El pasado viernes, la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) realizó la elección para renovar su directorio. Dos fórmulas disputaron el favor del voto. Al cierre de esta columna aún no se conocía el resultado. Pero eso es lo de menos. Cualquiera que sea la candidatura ganadora deberá asumir la difícil tarea de recomponer una entidad hoy terriblemente magullada. En ese horizonte, en mi condición de asociado (no votante) me gustaría identificar algunos retos a beneficio de discusión/inventario.
El primer reto es de legitimidad. Asumiendo que esta elección, a diferencia de la anterior, no tuvo irregularidades, sigue siendo preocupante el muy reducido número de votantes. De entrada, de los cerca de 1.200 socios existentes, se habilitan menos de 200 (los “eméritos” y los que tienen sus cuotas al día). Y no todos participan. Así, tenemos directorios electos con menos de 100 votos. Su origen, pues, está marcado por la “patología de la participación”. Algo hay que hacer.
El segundo tiene que ver con un reto institucional. Para nadie es un secreto que la otrora ilustre apelepé confronta hoy una grave crisis de credibilidad y de prestigio. Cierto que tal situación responde en parte a la crisis del paisaje mediático en el país y sus (im)previsibles rezagos/reacomodos. Pero también es evidente que como entidad la Asociación se ha desportillado en el último tiempo —para decirlo en palabras de moda en el gremio— por su afanosa/declarada filiación paraopositora.
Y el tercer reto es de calidad. ¿Calidad de qué? De la agenda informativa, en particular. Pero también calidad del sistema de medios/mediaciones. Y del propio oficio. Del gremio. Es saludable que las candidaturas en competencia, además de ofrecer prestaciones para los socios de la APLP, hayan asumido la necesidad de impulsar espacios de formación. Claro que, siendo fundamental, no basta estar bien (in)formados. Es imprescindible un ejercicio periodístico con apego a la ética.
¿ “Pollocracia”? ¿Gobierno/democracia de los pollos (de granja)? En absoluto. Nos merecemos un desagravio. Que sea la primera tarea, veloz, del nuevo directorio.