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Dakar 2015: entre arena, basura y canciones

Debo hacer una confesión: no tengo instalado el chip de la adrenalina. No sé si es falla de fábrica o si no se incluyó en mi diseño, pero no me conmueve el rugido de un motor que impulsa a alguien a enfrentar condiciones adversas para ganar un trofeo. Sin embargo, la adrenalina también tiene sus armas: es sumamente contagiosa.

Entonces, el grito de “¡Ya llega Nosiglia!” del domingo no me movía un pelo. Había llegado el sábado, no como periodista, sino para cantar con mi grupo en uno de los escenarios previstos para animar a la gente. La verdad, estaba muerto de frío con los pies congelados por la lluvia; el día anterior, un ventarrón cargado de arena había impedido nuestra participación. No había dónde quedarse en el pueblo y el panorama no parecía demasiado alentador.

Uyuni estaba atestada de turistas —a la vista, más nacionales que  extranjeros— y comerciantes ocasionales —muchos de los que llevaron un auto aprovecharon para vender desde poleras hasta platitos de lechón—, y eso, más que alegrarme, me causó preocupación: había basura por doquier. El mismo salar que recibió a los corredores, se convirtió en campo abierto para parrilladas y campistas sin la menor intención de levantar sus desechos. Entristece ver ese manto blanco con manchas de carbón y bolsas plásticas.

La lejanía de nuestro escenario —para llegar a él había que atravesar todo el pueblo— parecía un despropósito: el área de Village, dedicada a las entidades que auspiciaban el evento, parecía un campo de stands e inflables destinados a batirse contra los fenómenos climáticos. ¿Ahí teníamos que cantar? ¿Alguien pasaría por estos lares para ver a unos entusiastas que quieren difundir su música?

Entonces sucedió el milagro: se encendió la pantalla gigante: “¡Ya llega Nosiglia!”, decían. La gente apareció por todo lado para recibir al héroe con banderas. “¡Hay que subir al escenario!”, nos indicaron. Lo hicimos y, a pesar de viento, empezamos a cantar algo que ni de casualidad estaba en el programa: Viva mi patria Bolivia. La repetimos cinco veces. Y es que aunque la adrenalina no sea parte de mi sistema; el rojo, amarillo y verde es contagioso. Cantamos con el alma. Y si por ahí alguien esperaba un análisis sesudo del Dakar, lo siento: con el corazón solo se siente.