 1982, el sistema político se va reconformando como una estructura en la que la hegemonía de la izquierda indianista-indigenista está vinculada con las “bases rebeldes” de legitimación (campesinos, pueblos indígenas y clases urbano-populares). Las “bases reformistas” de clase media todavía piensan en el viejo molde de gobernabilidad multipartidaria; mientras que las “bases conservadoras” se encuentran dubitativas en torno a seguir buscando un liderazgo sólido en la derecha o plegarse a la corriente hegemónica de Evo Morales.

Esta estrategia, paradójicamente, estimula la fragmentación étnica y clasista en Bolivia, así como el progresivo desmantelamiento del Estado de Derecho. Sin embargo, el proyecto hegemónico no necesariamente terminará construyendo un Estado indígena. El MAS, como partido político, ha fortalecido a los grupos corporativos: cocaleros, mineros cooperativistas, grandes comerciantes, importadores y la burguesía agroindustrial de Santa Cruz, antes que la presencia efectiva de los movimientos sociales en el poder, aunque el discurso oficial pregone lo contrario.

El concepto mismo de racismo, manejado por el proyecto hegemónico masista, ha estado girando en torno a manipulaciones de carácter institucional y político para deformar la comprensión de la realidad, planteándose, como único objetivo, la necesidad de encontrar culpables y justificar castigos para todo tipo de enemigos. El imaginar una auténtica democracia de ayllu, en contraste con la democracia occidental de raíz liberal, cae en supersticiones de carácter religioso al afirmar inclusive la existencia de una democracia racial de inspiración mítica. Este tipo de ficciones no han combatido el racismo, sino que lo solaparon con otro tipo de exclusiones y actitudes segregacionistas.

Las definiciones de raza y racismo, en lugar de mantenerse como una herramienta analítica, han ido transformándose de forma maniquea en un instrumento de inculpación para desterrar a cualquier tipo de oposición o para descartar la necesaria diferencia de opiniones. En Bolivia, la raza quedó reducida a una especie de pigmentocracia de indios contra blancoides (o viceversa), justificando así el manejo del poder, tanto desde la izquierda como desde la derecha, lo cual dio paso a ponderaciones ideológicas como el hecho de afirmar que en el país existía un apartheid boliviano. Precisamente, esta interpretación bastante arbitraria es una especie de reminiscencia del viejo socialismo-comunismo. Hoy día se piensa que el proyecto hegemónico va a implementarse por fases: primero, liquidando al Estado republicano; posteriormente, apagando la democracia representativa y, por último, llegando a construir el Estado indígena o el modelo socialista comunitario, el cual sería un nuevo tipo de comunismo. En este trayecto, lo más importante está sujeto a la fragmentación del país en términos ideológicos, étnicos, clasistas y todo tipo de grupos de presión.

El resultado será una profunda “desmodernización” del país expresada en lo siguiente: descolonizar, romper con el Estado republicano, construir el Estado Plurinacional solamente a partir de lo económico por medio de las nacionalizaciones, polarizar la opinión con el discurso del Estado indígena, desoccidentalizar y armar una agenda hasta 2025. La desmodernización está unida a la fragmentación de tal manera que se hallan en riesgo las identidades colectivas que piensan en la unidad nacional o en una sola Bolivia moderna y democrática. El proyecto hegemónico parece haber sido diseñado como una construcción social y, precisamente, por la dinámica social y cultural, los movimientos sociales indígenas todavía tienen que expresarse con mucha fuerza.

Desde el punto de vista de la globalización, sobre todo por medio de la expansión de la tecnología, el proyecto hegemónico del Estado Plurinacional irá sucumbiendo o ensamblándose con el avance del mercado mundial. En este sentido, está por verse cómo las proyecciones para reproducirse en el poder del MAS satisfacen las expectativas de las generaciones jóvenes entre los 15 y 25 años. Éstos van despolitizándose continuamente en las áreas urbanas y rurales, pues se identifican mucho más con la renovación de la tecnología a su alcance, desarrollando así un conjunto de identidades artificiales ligadas al consumismo y a las expresiones de una sociedad materialista. La gente joven no ha cultivado una nueva subjetividad política favorable al Estado Plurinacional.

Muchas identidades juveniles se caracterizan por una apatía respecto de la democracia, junto con la necesidad de convivir con otras identidades de corte social-étnico. El proyecto hegemónico del MAS no ha resuelto para nada el choque generacional entre aquellas clases sociales que buscan una legítima transformación de las estructuras sociales y económicas versus las generaciones jóvenes de toda laya, bastante dependientes del consumismo y el materialismo.

La hegemonía, como una versión de la dominación política, no puede aportar mucho a la identificación de acciones concretas en pro de la “equidad” en la sociedad boliviana. La construcción hegemónica siempre expresará el dominio descarnado de una clase o ciertas élites sobre otros grupos dominados, mientras que las demandas por la expansión de mayores derechos, libertad de expresión e igualdad con justicia social, caracterizan a una cultura más democrática.

De cualquier manera, el dato más sobresaliente es observar cómo el MAS está vinculando la reelección de Evo en las presidenciales de 2014 con la visión de largo alcance rumbo al bicentenario de 2025. En esto ha resultado ser más astuto políticamente que todas las generaciones de líderes desde 1978.