Icono del sitio La Razón

La caída del muro de Berlín produjo una izquierda más laica

A 25 años de la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989), muchos fueron los impactos inmediatos, de mediano y largo plazo. Uno de los que se puede observar en lo ideológico es la aparición de izquierdas distintas a las anteriores a 1989, hayan sido estas prorusas, prochinas, etcétera. Se trata de una izquierda más laica; lo cual, sin embargo, puede ser juzgado negativa o positivamente. Muchos gobiernos de esta región responden a esta forma de ser de una nueva izquierda, tomando en cuenta que éstos se denominan a sí mismos como izquierdistas.

La caída del muro no solo fulminó al llamado “socialismo real” de orientación estalinista, agrupada en todo el mundo alrededor de los partidos comunistas, sino también a las otras maneras de concebir el marxismo del siglo XX (maoísmo, trotskismo, escuela de Frankfurt, etcétera, etcétera).

PROGRESISTAS. Diez años después de la caída aparecen en Latinoamérica gobiernos progresistas que si bien corresponden a la tradición de lo nacional popular, tienen elementos de una izquierda del todo distinta a la previa: más laica, menos rígida. Es notorio que, en general, estos gobiernos han asimilado a los partidos comunistas de sus países. En el caso de Bolivia esto es del todo claro.

Para el economista Carlos Arze este hecho tiene un signo negativo. La izquierda, después de la caída de la concreción física de la metáfora de la “cortina de hierro”, se torna “tolerante” con el capital. En contraste, el analista Róger Cortez afirma que el marxismo se libera, a partir de lo que se puede extraer sus “vertientes más ricas”. En contraposición a ambos, el sociólogo Fernando Mayorga cree que las corrientes del discurso anticapitalista —que tienen una expresión en los gobiernos de la región como Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador y otros— tienen que ver más con la tradición de lo nacional-popular que con la izquierda, por lo cual “no tienen relación directa con la caída del muro”.

Como contexto, Arze explica que la desaparición del bloque se da por el fracaso de “una gestión del socialismo alrededor de un solo país”, la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Eso es “fundamental para observar lo que está pasando en el mundo entero: una derrota de la clase obrera propiciada por el estalinismo”. Entonces, se “profundiza la inercia”, la falta de respuesta “por debilidad” de las organizaciones sindicales. En la región, las diversas corrientes socialistas, sean prorusas o prochinas, “tuvieron una fuerte presencia en las centrales obreras, con el espejismo que hubo hasta el 89, periodo en que se hizo la sinonimia entre marxismo y socialismo real. Con la caída del muro, alguna izquierda creyó que se trataba de “un reajuste del estalinismo para preservarse, pero fue mucho más fuerte”.

El resultado es que, ideológicamente, “cala en la orientación política”. Primero, esos partidos comunistas “tratan de sostener lo que quedaba del estalinismo y asumen la defensa de Cuba”; sin embargo, como Cuba también reorienta su economía con “ciertas aperturas”, también cambian los discursos. Se plantean, entonces, transformaciones más radicales: “los que antes hablaban de ruptura con el capitalismo se fueron convirtiendo a posiciones más tibias, más tolerantes con el capitalismo”.

Ésta es la lectura con signo negativo de una izquierda más laica tras la caída del muro. Se imponen los sistemas neoliberales en Latinoamérica (con diferentes velocidades), se vive un impacto fuerte por los cambios económicos, “pero que también pesan sobre la ideología”, concluye el economista.

En Bolivia, antes de 1989 este impacto aún no era “tan fuerte”, la clase obrera resiste del 84 al 87. Pero luego, los partidos marxistas que tenían gran presencia, “al caerse el ideal del ‘socialismo real’, acaban acelerando la posición liquidacionista de los sindicatos”.  Se dicen a sí mismos: “lo que corresponde es plantearse una participación en la política en el marco de la democracia liberal burguesa”, que en ese momento se impone “triunfalmente en toda la región mediante otra sinonimia: entre libertad económica y libertad política”.

SOCIOS. Haciendo el vínculo con los gobiernos progresistas de la región, esta izquierda que hereda la “tolerancia” del desmoronamiento de la “Cortina de Hierro”, Arze encuentra como síntesis la frase que repite el gobierno de Evo Morales al capital: “No queremos patrones, queremos socios”. Se trata entonces de una izquierda que no busca la destrucción del capitalismo, sino de una convivencia y a eso responde la “economía plural” de la Constitución. Esta lectura contrasta con una parte de la argumentación de Cortez, para quien “la caída del muro libera al marxismo”.

“Se da la posibilidad de pensar el marxismo, destriparlo y verlo de arriba a abajo, de ser enormemente crítico con él recuperando la capacidad de encontrar sus huellas, sus vertientes más ricas, desprendiéndose de una liturgia brutal”.
¿Cuánto tiempo demorará que esta liberación comience a dar frutos? El analista responde que “no se ven asomos por el momento”, pero en el campo teórico, por ejemplo en la economía, gente como Piketty, Stiglitz y otros terminan recreando, por sus propios caminos, la estructura de comprensión de la economía capitalista “con una proximidad con la formulación marxista en el descubrimiento del capital”.

Mayorga, en cambio, lee el carácter de las organizaciones políticas y sus gobiernos con otro código: la historia latinoamericana del populismo y no con una secuencia de la izquierda. “Fuera de las experiencias de Chile (gobierno de Salvador Allende) y Cuba (de Fidel Castro) no hubo gobiernos de izquierda, sino nacional populares, los actuales vinculados a un progresismo más cercano a la izquierda”. Se puede decir que Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa “recuperan el estatismo del populismo clásico y lo democrático del populismo de los 90”. Esos referentes los desvinculan del código izquierda-derecha.

No es casualidad que el Partido Comunista de Bolivia (PCB) esté dentro del Movimiento Al Socialismo “sin ninguna identidad, en Ecuador y Venezuela sucedió algo similar”, insiste el sociólogo. “Por esto, el vínculo de la tendencia regional progresista no tiene relación con la caída del muro. Si se quiere pensar América Latina en código de izquierda y derecha siempre hay que recuperar el peso que tiene la corriente de lo nacional popular”. De hecho, el PCB fue asimilado por el MAS, por ejemplo el magisterio nacional urbano y rural logró arrebatar el control al trotskismo (opositor al partido de Gobierno), sin embargo, no responde ya a su ideología del marxismo científico, sino al discurso del oficialismo.

Los partidos marxistas, sin embargo, ya venían afectados antes de 1989, explica Cortez, por el impacto de condiciones propias de América Latina en los 80: avances democráticos “titubeantes y contradictorios”, debilidad de los sistemas de representación política y el peso de “derrotas profundas” de los movimientos obreros entre los 70 y 80.

Estas derrotas de la izquierda boliviana son, por ejemplo, los golpes de Banzer (1971) y García Meza (1980), el fracaso del gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP), más la fragmentación minera (1986) y movimientos sociales que “no logran superar el límite de la resistencia”. Lo que se da es, finalmente, “la desaparición de la clase obrera”. “Tenemos obreros, pero no clase obrera”, juzga Cortez.

Como consecuencia de estas variaciones, se “amputan los canales de expresión política” de la sociedad, los partidos se alejan y aunque la gente sigue votando por ellos, ya pierden su vigencia. “Esto ocurre en toda la región”.

¿TRANSICIONES? En los 90 se consolida el neoliberalismo bajo el panorama descrito, entra en crisis a finales de esa década y surgen movimientos sociales antisistémicos en la región que toman la posta de los partidos que ya no los representaban. En la década de 2000 surgen nuevas fuerzas populares progresistas que van asumiendo los gobiernos en Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros, recogiendo las demandas de esos movimientos sociales. La filosofía política ya venía hablando de un otro marxismo, nominado claramente en oposición al vigente hasta la caída del muro y el fin del bloque del Pacto de Varsovia: el “Socialismo del siglo XXI”.

Sus defensores dicen que está en construcción tanto en la práctica como en la teoría; sus detractores, que es una mera enunciación o, peor aún, que no existe. ¿Corresponde a neosocialismo el marxismo más laico del que se habla? “El socialismo del siglo XX como el del siglo XXI es de las clases medias; en el caso de Bolivia, se suman alianzas que tienden a la propensión a la pequeña propiedad, la cual alimenta la reproducción del capitalismo con un vacío de propuestas para la transición”, juzga Cortez.

¿Alianzas?, Arze les pone nombre y apellido: cooperativistas y campesinos (que son pequeños propietarios). “El transicionismo (al socialismo) presente en los discursos de los gobiernos quieren ser una justificación de su burocratización y de estar con el capital”, afirma. Si bien Cortez decía, de otra forma, algo similar sobre estos gobiernos, hay un gran matiz: “no se puede subestimar sus logros al haber empoderado a la sociedad. Centrarse en sus limitaciones puede nublar la visión”. No obstante, estos procesos están “a punto de agotar su potencial transgresor”.

“Las experiencias que estamos viviendo, quizá más intensamente en América Latina, ayudan en que seamos más certeros con las preguntas para avanzar y podamos despojarnos de esos trabajos de la burguesía democrática de izquierda para justificar el orden existente que acomoda los hechos para legitimar su asimilación y contribución a la construcción de un nuevo grupo dominante para y con el capitalismo”, concluye.

Lo cierto de todo es que estas fuerzas progresistas cercanas a la izquierda (o izquierda de lleno según se autoidentifica por ejemplo el gobierno de Morales) y que, sin embargo, Mayorga ubica en la tradición nacional-popular, tiene no solo otras formas, sino también otros contenidos respecto del socialismo tradicional. Se trata de un progresismo que redistribuye el excedente, que pretende imponer el valor de uso para los servicios básicos y disciplina al gran capital, sin embargo disciplinar al poder financiero no significa que busque destruirlo, sino convivir con él, ser “socios” de ese poder y ponerle algunas limitaciones.  Estamos, entonces, ante una izquierda laica

La desaparición de referencias: Róger Cortez, analista

Lo que sucedió ideológicamente, a un inicio, lo que fue el espíritu de la época, se ve en el chiste que decía que el socialismo era el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo. En esa fase hay la sensación de un solo polo, la desaparición de referencias y la posibilidad de búsquedas. Se da una adaptación de las exjuventudes rebeldes a aprendices empresariales y lobystas.

Recomposición del mapa mundial: Fernando Mayorga, sociólogo

A escala planetaria se pasa de la bipolaridad a una recomposición del mapa mundial. La URSS, como referente ideológico, deja de serlo. Esto se ve como el fracaso de la izquierda que nace de la primera revolución proletaria. En la región, los partidos comunistas y sus variantes no tuvieron mucha presencia, por lo que su comportamiento no se puede explicar en referencia a 1989.

El discurso triunfante del capitalismo: Carlos Arze, economista

Se hizo una sinonimia entre libertad política y libertad económica. Eso es lo que dice el discurso del MNR el 85 y también los intelectuales neoliberales acusando a la UDP de que no había libertad económica, que era el discurso triunfante de Europa del Este, a lo cual se sumaron los partidos de izquierda, especialmente el Partido Comunista de Bolivia.