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¿Lo viejo en medio de lo nuevo?

Los símbolos son los instrumentos que se utilizan en periodos políticos electorales. Canciones, consignas, colores, palabras, personas… El marketing electoral enseña a posesionar íconos y referencias para facilitar el mensaje, y en algunas oportunidades, para sustituirlo. Hasta ahí, no hay novedades.

La descalificación del adversario es otro instrumento muy propio de procesos de confrontación radical que pervierte el debate al inducir a una relación de ataque/defensa antes que valoración de propuestas y opciones. “Conmigo o contra mí” es la expresión que resume las reglas del juego en el que se obliga a las personas a adoptar una definición terminal y que puede llegar a la llamada guerra sucia. Tampoco hay novedades en este aspecto.

Campañas comunicacionales inundan el espacio público y privado con las virtudes y los resultados de quien los expone. Nadie hizo tanto, ni nadie lo hará, si se produce el cambio. Eso también es conocido y se pone al ciudadano elector en calidad de militante agresivo o receptor silencioso. Ese, es otro camino que ya conocemos.

La descalificación de una forma de “hacer política”, marcada por alianzas perversas y mercantiles, de pactos neoliberales, de entreguismo al interés extranjero (cualquiera sea su personificación), incorpora otra conducta pecaminosa. Se critica las “junt’uchas” como sinónimo de angurria figurativa que solo busca mantener el pasado, sin que tengan valor alguno en su contenido programático. Y se valora a quien se suma al proceso, cualquiera sea su origen, por la suma que significa el reconocer lo victoria aparentemente inevitable.

Este repaso elemental de prácticas y conductas que están en los textos básicos de la tradición política boliviana, pareciera se confrontan con la repetición sistemática de “lo nuevo”, “el cambio”, “los nuevos liderazgos”, “las nuevas propuestas”, “superación del pasado”, que ha dado lugar a un cambio de paradigma del que resulta, cuando menos incómodo, desligarse sin riesgo de recibir anatemas. Resulta que todos somos partes del Cambio, dentro o fuera del proceso.

ANÁLISIS. Antes de que se achique el espacio del análisis conceptual para dar paso al de la matemática y las encuestas, y acudiendo a lo que enseña la práctica básica de la Ciencia Política, parecería útil acudir a dos categorías, también elementales.

La primera propone incorporar el mediano y largo plazo y analizar lo que se hace, no solo lo que se dice. La relación básica de coherencia entre la palabra y la acción resulta siendo altamente pedagógica para reconciliarnos con la realidad y nos devuelve la condición de humanos perfectibles y falibles.

La ampliación del espacio de los aliados y la recomposición de fuerzas, resulta instructivo analizarlo sobre la base de acercamientos y abandonos. Los nombres de quienes forman parte de uno y otro bando se han ido confundiendo en una suerte de gris más cercano a lo cotidiano. Si los cambios se produjeran acompañados de valores, estaríamos frente a una posible humanización de la política que respeta y reconoce la diferencia y tendría que convertir a los enemigos en adversarios.

El bloque en el poder (suma de organizaciones e instituciones), y los frentes de la oposición (suma de siglas y partidos), no difieren sustancialmente en su origen desde el punto de vista teórico, por más que se intente encontrarle diferencias. Esta manifestación agregativa de masa social, con nomenclaturas diferenciadas, nos ayuda a entender que los integrantes de una u otra forma organizativa, terminan en el consabido reparto de espacios, cuotas y fraccionamiento del ejercicio administrativo del poder. No podemos quedarnos solamente en el discurso.

En relación a este aspecto, habrá que abrir el debate sobre la calidad de la democracia, su forma de organización y representación, los mecanismos de rotación y cambio y el compromiso de la sociedad de profundizar la transparencia de sus reglas del juego. Se trataría, además de plantear la legitimidad de origen, la legalidad del ejercicio y los instrumentos de reformas concertadas. La existencia de compromisos democráticos, cualquiera sea la organización que se integre o de la que se provenga, tendría que ser la base del compromiso de la sociedad, por encima de los intereses corporativos existentes.

PROPUESTAS. La segunda categoría tiene que ver con la calidad sostenible de las propuestas que respondan a la realidad nacional. Un listado nos obliga a reconocer que somos un país sin salida marítima, de solamente 10 millones de habitantes, con un 70% de la población viviendo en los departamentos del eje central y un 75% en áreas urbanas. Esa fotografía tendría que ser suficiente para definir un tipo de Estado que respete políticas públicas que el sistema político, partidos y gobierno, tendrían que mantener, expresadas en cohesión social.

En el último tiempo, elementos como el Dakar, la apuesta masiva por el turismo, la demanda ante la Corte Internacional de Justicia y hasta la Cumbre del G77, ofrecen elementos y mecanismos de acuerdos básicos; si ese es el camino, se tendría que abrir un listado más osado y provocador de propuestas que debieran ser parte del debate político electoral pues se necesita acuerdos firmes entre todos sobre temas que están dados por la realidad, más allá de nuestra voluntad. Los retos de vivir en ciudades o la necesidad de generar excedente productivo no solo extractivo, son dos que aparecen de manera natural.

El reparto del excedente se expresa en políticas que establezcan equilibrios internos (bonos y oportunidades) y en el incremento de las capacidades que nos permitan dar respuesta a los desequilibrios internacionales, a través de producción, innovación y competitividad. Cualquiera sea la ubicación de los actores políticos en el nuevo escenario, el compromiso tendría que ser sobre ámbitos sociales que se mantienen después de las elecciones.