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Cuando las palabras llevan a una renuncia

Es conocido el cuento: un día, un hombre pide la mejor comida del mercado, y le traen, digamos, ají de lengua; picado por la curiosidad, al día siguiente demanda lo peor; sin demora, de nuevo el ají de lengua en la mesa. Moraleja: la lengua, las palabras pueden ser tanto el más noble de los instrumentos, como el peor de los látigos.

Pero acaso se pueda ensayar otro matiz de ello: la libertad que nos pueden proporcionar las palabras, o las prisiones o grilletes en que se pueden convertir de pronto.

Esto último es lo que pasó, creo, con el presidente del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), Ruddy Flores, con aquello de que le “grababan, supervisaban y fiscalizaban” sus conversaciones telefónicas. En sana lógica (habría que ver cuál es la enferma), el lunes 17 en Cadena A lo que quiso decir creo fue: con las nuevas tecnologías (de escuchas o de espionaje, se entiende), ya todo es inseguro, todas las llamadas son inseguras; ergo, las mías no pueden dejar de serlo; así, nadie se salva de ‘ser grabado’; yo debo de ser grabado, en realidad, creo que soy grabado; no, es más: seguro que soy grabado: “Puedo afirmar con toda certeza (…) que todas (mis llamadas) están siendo grabadas, fiscalizadas y supervisadas de alguna forma, por sistemas de Inteligencia…”

Para todo hay un contexto, y el del presidente del TCP fue: ‘yo no tengo nada que ocultar, así que pueden grabar lo que quieran, me tiene sin cuidado’. Pero dada la densidad de la cosa (las mil cosas que significa que una máxima autoridad sea grabada), ese contexto no cambia en nada la espina que se hizo en la garganta la frase esa.

Pero he aquí lo desconcertante. Ante la crisis de ‘lo dije, pero no lo dije’ (que, por lo demás, a cualquiera le pasa), mala señal aquello de que ‘me han malinterpretado, descontextualizado, tergiversado’, que es lo mismo que decir el equivocado no soy yo, son ustedes; yo dije lo justo, son ustedes los que cambian el sentido de las cosas. No se dice: no me he dejado entender, mis palabras, sí las mías, no fueron las más acertadas, me he equivocado, se me chispoteó, o algo así.

No es que uno se la dé de referente moral (¡los errores que cometemos los periodistas, pregúntenles a nuestros sufridos lectores!); pero cuando uno la pela, cuanto antes ¿no es mejor?: ‘de verdad lo siento, pero eso que dije…’