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Evo, Sole y las organizaciones de El Alto

Lo sucedido con Soledad Chapetón ayuda a entender cómo es que funciona el modelo político de las “democracias de la calle”, que tiene que ver no solo con las organizaciones sociales de El Alto, hoy de capa caída, sino con el conjunto de movimientos sociales que apoyan al gobierno de Evo Morales.

Es un modelo en el que tres actores entran en juego: el jefe político, los intermediarios y los ciudadanos votantes. En este caso, el jefe es Evo, los intermediarios son los movimientos sociales y los ciudadanos votantes son los alteños. La lógica es la siguiente: “yo jefe te dejo ‘mejorar tus condiciones de vida’, pero, a cambio, tú me aseguras el control del voto”. En una democracia sólida, se sabe, el voto es secreto. En una democracia que tiene lugar en este modelo, el voto debe ser lo menos secreto posible. Se debe saber quién ha votado por quién. Un dirigente cocalero ayudaba en la última elección presidencial a aclarar lo que comento: “hay votos por Tuto en el Trópico del Chapare, vamos a encontrar a los traidores”. Perfecta aclaración. Pero, para ser más preciso, conviene enfatizar que lo que se busca es saber quién no ha votado por “nosotros”. Esa es la clave. Saber quién no lo ha hecho conduce a descubrir la siguiente función de estos intermediarios: la de castigadores. Sí señor, se debe reprender a quien no apoyó a la “única opción”.
Vale decir, estos intermediarios tienen, hasta acá, un doble rol: controlar quién no votó por el MAS y castigar a los traidores, convirtiéndose, por ello, en cernidores de la gestión pública: “Patana, éstos no deben recibir nada, éstos sí, éstos más o menos”. Ése es su rol.

¿Lograron cumplir ese rol en la última elección autonómica de abril de 2014? Por supuesto que no (con excepciones). Fracasaron en su misión de controladores. Eso significa que no le son útiles ya al modelo. No son ya útiles al jefe. ¿Qué es lo obvio en este caso? Pues no hay duda: que sea el mismo jefe el que los desprestigie. Que sea Evo el que ya no quiera saber de ellos. La derrota de los movimientos sociales no es pues solo, o especialmente, frente a la Sole, sino frente al Presidente. Ya no le sirven. No es pues casual que incluso los periódicos más proclives al oficialismo emprendan duramente contra estas organizaciones sociales alteñas. Y está bien que lo hagan. Lo que obvian, sin embargo, es que este modelo tiene en estos movimientos solo a una de sus patas. Hay otras dos, y una de ellas es Evo y su gobierno. 

En todo caso, conviene preguntarse sobre el porqué es que estas organizaciones han caído. La teoría política ofrece algunas explicaciones en el ilustrativo libro de Susan Stokes, Intermediarios, votantes y clientelismo, publicado por Cambridge.

Uno, a medida que crece la población, se hace más difícil controlar a los votantes pues se necesita cada vez más controladores. Sin embargo, eso es lo que precisamente sucedió en el caso comentado, pues el modelo se agranda de manera vertical: debajo del jefe (Evo) hay un intermediario (el dirigente de la Fejuve) y debajo de éste hay otro intermediario (el intermediario del intermediario, que es el dirigente vecinal de distrito) y debajo de éste hay un intermediario del intermediario del intermediario (que es el dirigente de la junta vecinal del distrito). El modelo político vigente es un modelo de relaciones personalizadas en cadena vertical descendente hasta llegar al último vecino. En cada eslabón se establecen compromisos específicos de beneficio particular (corporativo) que terminan por incluir a muchos (o a casi todos).

Conviene entender esta particularidad del modelo para evitar la simplificación teórica que afirma que estas organizaciones son “minorías activas”. En realidad no. Su representación tenía lugar de esta manera clientelarmente inclusiva, de abajo a arriba. Que hoy nadie quiera reconocer a estos dirigentes, lleva a que terminen aislados (y parezcan meras minorías). Pero no fue siempre así. El modelo funcionó relativamente bien y ellas fueron promotoras de una mayor participación social (así sea de este modo clientelar). Por tanto, no fue este primer factor lo que falló. O, al menos, no fue lo central (pues tampoco se puede negar que el crecimiento alteño de censo a censo de poco más de 700.000 a casi 1 millón, no dificulte el control).

Hay un segundo factor: cuando los intermediarios dejan de cumplir su rol de intermediación y se dedican a beneficiarse a sí mismos. ¿Sucedió? Al ver las ejecuciones presupuestarias alteñas, siempre por debajo del promedio de ejecución municipal nacional, se puede sospechar que no fueron precisamente muy eficientes en la aceleración de la distribución de recursos. Es necesario contar con más investigaciones al respecto, pero sea lo que fuere, éste es un riesgo muy común en estos modelos políticos: al privilegiarse el control político sobre la gestión o, más bien, al hacer gestión en función al control político, los parámetros de eficiencia o respeto a la ley, quedan subordinados. Y al quedar subordinados, la política corre el riesgo de degradarse. En todo caso, valga enfatizar que lo negativo no es, por ejemplo, que un subalcalde manipule alguna licitación para que gane la empresa de su cuñada. No, eso no es (necesariamente) lo malo. Se sabe que es así. Ésas son las reglas de este modelo. Lo malo es que lo hagan sin conseguir controlar el voto de los ciudadanos. Es ahí cuando se torna malo. No es el acto ilegal el error, sino el acto político (la inoperancia). Por eso es que no se penalizó a Patana antes de la elección, aun sabiendo que era el intermediario central de una cadena amplísima de intermediarios hacia abajo, beneficiándose todos, o la mayor parte, de los recursos públicos municipales (para beneficio propio), sino después. No se castiga la ilegalidad, se castiga la inoperancia. No es pues éste el factor central de su caída.

Es el tercer factor el más importante en mi criterio: cuando se empieza a dar obras sin pedir condición alguna a los votantes. Al no pedir condición alguna, los intermediarios pierden relevancia. Su rol se resume en: “vecino, yo logro que te den estito, pero vos votas por nosotros, ¿bueno?”. Pues bien, si se empieza a entregar obras por doquier sin pedir nada a cambio, ¿para qué sirven los intermediarios? Para nada. Y es eso lo que sucedió. Basta ver que el programa gubernamental Bolivia cambia, Evo cumple ejecutó entre 2007 y 2013 alrededor de 469,4 millones de bolivianos en al menos 503 proyectos de desarrollo social en la ciudad de El Alto. Asimismo, entre 2006 y 2013, el Gobierno invirtió en El Alto 107,5 millones de bolivianos en proyectos educativos y 470 millones en la construcción de establecimientos de salud.

Vaya paradoja: fue Evo Morales el que coadyuvó a debilitar los lazos clientelares propios de este modelo. ¿Lo hizo con una lógica de democratización como es la que hoy valientemente pone sobre el tapete la Sole? Por supuesto que no. Lo hizo para ser el único distribuidor de beneficios. Lo hizo para no tener que lidiar con líderes que la opaquen. Finalmente, siempre es mejor para el máximo líder, llegar directamente a la gente sin tener que pasar por el oneroso trámite de contentar a estas largas cadenas clientelares que él mismo ayudó a construir.