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El año judío

El 2014 fue difícil para el pueblo judío. Las continuas y sistemáticas provocaciones de Hamas contra los ciudadanos de Israel hicieron que sus fuerzas de defensa reaccionaran atacando las posiciones de Hamas en Gaza, lo que fue utilizado para agredir moralmente a Israel y socavar el prestigio de los judíos.

Después de meses en los que Hamas, una fuerza político-militar que administra la Franja de Gaza, lanzara cohetes contra la población civil de Israel, los militares recibieron la orden de contrarrestar esas agresiones. Bombardearon las posiciones de Hamas y, al final, ocuparon grandes extensiones de Gaza con el fin de decomisar material bélico y destruir los túneles que Hamas utilizaba para internar pertrechos de contrabando y realizar ataques sorpresivos dentro del territorio de Israel. Aunque las fuerzas israelíes advertían de sus ataques a fin de que los civiles tuvieran tiempo de alejarse de los edificios identificados como blancos de sus operaciones militares, murieron centenares de civiles inocentes.

Esas muertes, lamentables y dolorosas, fueron utilizadas por Hamas y sus simpatizantes para desprestigiar a Israel. Resultaron más eficaces que todos los cohetes, pues acorralaron al Gobierno israelita y acallaron las voces de quienes respaldaban sus actos por estar destinados a proteger a sus ciudadanos y a defenderse de un enemigo que no deja de reiterar su intención de borrar del mapa a ese país.

INOCENTES. Hamas utilizó una táctica de la guerra antigua e inmoral. La de provocar la muerte de personas inocentes para restarle apoyo y legitimidad al adversario.  Y lo hizo partiendo de una base ideológica localista pero, al mismo tiempo, muy generalizada: la del nacionalismo.                      Proclamándose representantes del pueblo palestino, lograron la solidaridad de los nacionalistas de todo el mundo. Una solidaridad que se expresa con gran rapidez en esta época en que se puede opinar con un click irreflexivo en Facebook o en Twitter.

Aislando los hechos de su complejo contexto, otros condenaron la acción israelí como un “empleo desproporcionado de la fuerza”. Esto implica juzgar a Israel con los criterios con que se juzga a un Estado y con los estándares elevados que corresponden a una democracia. Eso es apropiado, pero no lo es el hecho de juzgar al mismo tiempo a Hamas como una fuerza insurgente, pues eso ignora que también tenía obligaciones de Estado, ya que empleaba en sus ataques el poder y los recursos de que disponía desde la administración de Gaza, faltando a su deber de proteger civiles y, peor aún, buscando convertir deliberadamente en blancos militares a escuelas, hospitales y edificios civiles, al utilizarlos como depósitos de armas o sitios de lanzamiento de sus ataques. El sacrificio de los inocentes de Gaza debe llevar también a condenar a quienes los usaron como escudos y como armas de contraataque. Es lógico esperar que Israel, como Estado democrático, dé ejemplo de respeto a los derechos humanos y a los convenios de Ginebra, pero no se puede admitir que sean ignorados y violados por las fuerzas que luchan en su contra.

Muchas personas, justificadamente sensibles ante el sufrimiento humano, limitaron su análisis a los niños que morían y olvidaron el complejo juego de poderes e ideas en conflicto, haciendo eco incluso de falsas acusaciones respaldadas con imágenes de otros lugares y momentos, como por ejemplo las de la guerra en Siria. Todo esto, que se difundió muy poco durante las largas semanas que duró el conflicto, fue corroborado por informes independientes y corresponsales que estuvieron en Gaza, quienes además fueron testigos de la conducta represiva de Hamas hacia su propia población y hacia los periodistas extranjeros.

La ofensiva de Hamas estaba obviamente condenada al fracaso militar, pero logró su principal objetivo político: reavivar el antisemitismo en Europa y en las redes sociales. Sinagogas, residencias y comercios fueron atacados en muchas partes, y también se agredió a personas en base a su identificación como judías. En las redes sociales eran frecuentes las protestas que derivaban en ataques verbales, acudiendo incluso a la táctica repugnante de comparar al Estado de Israel con la Alemania nazi, en un exceso absolutamente condenable.

     En esos momentos era difícil comprender lo que hacía el Estado de Israel, porque parecía excesivo. Sus armas y su poderío militar eran muy superiores a los de Hamas y, por ello, parecía estar actuando sin control, como si solo buscara vengar a tres adolescentes asesinados y castigar a los civiles por lo que hacían sus autoridades. Muchos llegaron a confundir la razón con la aritmética y esgrimieron el conteo de muertos y heridos como argumento para justificar su posición.

VISA. Incluso en Bolivia se manifestó el antisemitismo al nivel más alto del Estado, que optó —en flagrante contravención a las normas del derecho internacional— por castigar a los civiles por lo que hacían sus gobernantes e impuso como represalia la obligación de tener visa a sus turistas. Esta decisión fue tristemente celebrada por antiguos defensores de los derechos humanos que, como muchos, habían callado cuando Hamas lanzaba sus cohetes de provocación.

Cuando el Gobierno de Israel ordenó el cese de operaciones y la retirada de sus tropas, tras un acuerdo logrado con la mediación egipcia, se pudo finalmente ver lo que había detrás de las operaciones de Hamas: Por un lado, rivalidad política entre la Autoridad Palestina, representada por Abbas en Cisjordania y Hamas, una fuerza mucho más violenta, con posiciones más cercanas al Estado Islámico que a la lucha por autonomía estatal para los palestinos. Por otro lado, se hizo más visible ese paraguas del fanatismo que es el Estado Islámico, cuya ofensiva en Irak y Siria ha mostrado un horroroso grado de violencia. Cristianos crucificados, niños decapitados, kurdos masacrados siguen llenando las pantallas, mientras las movilizaciones antisemitas en Europa se revelaron como parte de este movimiento de fanáticos. Quienes se alinearon contra Israel ya no alzaron la voz ni para admitir equivocaciones ni para condenar a los islamistas radicales. 

En todo caso, lo que sí quedó demostrado es que Israel, la única democracia de aquella región, había percibido el peligro que la acechaba con más claridad que el resto del mundo, y actuó para defenderse. Algo que ya se vieron obligados a hacer varios países árabes y que podrían tener que hacer muy pronto los países de Europa. La dificultad de enfrentar a quienes se escudan entre mujeres y niños inocentes y manipulan simpatías políticas pondrá a prueba todo lo que son y pueden ser esos países.

El año ha sido difícil para los judíos. Pero justamente por eso es necesario seguir respaldando a ese David que, si bien tiene más que una honda en la mano, sigue siendo la expresión de una voluntad racional frente a la brutalidad de un Goliat que divide al mundo en creyentes (los suyos) y en infieles, condenando a los demás al degüello por voluntad divina.