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Brasil: mujer contra mujer

No se sabe la fecha exacta en la que la América que habla inglés dejó de ser machista, si es que ha sido así, pero sí sabemos que la América que no habla inglés continúa siéndolo y mucho. Estados Unidos todavía no ha tenido una presidenta, por lo que resulta aún más curioso que en las latitudes donde impera el machismo haya mujeres que lleguen al poder y lo ejerzan muy bien. Aunque algunos atribuyen ese fenómeno, más que a una cuestión de género, a las peculiaridades dinásticas de ciertos países latinoamericanos.

En Brasil, en una singularidad más de un país que se inventó hasta su capital, una carambola del destino en forma de accidente aéreo ha permitido que dos mujeres se disputen la presidencia y que todo el mundo tenga algo que decir sobre estas elecciones. Según las últimas estimaciones, son más de 202 millones de habitantes. Sin duda, ser un subcontinente marca la diferencia.

Ambas candidatas representan, en distinto grado, la utopía frente a la realidad. Las interpretaciones de los ingenieros sociales —esos que trabajan tanto para entender cómo somos— indican que cuando las brasileñas votaron la primera vez por Dilma Rousseff en realidad lo hicieron por voluntad expresa de (Luiz Inácio) Lula da Silva, ya que ellas, según esos análisis, tienden a considerar que ese tipo de cargos son más propios de los varones.

Si eso fuese verdad, sería el tercer candidato, Aécio Neves, el preferido de los sondeos, pero no es así. Según el estudio “Género y raza en las elecciones presidenciales de 2014: la fuerza del voto de mujeres y negros”, la intención de voto espontáneo coloca a Dilma Rousseff con el 27%, a Marina Silva con el 25% y a Neves con el 10%. Además, el electorado femenino supera en seis millones al masculino.

En uno de los últimos debates electorales, me encantó la frase de la todavía presidenta Rousseff dirigida a la candidata Marina Silva: “Usted habla, pero no contesta”.
Marina Silva es todo lo que nos gustaría ser: buena, bella, sana. Como todos, desea proteger el ecosistema y evitar que los árboles del Amazonas se corten y parar todas las acciones del ser humano que atentan contra el planeta, nos degradan y nos acercan a la tumba. Sin embargo, es una lucha imposible si no se sabe cómo hacerla. Recuerdo que Rousseff también le dijo: “Usted promete, pero no se compromete”.

GUERRA. La subida de Marina Silva en las encuestas ha desatado una guerra sin cuartel entre ambas aspirantes. Dilma Rousseff ha hecho uso de su experiencia política para resaltar las posturas más polémicas de su contrincante, como el hecho de que Silva “siempre evita comentar la cuestión del aborto” o que haya eliminado la palabra “casamiento” en su propuesta de defender el derecho de la comunidad gay a contraer matrimonio, catalogando a su rival como “evangélica fervorosa”.

Por su parte, Silva se ha defendido resaltando que su compromiso es con el Estado laico y con el respeto a las libertades. Además, ha modificado su discurso, pasando de ser una ecologista convencida a una defensora de los intereses empresariales. Por ejemplo, ha planteado volver a los pilares macroeconómicos previos a la crisis de 2008: nivel de inflación creíble, disciplina fiscal y una política cambiaria libre.

¿Será Marina Silva la nueva presidenta de Brasil? Quizá. El gigante sudamericano tiene derecho a jugarse la carta de la utopía total, sobre todo, porque resulta muy difícil configurar el realismo con una mera esperanza de futuro.

Brasil es el resultado de los mandatos de José Sarney (1985-1990) y Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), de la inteligencia superior y popular de Lula da Silva (2003-2011) y de la mediocre administración de ese sueño colectivo por parte de Dilma Rousseff (2011 hasta hoy).

Ahora, con la certidumbre de que no basta con ampliar al infinito la clase media baja, sino que, además, es necesario satisfacer sus nuevas necesidades y deseos de tener colegios, médicos, hospitales, autopistas y automóviles, volvemos a enfrentar la utopía contra la utopía. Es el fracaso de una administración mediocre frente al sueño inconcreto de que debemos y podemos ser mejores y más verdes.

Nadie sabe quién ganará las próximas elecciones. Lo cierto es que Brasil ofrecerá al resto de Latinoamérica una depuración de los límites del sueño. En ese sentido, la campaña brasileña es útil.

Al tiempo que Dilma y Marina luchan en ese torneo abierto de sueño contra sueño, la realidad materializada en comisiones del 3% de Petrobras, en la corrupción y en la gestión de los cambios sociales del siglo XXI supone la gran prueba de fuego para América del Sur que empieza en Brasil.

Dilma seguirá explicando por qué fracasó tanto; Marina seguirá queriendo que soñemos. Y mientras, los políticos continuarán robando también en esa sinfonía de colores que describió un día el músico Antonio Carlos Jobim en ese subcontinente llamado Brasil.