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Una lectura herética de Thomas Piketty

Thomas Piketty, un académico francés, se ha convertido —cosa rara en una ciencia social aburrida como pocas— en el economista best-seller de Amazon en estos días. La solemne editorial Harvard UniversityPress, que publicó el libro, nunca esperó semejante éxito de ventas. El catedrático francés ha desa- rrollado un trabajo que es particularmente relevante en el actual momento histórico mundial, debido —creo yo— a lo siguiente:

En primer lugar, por el simple hecho de haber removido la agenda de discusión global en temas económicos; este logro no es menor y está sustentado en un titánico trabajo de recopilación de series de datos que rastrean más de cien años de historia económica en el ámbito internacional.

En segundo lugar, porque nos recuerda que el problema de la inequidad en la distribución de la riqueza es un problema real, y que es una bomba de tiempo por las consecuencias de desestabilización social que acarrea.

En tercer lugar, porque realistamente nos permite dejar de enaltecer a los economistas como aquellos semidioses, poseedores del don de interpretar la realidad a partir de sus inescrutables curvas de equilibrio, que se construyen sobre instrumentos matemáticos cada vez más sofisticados y cada vez menos relevantes socialmente.

Piketty nos baja el cable a tierra y nos recuerda a todos que la economía es una ciencia social y que, por lo tanto, los economistas están obligados a interactuar con otras disciplinas —en su caso, con la historia— para presentar interpretaciones pertinentes (¡y asequibles!) acerca de la realidad del mundo que pretenden explicar.

Piketty nos guía en su introducción por las ideas apocalípticas de Thomas Malthus, transitando —muy tangencialmente, en mi opinión— por la teoría de la renta de David Ricardo, rescatando las preocupaciones sobre la concentración del capital de Carlos Marx y luego cuestiona la lógica hacia la convergencia de Simon Kuznets.

El eje del argumento de Piketty es que el capitalismo tiende a la concentración de la riqueza, pues el establecimiento (histórico) de relaciones de asimetría entre los propietarios y los no propietarios, consolida el crecimiento del capital en pocas manos y este efecto se refuerza cuando el crecimiento de las ganancias de los empresarios es superior al crecimiento general de la economía.

El análisis histórico de Piketty muestra que, en la actualidad, el mundo (desarrollado) está en niveles de concentración del ingreso similares a los de los años previos a la Primera Guerra Mundial y a la gran depresión de 1929. Primera campana de alarma.

Por otro lado, Piketty nos indica que, en el transcurso del periodo comprendido entre mediados de la década de 1940 y fines de la de 1970, se ha experimentado un descenso en los niveles de concentración de la riqueza, pero que fue provocado justamente por las fuerzas destructivas de las Primera y Segunda Guerra Mundial. Segunda campanada de alarma.

En todo caso, Piketty sabe que la concentración de la riqueza es potencialmente desestabilizadora a nivel social. Si el sistema por sí mismo no revierte la tendencia a la concentración, es el Estado el que debe intervenir, aplicando impuestos progresivos a la riqueza, con fines redistributivos. La propuesta del francés pretende un alcance mundial. Parece la salida más inmediata y la más lógica.

Pero acá parece pertinente recordar al gran Giovanni Arrighi, que articuló una interpretación de la trayectoria histórica del sistema-mundo capitalista con una visión coherente e ilustrativa. Gracias a Arrighi y a otros pensadores de la así llamada Escuela del Sistema-Mundo, sabemos que la historia refleja la trayectoria de procesos económicos, políticos y sociales vinculados a las fases de desarrollo del sistema capitalista mundial, que sigue patrones cíclicos de auge y crisis y que se verifica simultáneamente en una lucha concreta, en el plano geopolítico, en la que las naciones que han acumulado más poder encuentran momentos de disputa del espacio hegemónico del centro de acumulación capitalista global.

En esta lógica, Arrighi, en su fundamental historia de El largo siglo XX identifica cuatro ciclos de acumulación sistémica: un primer ciclo Genovés ibérico, comprendido entre el siglo XV e inicios del XVII, un ciclo holandés, a continuación del anterior, que llega hasta fines del siglo XVIII, un ciclo inglés, que dura hasta inicios del XX y, de ahí en adelante, el actual ciclo estadounidense.

Los ciclos hegemónicos son, pues, los ciclos que indican cuál potencia ha logrado convertirse en el centro geográfico de acumulación capitalista. Arrighi muestra que cada ciclo de acumulación se cierra con un periodo de hiper-financierización de la esfera económica, que indica que las condiciones técnicas y organizativas de acumulación del capital en la esfera productiva se han agotado y se canalizan, por lo tanto, en la esfera financiera. Simultáneamente, en el momento de declive hegemónico, Arrighi observa un periodo de caos sistémico, caracterizado por la debacle del orden mundial propuesto por el hegemón de turno, momento en el que se intensifica el conflicto entre las potencias mundiales.

Y este es un punto que Piketty señala, pero no profundiza: los actuales niveles de concentración de la riqueza sí están relacionados con los patrones de desarrollo de acumulación de capital; pero la evolución histórica de estos patrones de inequidad, que nos marca un paralelismo con el periodo de la Primera Guerra Mundial podría no ser solo una casualidad histórica.

Asociada a la tendencia de concentración de la riqueza, se observa hoy una hiper-financierización del capital, que coincide con el modelo de Arrighi. Como cherry de la torta, Rusia se empeña en enfrentar a los poderes occidentales con las recientes movidas en Ucrania; China y sus vecinos intercambian amenazas por la cuestión de la franja marítima del pacífico asiático; y, por su lado, Siria pudo —hasta ahora— evitar una intervención al mando de los Estados Unidos. Si eso no es caos sistémico, pues se le parece mucho.

En resumen: Piketty hace un excelente recuento histórico de la trayectoria de la concentración de la riqueza en el ámbito mundial, le identifica un patrón que corresponde al propio funcionamiento del capitalismo y nos ofrece a todos una salida: intervención estatal para gravar progresivamente la riqueza. La cuestión es si, después de todo, las otras fuerzas que marcan la trayectoria actual del sistema capitalista (hiper-financierización y tendencias de caos sistémico) no actuarán más rápidamente y con resultados de mayor incertidumbre, que una remota y —probablemente muy resistida— implementación de impuestos progresivos a la riqueza mundial. Pues nos encontramos en un momento clave para poner a prueba lo que queda de sabiduría de la especie humana.