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El fin del mito de los ‘tres tercios’

Los escenarios electorales optimistas de los políticos y estrategas opositores se basaban, en buena medida, en la hipótesis de los “tres tercios”, es decir, en la convicción de que el electorado boliviano se dividía entre un tercio de acérrimos adherentes del oficialismo, otro tercio de tenaces opositores y un tercio de indecisos que alguna vez votaron por el Movimiento Al Socialismo (MAS), pero que allá por 2011 daban señales de andar muy enfadados con el presidente Evo Morales. Las mismas encuestas, de las que todos desconfían en estos días, reforzaban este argumento mostrando una aprobación del Presidente apenas por encima del 30%, lo cual transformaba a este tercio de “ni masistas, ni opositores” en el principal objeto del deseo de todos los líderes tradicionales, o en ciernes, de la heterogénea oposición.

Como toda categoría artificial construida más por descarte que por una identidad política consolidada, se atribuía a estos “ni, ni” virtudes y características al gusto del cliente: para unos eran ovejas descarriadas de las clases medias que finalmente habían comprendido las perversidades del masismo, para otros eran más bien electores de izquierda “conscientes” cansados de las imposturas del régimen. La verdad es que por mucho que uno quisiera torturar los datos estadísticos, los rasgos de este segmento no se delineaban con facilidad, eran socialmente diversos, ideológicamente ambiguos, y combinaban satisfacciones y rechazos, en proporciones variables, frente a la gestión gubernamental.

Más allá de la pregunta esotérica sobre la identidad política de los “ni, ni”, el elemento crucial que muchos no se percataron fue que el clima de opinión que los cobijaba estaba íntimamente correlacionado con un contexto socio-político a priori irrepetible: la Bolivia de 2011, la del gasolinazo, de la conflictividad descontrolada y del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure). Contexto que, como todo en la vida, fue cambiando en los años siguientes, por el azar, por el buen momento de los mercados externos y por la acción de un gobierno que tuvo la capacidad de replantear algunos elementos de su gestión política.

ASCENSO. Ya a mediados de 2012, los niveles de aprobación del Presidente empezaron a subir paulatinamente hasta situarse en valores cercanos al 70% en julio de 2014. La encuesta (de Equipos) MORI de agosto nos resume en cuatro datos el clima social a pocas semanas de la elección: el 61% de los bolivianos cree que el país “va por la dirección correcta”, el 53% que la economía va “muy bien” o “bien” (29% regular), el 48% que su situación económica personal está “muy bien” o “bien” (42% regular), y solo el 24% se declara “insatisfecho” con la situación general del país. Para la oposición fue como haberse preparado para jugar un partido de fútbol y acabar en otro de golf.

La mejora de las expectativas socio-económicas desde mediados de 2012 con su correlato de alta popularidad presidencial no fue una sorpresa para nadie, todas las encuestas lo registraron con mayor o menor precisión. El argumento que relativizaba este dato siempre fue que “popularidad” no es igual a “intención de voto”, lo cual es correcto, pero olvidando lo que buena parte de la literatura de opinión pública nos enseña: a medida que se acerca el momento de la elección, la intención de voto de los electores va convergiendo grosso modo hacia el nivel de los indicadores “macro” del clima socio-político y de aprobación del Presidente, sobre todo si se trata de una re-elección.

Hay obviamente una discusión teórica y empírica sobre la naturaleza inevitable de una re-elección en un contexto de alto crecimiento económico, bajo desempleo y alta popularidad gubernamental; acordemos primero que nada se debe descartar a priori, pues el comportamiento de los electores nunca es tan lineal y absolutamente previsible, pero convengamos en que ese dato debería ser esencial al momento de delinear las estrategias de los opositores, no solo para forzar el destino y lograr una victoria, sino al menos para evitar una gran debacle.

¿Cómo llamar la atención del votante cuando la mayoría de ellos están satisfechos con el momento que les está tocando vivir? Quizás lo más aconsejable, casi de sentido común, es no elaborar un discurso que sea marcadamente incongruente con tal sentimiento. Es decir, en estos tiempos sociales sosegados, casi aburridos, donde a una gran mayoría le interesa seguir disfrutando de su inserción precaria o intensa en la sociedad de consumo, donde los disgustos existen, pero se compensan con otros sentimientos, las elecciones del 12 de octubre se han transformado probablemente en las más “normales” de los últimos tiempos, ya que aparecen inmersas en un ciclo político de aparente estabilidad, orientado a la construcción de un orden, sin síntomas de una ruptura inminente.

CONSUMIDORES. Así pues, los llamados a una nueva batalla política, épica y polarizada, entusiasman a muy pocos o, peor aún, resultan para muchos incoherentes con su realidad. Nuestros “ni, ni”, indignados e inquietos de 2011, se han transformado coyunturalmente en consumidores satisfechos, hijos de la movilidad social, nacional-populares razonables, que miran de palco con cierto desdén el barullo y la comedia política, que aprecian algunas cosas de Evo y detestan otras muchas del personaje, aunque estas últimas tampoco sean tan graves como para optar por otro líder en esta oportunidad. Son los que dicen que votarán por el candidato oficialista, pero que no se sienten extraños de decir que su segunda opción podría ser Samuel, Juan o hasta Tuto. Ciudadanos que posiblemente podrían interesarse mucho más en la política si ésta se refiriera a los problemas concretos que enfrentan cotidianamente para mejorar o mantener su calidad de vida, y si sus contenidos estarían más orientados a gestionar la nueva sociedad que emergió en el último decenio y no tanto a seguir añorando los viejos buenos tiempos que ya no volverán.

Aún más, se trata quizás de una forma de entender la política que se está expandiendo. Ya no son un tercio, son quizás muchos más; el aparente fracaso de algunos candidatos y el relativo éxito coyuntural de otros, que debe aún ser ratificado en las urnas, posiblemente tiene que ver con su mayor capacidad de entender y responder, aunque sea primitivamente, a este votante insumiso, pragmático, nacional-popular, utilitario y poco polarizado que hoy por hoy es la mayoría social de Bolivia.