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Periodismo, la Cenicienta de la Comunicación

A estas alturas del milenio ya es insostenible soslayar la contradicción entre el avance tecnológico de los medios y el reflujo paulatino de su prestigio social. En forma paralela al auge cibernético que vigoriza el poder de alcance de la palabra, se advierte un déficit en el mundo periodístico actual: la pérdida de credibilidad. A tal punto que no pocos estudiosos creen que ese valor intangible de algunos informativistas —sobre todo de televisión y radio— está siendo comparado con la credibilidad que tienen los vendedores de autos usados.

Es más, los últimos resultados del Latinovarómetro, que hace mediciones en cerca de una veintena de países de la región, aseguran que la credibilidad social en el ámbito televisivo está cayendo por el despeñadero “hasta alcanzar, casi, a los habitantes de los más bajos fondos de la desconfianza: los políticos” sobre todo, aquellos partidistas de siempre, con mucho pasado y poco futuro. 

Muy didáctico, el intelectual colombiano Germán Rey, en la memoria sobre una conferencia realizada en Bogotá con auspicio de la CAF, explicó por qué muchos maestros del oficio, entre ellos Sergio Muñoz de Los Ángeles Times, creen que la credibilidad de los (algunos) periodistas está abrumadoramente cerca de aquellos que comercializan automóviles viejos.

Para ello, acudió a la obra Matilda de Roard Dahl, en la que Wormwood, el afamado vendedor de autos usados, utiliza aserrín mezclado con aceite de la caja de cambios, goma en lugar de soldadura y disminuye el kilometraje recorrido del motorizado con un taladro eléctrico. En la misma categoría ética que Mafalda de Quino y Lisa de Los Simpson, la niña Matilda le reprocha: “¡pero Papá eso es peor que el aserrín, es repugnante! Estás engañando a las personas que confían en ti”.
¿Y cuáles son las causas de esta caída de la fe que el ciudadano tenía en ciertos medios e informadores, a quienes hace no más de tres lustros consideraba “reserva moral” de la sociedad? Uno de los orígenes de esta situación crítica radica en algunas debilidades del ejercicio mismo de la profesión y, el otro, en las limitaciones de los espacios universitarios de formación comunicacional.

Probablemente no se trate solo de que algunos “astros” y algunas “estrellas” mediáticas hayan traicionado voluntaria o involuntariamente la confianza de sus públicos, sino, de algo más delicado aún: la pérdida de calidad en la producción y presentación de contenidos, el quebrantamiento de las reglas más elementales y el hecho de que ciertos operadores de los medios no conocen suficientemente sus responsabilidades constitucionales, legales, profesionales, éticas ni estético/gramaticales.

Javier Darío Restrepo, el maestro colombiano de la deontología comunicacional, dio la voz de alerta en varias ocasiones al señalar que los (algunos) trabajadores de la escritura pierden prestigio porque no dominan su herramienta principal de trabajo: el lenguaje.

Otros factores intervinientes en este clima de preocupaciones son la merma de la independencia y la autonomía periodísticas. Determinados actores mediáticos están dando señales de haber cedido a las influencias/presiones del poder económico, político y del mercado en desmedro de los derechos constitucionales a la Comunicación e Información. La presencia de la censura y autocensura en las mesas de redacción, donde la libertad de expresión debería campear en su máxima dimensión, es también un indicador.

Y si de profundizar sobre las causas de la pérdida de credibilidad, prestigio y calidad de cierto tipo de periodismo se trata, es necesario referirse, además, a los reporteros “unifuentistas”, fabricantes de “seudonoticias” y a los autores de la espectacularización o dramatización de los noticieros audiovisuales, quienes hacen su parte para que los contenidos noticiosos incurran en superficialidades, en banalidades.

“Pero lo peor —dice Germán Rey— es que muchos medios se han vuelto aburridos, previsibles, asombrosa y reiterativamente parecidos”. Es decir, se está imponiendo un método de producción y divulgación de contenidos “en serie” de modo que casi todas las versiones de los medios impresos y virtuales presentan los mismos temas, idénticas fuentes, los mismos datos e ilustraciones sobre el hecho o el dicho más sobresaliente de la agenda.

¿Y cuáles son algunas de las consecuencias de esas formas deficitarias de pensar, hacer y ser en el campo del periodismo? Sin duda, el descenso de circulación de ejemplares impresos (tiraje) con sus secuelas sociolaborales y económicas y la preferencia de los públicos jóvenes hacia otras formas de expresión: las redes sociales, aunque en esas plataformas se encuentre la mejor tecnología con los peores textos seudoperiodísticos del mundo.

En el marco de este panorama que debería merecer la preocupación y ocupación prioritaria de las organizaciones e instituciones del periodismo y de la comunicación, el Observatorio Nacional de Medios (Onadem) de la Fundación UNIR-Bolivia realizó una serie de estudios sensatos y valiosos en los que concluye que la calidad de la producción del periodista es el resultado de las presiones, oportunidades y limitaciones del medio para el que trabaja; pero también —asegura— de su nivel de formación académica.

A propósito, hoy, a más de cuatro décadas de haberse fundado la primera casa universitaria de Comunicación en el país y con 44 carreras en 32 universidades privadas y públicas (de las 70 existentes), el reportero empírico que aprendió el oficio en las calles, que se forjó de manera autodidacta y que, a falta de planificación metódica, aguzaba su olfato para encontrar “las pepas noticiosas”, está en riesgo de extinción. En estos tiempos, más del 95% de los trabajadores de la información dicen haber obtenido un título, egresado o estudiado en una universidad.  

Pero la primera mala noticia que opaca ese perfil académico es que en aquella abundante oferta universitaria, la presencia de la periodística  (enseñanza profesional sobre los medios de comunicación que abarca la producción, circulación y recepción, en el marco de criterios, métodos, técnicas y teorías específicos), como carrera o materia, es paupérrima. Onadem (2007) señalaba que en Bolivia existen solo dos carreras de Periodismo, en la Universidad de Siglo XX (Potosí) y en la Universidad San Francisco de Asís de La Paz.

La segunda mala noticia es que ninguna de esas dos carreras tiene el nivel de licenciatura sino de técnico superior. Y la tercera, que solo 35% de las carreras ofrece una mención en Periodismo, y en ésta apenas el 16% de las materias están vinculadas con el “oficio más hermoso del mundo” y, entre ellas, penosamente, el 0,5% son materias relacionadas con la investigación periodística.

El diagnóstico muestra que las universidades, en materia de enseñanza de la Comunicación, se caracterizan por una tendencia generalista porque priorizan la Comunicación Organizacional, Corporativa, Institucional y Publicitaria en desmedro de la formación en Comunicación Periodística.

He ahí el epicentro en el que podríamos encontrar respuestas a las causas de la pérdida de la calidad profesional. En el campo disciplinar de la Comunicación, el periodismo se debate en el espacio significante que hace más de tres siglos actuó la discriminada Cenicienta de los cuentos de hadas de Charles Perrault.