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Scherer, el periodista incómodo para el poder

Toda muerte es dolorosa. Pero hay muertes que duelen más que otras.  El pasado 7 de enero y a los 88 años murió el reportero mexicano Julio Scherer García. Referente de la prensa insumisa y ejemplo del ejercicio ético del periodismo. “Políticos y periodistas se buscan unos a otros, se rechazan, vuelven a encontrarse para tornar a discrepar. Son especies que se repelen y se necesitan para vivir. Los políticos trabajan para lo factible entre pugnas subterráneas; los periodistas trabajan para lo deseable hundidos en la realidad. Entre ellos, el matrimonio es imposible, pero inevitable el amasiato”, escribió en uno de sus libros. Por ello, contar su historia es también hablar del sistema político mexicano. Un sistema creado en 1929  y que desde esas fechas, y aún antes, estableció por la fuerza o por el dinero una sujeción y control casi absoluto de la prensa y sus oficiantes.

El primer periódico mexicano con las características que hoy conocemos nació en 1896 y se llamaba El Imparcial. Y nació como nacerían después otros medios, desde esos tempranos tiempos: del financiamiento directo del gobierno. Fue Porfirio Díaz (1877-1880 y 1884-1911, gobernó en total 30 años) quien proporcionó el dinero. Y desde ahí comenzó esa insana relación entre una prensa dócil y un gobierno omnipotente. Con el nacimiento del hoy llamado Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1929, el control y sujeción de la prensa se hizo ley no escrita y condición prioritaria para gobernar. Larga es la historia de los escasos medios independientes que no sobrevivieron a este control.

Desde esos días daban a escoger: “¿plata o plomo?”  Desde esos días se instituyeron también los embutes, las coimas “…no hay periodista que resista un cañonazo de 50.000 pesos”. Mario Vargas Llosa describió a México como “la dictadura perfecta”.

“La libertad es una lumbre que necesita de muchas lumbres para ser lumbre verdadera… No hay abrigo para la mentira. Tarde o temprano manos hábiles la desnudan” (Scherer).  El periódico Excélsior —fundado en 1917— formaba parte del coro adulatorio del poder político. Aquí llegó en 1952 un jovenzuelo que decidió abandonar sus estudios de derecho para aventurarse en el periodismo. Comenzó como todos en aquella época: como el chico de los mandados.

Ahí aprendió el oficio y durante unos años repitió el mismo estilo periodístico servil de entonces. Hasta que llegaron los años 60. Había triunfado la revolución cubana y el mundo y el país se agitaban por las exigencias de cambios de sus juventudes. Scherer no fue ajeno a ello. Poco a poco fue integrando un grupo compacto de jóvenes que habían decidido cambiar el estilo del Excélsior. Así, en agosto de 1968 Scherer se convirtió en director del periódico. Un sueño que dos meses después habría de convertirse en su peor pesadilla.

Con el presidente en ese tiempo, Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), llegaron los días duros del México de 1968. Manifestaciones multitudinarias de estudiantes exigían mayor apertura y democracia. A su paso por Excélsior gritaban “prensa vendida”. Se endureció el país y Excélsior endureció su estilo periodístico. Ocurrida la masacre de estudiantes en la plaza de Tlatelolco a manos del ejército, la televisión, la radio y casi todos los periódicos repitieron la versión del gobierno. Cuenta el propio Scherer en uno de sus libros cómo el gobierno sometía a la prensa con unas cuantas palabras. La noche del asesinato masivo (2 de octubre de 1968) le habló por teléfono personalmente el entonces ministro del interior para decirle. “…en Tlatelolco están cayendo soldados, sobre todo soldados… ¿queda claro no?”. Inmensa era la figura del presidente de la república; nada escapaba a su control. Circulaban entonces frases que de tan cotidianas eran de uso normal: “no se mueve la hoja de un árbol, si el presidente no quiere” o “¿qué hora es? La que usted ordene señor presidente”. Tan indiscutible su poder que en la soledad de su despacho decidía quién habría de sucederle en el puesto.  Las elecciones eran una farsa; los mismos mexicanos llamaban al próximo presidente “El tapado”; los caricaturistas lo dibujaban con una máscara de papel que le cubría el rostro. Los periodistas sabían que podían escribir de cualquier cosa, menos del presidente, el ejército y la Virgen de Guadalupe; eran intocables.

Scherer debió luchar, pues, con sus propios miedos en el Excélsior de los años 70, soltando y frenando intermitentemente las  bridas de su libertad galopante. Buscando un equilibrio que no lo enfrentara con el gobierno, pero que tampoco lo alejara de sus lectores que era su principal capital. Hasta que llegó a la presidencia Luis Echeverría Álvarez (1970-1976). Harto del carácter insumiso de Scherer, decidió quitarlo de la dirección. Fraguó con la ayuda de sus ministros falsos conflictos al interior y exterior del periódico e impulsó a un grupo de opositores que lo acusaron de supuestos fraudes y quiebras económicas en la cooperativa. Scherer y un grupo de 200 periodistas fueron expulsados del periódico. La traición había sido cuidadosamente incubada en el más íntimo círculo del periodista: el ejecutor y posterior director del periódico fue su propio compadre.

“El periodista observa la vida privada de los hombres públicos y se entromete en su trabajo, asiste como puede a las reuniones a puerta cerrada y se hace de documentos reservados: el periodista escucha lo que no debe escuchar y mira lo que no debe mirar en la búsqueda afanosa de los datos y signos que informen a la sociedad de lo que ocurre en las esferas del poder” (Scherer). Contundente el golpe al Excélsior, el gobierno creyó terminados sus problemas. Pero poco le duraría el gusto. Meses después, Scherer y parte de su grupo fundaron la revista Proceso que desde su primer número, en 1976, se caracterizó por ejercer un periodismo ya libre de ataduras y complejos; frontal en su crítica a los presidentes y a la clase política. Qué no intentaron los sucesivos gobiernos para acallar a la revista: amenazas, suspensión del suministro de papel, suspensión de publicidad, demandas… La revista Proceso muy pronto se hizo referente ineludible en la prensa latinoamericana. Fue y es uno de los pocos medios que vive exclusivamente de la venta de ejemplares; la credibilidad, su mejor capital.

“La cirugía y el periodismo remueven lo que encuentran. El periodismo ha de ser exacto, como el bisturí”, decía y en este afán logró demostrar por fin (lo buscaba desde hace muchos años) la insana relación prensa-gobierno. Con documentos fehacientes publicó la lista de periodistas corruptos que recibían dinero del gobierno. Embutes y coimas  que siempre habían sido negados. Scherer fue, pues, el periodista incómodo hasta para sus propios colegas.

“Permanece el periodismo en los seres que viven y en las cosas que son. Su grandeza es la del hombre. Su poesía es el agua que corre sin agotarse… el periodista escudriña, busca el diálogo, apela al testimonio… al periodista lo avalan los hechos. Sin ellos está perdido”, escribió. Le sobreviven nueve hijos, solo uno de ellos periodista; 22 libros y su ejemplo. Le sobrevive también el sistema político mexicano que no ha cambiado ni un ápice en sus formas de gobernar y en su corrupta relación con la prensa.