Agricultura familiar y de ‘subsistencia’: ficción y realidad
‘La marginalización de la agricultura campesina e indígena’, libro de la Fundación Tierra, se sustenta en una ficción sobre la marginalización de la agricultura campesina e indígena con base en datos y análisis parciales.
La agricultura familiar, comunitaria, campesina, indígena, de pequeños productores es y ha sido objeto de análisis sociológicos y económicos, aunque lo que más se discute es su aporte a la seguridad alimentaria.
La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, por sus siglas en inglés) destaca que Argentina, Brasil, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Guatemala y El Salvador han superado la retórica y puesto en práctica políticas importantes de promoción de la agricultura familiar. (“Una mirada integral a las políticas públicas de agricultura familiar, seguridad alimentaria, nutrición y salud pública en las Américas: Acercando agendas de trabajo en las Naciones Unidas”. FAO, 2014)
El Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca) sostiene que 81% de los ingresos de las unidades productivas campesinas indígenas en Bolivia proviene de las actividades agropecuarias, agricultura, ganadería, silvicultura, pesca, caza y forestal; el 19% restante se divide en 9% de ingresos provenientes de la venta de fuerza de trabajo y 10% de otros ingresos, mostrando así la importancia de la actividad agropecuaria en la vida de las poblaciones rurales.
Parte de estos análisis cuestionan también el estancamiento del crecimiento de la población rural y los procesos de migración, dejando a las áreas rurales en un supuesto abandono y con grave riesgo para la función productiva de campesinos e indígenas.
La investigación realizada por la Fundación Tierra (FT), publicada en el libro La marginalización de la agricultura campesina e indígena (Gonzalo Colque, Miguel Urioste, José Luis Eyzaguirre, marzo 2015), habla del éxodo de los campesinos hacia las ciudades y de su integración en otras actividades económicas por falta de apoyo estatal, lo que estaría permitiendo que la agroindustria y las importaciones sustituyan el aporte que hacían a la seguridad alimentaria. Estas dramáticas aseveraciones proponen que los pequeños productores campesinos e indígenas estarían desapareciendo porque la actividad agropecuaria ya no es rentable o porque los modelos de producción agroindustrial los habrían absorbido.
A fin de corroborar la situación descrita por la FT, me puse a buscar información que dé cuenta de la situación de la pequeña producción familiar, campesina e indígena en Bolivia. He aquí algunos resultados interesantes:
Primero, sobre la pobreza rural, la publicación citada sostiene que para 2001 el 84,1% de la población rural estaba en situación de pobreza y que para 2012 este porcentaje se redujo apenas al 71,5%. Según datos del INE, el dato del 84% corresponde a 1999, y el último año del que se tiene información es 2011 con un 61,35% de población rural en situación de pobreza. Como se puede apreciar, la FT sube los niveles de pobreza en más de 10%, este “error” llama la atención ya que en su contextualización, el documento induce a conclusiones exageradas.
Segundo, sobre la marginalización de la agricultura campesina e indígena, la FT expresa que la superficie cultivada por los agricultores de subsistencia estaría en un promedio de 1,5 hectáreas (ha) cultivadas. Esta clasificación resulta arbitraria ya que no se indica, por ejemplo, que una unidad productiva con las características descritas puede tener diferentes niveles de ingreso, dependiendo de su ubicación y del producto cultivado, entre otras variables.
Como ejemplo del crecimiento de la superficie cultivada en el altiplano y valles con productos que provienen de la agricultura familiar, según el INE, los cultivos de tubérculos y hortalizas han subido de 177.123 ha a 240.340 ha desde 1990 hasta 2012 en La Paz, Oruro, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba, es decir en un 36%. Este crecimiento también se registra en otros cultivos de la agricultura familiar.
Esto se puede evaluar también a través de la transformación de la estructura de la tenencia de la tierra. De acuerdo con el INRA (Cumbre Agropecuaria, Santa Cruz, abril 2015), los campesinos, interculturales y los Territorios Indígena Originario Campesinos cuentan hoy con mayor superficie de tierras (ver gráfico) con relación a cuatro décadas atrás y las grandes y medianas empresas han pasado del 68% al 9% de tierra en propiedad (39,2 millones de ha en 1992 a 6,7 en 2015).
Tercero, sobre si es cierto que los agricultores familiares y “de subsistencia” han disminuido su aporte a la producción de alimentos, como sostiene la FT, acudiremos primero a un estudio de Cipca de 2014, que señala que en Bolivia hay 775.000 Unidades Productivas Agropecuarias (UPA), el 94% representadas por productores indígena originario campesinos, que contribuyen con 36,8% a la demanda interna de alimentos, cuando el sector productivo empresarial y semiempresarial lo hace con 44%, y la importación cubre el restante 19,2%.
Estos datos muestran una correlación con una publicación del periódico La Prensa de junio de 2014, en la que la FAO sostiene que la agricultura familiar en Bolivia aporta con 70% de la producción de arroz, 45% de la producción de hortalizas, 70% de maíz, 40% de leche, y casi 100% de papa y yuca. El análisis que hace la FT (página 102 del citado texto) es muy superficial cuando señala, por ejemplo, que los alimentos que se producen en Santa Cruz están siendo apropiados por la agroempresa, ya que en el caso del arroz, aunque la producción se dé en Santa Cruz, los productores son agricultores familiares.
De la misma manera, sobre el concepto de “agricultura de subsistencia”, que el texto asocia a la agricultura de autoconsumo, es necesario precisar que la pequeña agricultura y la producción familiar del altiplano y valles se caracterizaron siempre por intercambios realizados por productores de diversos pisos ecológicos, aún en épocas precoloniales, intercambios que hoy se materializan mediante transacciones mercantiles, sin que esto signifique sumisión al capitalismo o al mercado.
Cuarto, sobre si los pequeños productores campesinos e indígenas fueron excluidos o marginalizados de las políticas de fomento del desarrollo agropecuario en Bolivia, veremos cifras extractadas de documentos oficiales e investigaciones independientes que muestran la relevancia que tienen en la política pública los programas de apoyo a la pequeña producción y la inversión en sistemas de riego.
El documento “Informe técnico de gestión 2014”, publicado por el Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras muestra algunos resultados sobre los programas de apoyo a la agricultura campesina, indígena y familiar. (Ver el detalle en el Cuadro 1)
El informe de Rendición de Cuentas del Viceministerio de Recursos Hídricos y Cuencas muestra que la cobertura en riego en Bolivia entre 2000 y 2005 alcanzaba apenas a 15.374 familias, y entre 2006 y 2014 benefició a 101.806 familias, con un crecimiento de la cobertura de más del 600%. El Cuadro 2 muestra la inversión y cobertura del Proyecto Mi Riego (creado en 2011) entre las gestiones 2011-2014.
De acuerdo con el Inventario Nacional de Sistemas de Riego presentado en 2013 por el Ministerio de Medio Ambiente y Agua (todos los sistemas de riego de proyectos rurales, incluyendo a Mi Riego), en el país existen 5.669 sistemas que benefician a 283.000 familias y alcanzan 303.000 ha en Chuquisaca, Cochabamba, La Paz, Oruro, Potosí, Santa Cruz y Tarija.
Los programas Mi Agua I, II y III también aportan al desarrollo de sistemas de riego rurales: 43.036 ha con riego entre 2011 y 2014, con una inversión de poco más de 1.627 millones de bolivianos. Respecto a la cobertura del Seguro Agrario (creado en 2011), proporcionada por el Instituto del Seguro Agrario (Insa), hasta 2014 ésta ha alcanzado a 106.053 familias beneficiadas, habiendo hecho efectivo el pago de indemnizaciones a 23.425 familias. Este seguro cubre hasta 1 ha de cultivos: se destina a pequeños productores, familiares.
Quinto, sobre la conclusión de que el campesinado está desapareciendo: ésta no condice con los datos del INE (cartilla “Un pincelazo a las estadísticas”) a 2012: pese a que la mayor parte de la población está radicada en el área urbana, el mayor porcentaje del empleo corresponde a la Agricultura, Ganadería, Caza, Pesca y Silvicultura, que ocupan a un 26,6% de las mujeres y 31,2% de los hombres.
Con relación a los flujos migratorios de las poblaciones rurales, Armando Bartra, sociólogo y economista mexicano, sostuvo en una entrevista realizada por La Razón (Animal Político del 17 de mayo) que el concepto de campesino no es excluyente de las poblaciones urbanas, pese a la disminución de estas poblaciones por las políticas de mercado, éstas han logrado establecerse en las ciudades sin perder su identidad y paradigmas y siguen siendo un aporte importante a la seguridad alimentaria.
Un análisis técnico de esta temática no puede dejar de lado que la falta de diversificación de la producción y la sustitución de cultivos tradicionales por otros destinados al mercado externo o agroindustrial son fenómenos que atingen a todos los productores y que se reflejan a nivel mundial.
Como conclusión, el libro sobre La marginalización de la agricultura campesina e indígena presentado por la FT se sustenta en una ficción sobre la marginalización de la agricultura campesina e indígena en base a datos y análisis que, como se ha visto, son parciales. Sin embargo, aporta recomendaciones todavía válidas, especialmente sobre las políticas complementarias para que los pequeños productores y los medianos y empresarios agroindustriales diversifiquen la producción y tengan un rol cada vez más importante en el aporte a la seguridad y soberanía alimentaria.