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Proceso de cambio en España

El resultado de las elecciones subnacionales —municipales y autonómicas— en España ha supuesto un terremoto político en la península. El Partido Popular (PP) ha obtenido un resultado desastroso y pierde su condición de gobierno en la mayoría de las autonomías que estaban en disputa. Algo similar ocurre en Madrid, Valladolid y Valencia —por mencionar solo algunas de las capitales que dejará de gobernar. Figuras importantes del PP —viejas y nuevas— han sido jubiladas por un voto popular crítico, harto por la gestión de la crisis: el incremento de la pobreza, los desahucios sin alternativa habitacional y el aumento significativo de familias en riesgo de exclusión social, son solo una parte de las consecuencias de las políticas de recorte implementadas por el PP, argumentando siempre, a la Thatcher, que no hay otra alternativa.

La otra pata del bipartidismo español —su democracia pactada—, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ha quedado por detrás de las candidaturas de unidad popular municipal —donde Podemos, el partido liderado por Pablo Iglesias, ha sido la fuerza motriz principal— en capitales como Madrid, Oviedo, Cádiz, Zaragoza o Barcelona. Sin embargo, ha conseguido mejores resultados —inferiores, en todo caso, a las últimas subnacionales— en comunidades autónomas, y esto le permitirá, previo acuerdo con Podemos, ser gobierno en varias de ellas y poder argumentar que está remontando la crisis en la que lleva inmerso muchos años.

En todo caso, queda claro que en muchas capitales de provincia las fuerzas de cambio han obtenido muy buenos resultados y se harán con el gobierno en varias de ellas. En el ámbito de las comunidades autónomas, el PP pierde el poder en muchas, el PSOE consigue un segundo lugar con opciones de gobierno en varias y Podemos es tercera fuerza en 9 de las 13 que estaban en disputa. Si bien el objetivo de Podemos era ser segunda fuerza —con aspiración de gobierno— en al menos una de éstas, el resultado no deja de ser bueno: en Aragón se quedaron solo a un 1% del segundo lugar, en Asturias a menos del 5% y en Madrid a 7%. Y han ingresado con fuerza en todos los parlamentos autonómicos.

Cabe apuntar que se trató de una campaña muy desigual entre PP- PSOE y Podemos. Este último contó con mucho menos espacio en los medios, cuando no con el apagón de algunos, sobre todo para candidaturas más “peligrosas” como la de la Comunidad de Madrid, no adquirieron préstamos de los bancos, práctica habitual de los grandes partidos que luego supone hipotecas inconfesables; su financiación provino fundamentalmente de las donaciones de la gente, con las limitaciones que esto conlleva, y fueron miles los municipios en los que no hubo candidaturas populares.

POCA NOVEDAD. El gran tapado del régimen, el lampedusiano partido Ciudadanos obtuvo resultados mucho menores de los que pronosticaban —más bien deseaban— las encuestas. Ciudadanos es un esfuerzo de parcial recambio de élites ordenado y que tiene como objetivo desactivar la impugnación política al régimen articulada fundamentalmente por Podemos y otras fuerzas de cambio. Han vaciado de crítica económica su discurso y, de la mano de la imagen de sus líderes: jóvenes de clase media alta, deportistas, profesionales liberales, básicamente hablan de corrupción y ni se acercan a cuestionar los fundamentos político-económicos de ésta. Sus promotores esperaban que sean la llave para habilitar a los gobiernos del PP en los lugares donde éste pierda la mayoría absoluta —previa firma de algún insustancial compromiso de lucha contra la corrupción que puede suscribir cualquiera—, pero han tenido resultados más modestos y son pocos los lugares en los que podrán ayudar al PP a hacerse con el gobierno.

Su emergencia ha contado con un cerrado apoyo mediático que casi provoca sonrojo, por ejemplo: sus nueve páginas de propuesta económica inicial fueron recibidas como una propuesta seria por el diario El País, mientras las más de 60 páginas de Podemos fueron diseccionadas y descartadas durante semanas y en portada por el mismo diario. Ciudadanos ha tomado la bandera del cambio vaciándola de cualquier elemento problemático para el régimen y sin importar el dato, no menor, que buena parte de sus candidatos vienen del PP. Algo parecido a lo que intentó Tuto Quiroga en 2005: cambio sí, ya que se respiraba inevitable, pero vamos a hacerlo de modo ordenado y sensato. Poco importaba en la estrategia de Quiroga haber sido él mismo la creación más acabada de la democracia pactada, del orden que moría; lo mismo pasa con Albert Rivera, líder de Ciudadanos, el mimado del orden económico vigente en España promete cambio y, a pesar de ser la marca blanca del PP, sabe pulsar la nostalgia de lo que grandes sectores de clase media aspiraban a llegar a ser: una meta imposible, antes y ahora, ya que las políticas neoliberales implementadas vuelven inviable la universalización de esta meta.

Sin embargo, Ciudadanos seguirá contando con un apoyo cerrado de las élites, más aún después del resultado del PP y del recobrado impulso de Podemos que algunos daban ya por amortizado.

LAS GENERALES. Más allá de lo cuantitativo, las fuerzas contra las políticas de austeridad y críticas del bipartidismo han tenido una clara victoria cualitativa: el aire que se respira en España, el sentido común que empieza a ser mayoritario es que el cambio es tan deseable como posible. Ya decíamos que el PSOE intenta subirse a ese carro y que Ciudadanos ondea esa bandera, aunque descolorida. Todo esto no deja de ser una victoria para Podemos y afines. Y mejora las condiciones para las generales —sin que esto signifique que el camino esté despejado. Son muchos los líderes sociales —contra los desahucios, vecinales, del activismo juvenil, de la universidad crítica— que han asaltado las instituciones y que tendrán la oportunidad de mostrar que, no sin dificultades, las cosas se pueden hacer de otra manera. Si esto empieza a tener resultados visibles antes de las generales, el escenario para el PP se complicará aún más. Por ejemplo, las futuras alcaldesas de Barcelona y Madrid tienen como objetivo hacer frente a los desahucios y al menos concretar alternativas habitacionales cuando éstos se produzcan. Si esto se materializa, quedará claro que detener el sufrimiento de miles de españoles echados a la calle sin opción era en última instancia una cuestión de voluntad política y no un imperativo natural como decía el PP.

Como decimos, no será fácil, nunca lo es. Las fuerzas de la reacción tienen un manual que suele funcionar: azuzar el miedo. Y en España llevan unos meses recitándolo. Aquí en Bolivia, todos los males se sucederían si decidíamos echar a una élite servil a los Estados Unidos y a sus bolsillos.  Nacionalizar era una palabra prohibida. Y una Constituyente, la Caja de Pandora. Estos presagios se mostraron falsos y malintencionados, pero hizo falta mucha gente detrás, inteligencia en las decisiones y valentía no pocas veces. Y aliados, dentro y fuera. Las fuerzas del cambio en España tienen nuestra historia reciente muy presente —somos un ejemplo para los aciertos y para no cometer algunos errores— y saben que nos tienen como aliados, antes, ahora y en lo que venga.