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Hacia una ‘arquitectura de las decisiones’

Uno de los lugares emblemáticos de la democracia, sin lugar a dudas, es el Parlamento,  llámese Asamblea, Congreso, Duma, Dieta, etcétera; todos estos denominativos hacen referencia a inmuebles donde se cultivan dos cualidades y virtudes fundamentales: i) la representación política y, ii) el debate entre partidos. Por eso, estas construcciones están asociadas indisolublemente a la democracia representativa, las demás formas democráticas no tienen sedes propias; por ejemplo, en Bolivia la directa y participativa históricamente se desenvolvió en las calles; en el presente, no se alberga en un asiento especial; la  comunitaria, por su lado, tuvo y tiene como espacios de realización lugares abiertos donde habitan los pueblos y naciones indígena originario campesinos. La sindical sí tuvo un edificio paradigmático: la sede de la Federación de Mineros de Bolivia, situada en el centro de la ciudad de La Paz.

En este sentido, y desde el enfoque de la Arquitectura, las edificaciones —donde está instalada la función parlamentaria— han sido destacadas y apreciadas por sus estilos, contexturas y construcciones de alto valor estético, razón por la cual es frecuente la mención del Palacio de Westminster, situado en la parte norte del río Támesis, que da cobijo a las Cámaras de los Lores y de los Comunes ingleses, y el Parlamento de Budapest —Hungría— que impactan por su belleza arquitectónica. Pero en estas consideraciones no hay una mirada que focalice el área neurálgica de la cuestión parlamentaria, que se refiere a la manera cómo se administra la palabra y se toma decisiones, todo ello relacionado con la estructura del edificio, el diseño, distribución y ubicación de las bancas partidarias.

El Parlamento o Asamblea es el espacio del uso de las herramientas verbales en la lucha por el poder, bajo la modalidad de debate, elaboración de leyes, peticiones orales de informes, entre otros; por excelencia, es la sede de la palabra política más importante de toda la institucionalidad democrática. Teóricamente, en ella se convierte al país en objeto de reflexión, las ideas se confrontan y se produce pensamiento. Además, se toman decisiones acerca de cuestiones de gran trascendencia pública. En este sentido, la esfera parlamentaria gestiona la palabra y produce disposiciones con efectos políticos, económicos y sociales.

Por eso es pertinente y necesario preguntarse si existen o no relaciones entre  algo que es físico —el edificio y la instalación de los escaños— y una referencia intangible —la administración de la palabra y el tipo de medidas que se asumen en ese espacio—, y cuáles son esos vínculos.

CONEXIÓN. Aproximarnos a este problema nos puede conducir a explorar la conexión entre la arquitectura y la democracia; veamos. En el mundo democrático, el diseño y la distribución del espacio físico legislativo tienen varias figuras. El parlamento francés es semicircular o de hemiciclo, y el inglés es rectangular. La mayoría de estas instancias ha adoptado la primera forma, por eso estas sedes son denominadas, periodísticamente, hemiciclos. Aunque hay otras, como las circulares, octogonales, elípticas, un cuarto de círculo,  la semicircular es la predominante al punto de que el Parlamento de la Unión Europea tiene ese trazo. ¿Por qué se ha generalizado este estilo?

Algunos indican que el medio círculo es el más adecuado para el debate entre representantes de distintas corrientes políticas porque: i) facilita la conducción de las discusiones por parte de la directiva —el presidente de la cámara y los secretarios— situada frente al abanico de legisladores, desde donde tiene vista de todos y puede administrar mejor el uso de la palabra; y ii) permite a las fuerzas políticas medirse mutuamente, en cuanto al tamaño de las bancadas se refiere. Si bien estas percepciones se aproximan al problema que se ha planteado en párrafos precedentes, no profundizan su análisis. Intentemos explicar este aspecto.

Cuando culminó la Segunda Guerra Mundial, y los ingleses reconstruyeron sus ciudades,  el primer ministro Winston Churchill manifestó: “Nosotros damos forma a nuestros edificios y, después, nuestros edificios nos dan forma”. Bajo ese criterio, el Parlamento volvió a su estilo rectangular, en contraposición a los franceses que conservaron el hemiciclo. ¿Qué relación puede trazarse entre esas formas de los legislativos y la historia política de ambos países?

LEGISLATIVOS. Al explorar la historia del constitucionalismo europeo, constatamos que una de las trayectorias más accidentadas es la que se inició en el hemiciclo revolucionario francés, y la más regular aquella que se gestó y consolidó en el rectángulo parlamentario inglés. A partir de estas evidencias, podría decirse que existe una relación entre la figura arquitectónica de las sedes legislativas y la historia política de los países, vale decir, entre los edificios y la vida. 

En esta línea, Eduardo Punset, en su artículo ¿Por qué la mayoría de los parlamentos son semicirculares?, escribe sobre el caso francés: “Al imponer el Parlamento en forma de hemiciclo, los revolucionarios franceses, a finales del siglo XVIII, lo hicieron con la idea de asegurarse la unanimidad”. Añade: “Apostaron por el diseño semicircular con el pensamiento de que, en un ambiente bien diseñado como este, la voluntad general debía ser capaz de formar una opinión de manera casi espontánea —sin apenas necesidad de hablar— y los diputados debían poder formar física e intelectualmente un solo cuerpo”.

De acuerdo a esta opinión, un parlamento con forma semicircular contribuye a que la toma de decisiones sea por unanimidad y que el debate sea mínimo o esté ausente porque debe imponerse una manera de pensar única y mayoritaria; en otros términos, votar por unanimidad. Por el contrario, una sede legislativa rectangular compuesta por lados opuestos fomenta, de manera natural, las divisiones y la contradicción en las disputas verbales y las propuestas, aportando así a un sistema de toma de decisiones en el que se incorpore también la lógica de los otros, bajo criterios constructivos, inclinada a la concertación entre los polos de pensamiento y a la valorización del debate. Los casos francés e inglés parecen validar esta hipótesis.

La reflexión desarrollada hasta aquí nos asoma a lo que podríamos llamar la “arquitectura de las decisiones y del debate”, en cuyo marco habría que preguntarse sobre nuestra experiencia parlamentaria: ¿Es el hemiciclo la forma más adecuada a la composición plurinacional del país? ¿O se deberá pensar en un diseño circular, en el marco de la diversidad y en virtud al modelo de Estado y de gobierno adoptado en la Constitución Política del Estado? y ¿a partir de qué criterios deberíamos formular  propuestas, ya sea de conservación o de transformación de esa arquitectura? Interrogantes que se absolverán en próximos artículos.