Grecia, hora cero
Ante el referendo de hoy en Grecia, sobre si acepta o no el plan de austeridad de la troika, el premio Nobel Joseph Stiglitz razona: “Un voto por el sí significaría una depresión casi sin fin (...). Un voto por el no abriría al menos la posibilidad de que Grecia, con su fuerte tradición democrática, pueda asir su destino en sus propias manos”.
El único motivo para haber aceptado la amable invitación de escribir estas líneas sobre lo que pasa hoy en Grecia es la certeza de compartir con muchos de los que aquí vivimos, igual que con millones esparcidos por todo el mundo, la ansiedad y la indignación del pueblo griego al sentirse encañonados por el implacable poder de los bancos, dispuestos a “hacer tronar el escarmiento” para que nadie más ose desafiarlos.
Con esa única pretensión realizo aquí el esfuerzo para sintetizar los análisis más agudos que he encontrado desde que Syriza ganó las elecciones, como parte de la respuesta de los griegos ante los inacabables ajustes y recortes que se les han venido imponiendo.
Una deuda aplastante. Siguiendo la reconstrucción efectuada por el experto Claudio Scaletta, a cuyo trabajo me ciño estrictamente en este acápite, puede verse que Grecia ingresó a la zona euro en 2003, en condiciones dudosas, bajo el paraguas del deterioro italiano, que anulaba las razones empleadas para seguir dejando fuera a Grecia. En 2009, se descubriría “que los parámetros de Maastricht para ingresar en la Eurozona se habían cumplido gracias a la contabilidad ‘creativa’ de Goldman Sachs”.
La considerable deuda griega continuó acumulándose desde aquel entonces, destinada a llevar a cabo, entre otras cosas, enormes compras militares, que ascendieron a unos 150 mil millones de dólares, realizadas a Alemania y Francia, hoy por hoy, implacables acreedores, lo que contrasta con su inverosímil liberalidad y estudiada negligencia en el momento de conceder los créditos y facilidades para estas adquisiciones.
A inicios de 2015, la deuda pública supera el equivalente del 175% del PIB. “Los fondos de los rescates se destinaron a pagar capital e intereses de deuda, recapitalizar bancos, y una parte menor, el 11%, a financiar gasto público”.
Para enero de 2015, el PIB había caído 25 puntos. El desempleo se aproxima al 30% y el juvenil supera el 50%. “En tres años, el costo salarial griego cayó más del 20%. Las jubilaciones y pensiones se redujeron el 45%. Entre la población infantil la pobreza supera el 40%; uno de cada tres griegos es pobre en la actualidad. También reaparecieron enfermedades que habían sido erradicadas, subió la mortalidad infantil y se multiplicaron las muertes por falta de tratamientos”.
Rescates tóxicos y austeridad extrema. En 2009, junto a Italia, España, Portugal e Irlanda, la situación griega estalló en una crisis enorme que puso a temblar la estructura de la Unión Europea.
El déficit fiscal había trepado hasta el 15% del Producto (aquí, para la época de la crisis estatal de inicios de siglo llegó hasta el 5%). Las exportaciones no superaban los 20 mil millones de dólares y las importaciones alcanzaban unos 60 mil millones. Esta brecha comercial se financiaba con el ingreso de capitales.
En 2010 llegó el primer programa de rescate por alrededor de 110 mil millones de euros, bajo la estrategia de la troika (Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea) que consintió en “alargar la crisis para darles tiempo a los bancos alemanes y franceses a que descarguen sus papeles griegos” (Scaletta), mediante préstamos al Estado para que se les pague a los bancos. Como los fondos resultaron insuficientes, se ejecutó un nuevo rescate, esta vez por alrededor de unos 200 mil millones de dólares más.
Luego vinieron las reestructuraciones, con lo que los bancos extranjeros quedaron a salvo y los afectados son ahora los fondos de pensión y los bancos nacionales. Hoy, los principales acreedores son el Banco Central Europeo y el fondo de estabilización. “En tanto se sumaron dos préstamos por algo más de 260 mil millones de euros más papeles en torno de los 30 mil millones que compró el BCE, unos 290 mil millones adicionales”.
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía (2008) resume así la situación: “A finales de la década de los 2000 el Gobierno griego estaba gastando más allá de sus posibilidades. Pero, desde entonces ha recortado repetidamente el gasto público y ha aumentado la recaudación fiscal. El empleo público ha caído más de un 25%, y las pensiones se han reducido drásticamente. Todas las medidas han sido más que suficientes para eliminar el déficit y convertirlo en un amplio superávit”, lo que no ha ocurrido.
Giro a la izquierda y decisiones. Pese al enorme y continuo sacrificio, los griegos no vieron resultados, sino el estiramiento permanente de la estrechez y la inflación de la deuda. Así, en enero de este año Syriza (Partido de la Izquierda Radical) ganó las elecciones con un programa que prometía detener el ciclo vicioso y renegociar con los acreedores, en términos que significaran un alivio para la población y un espacio para que su economía pueda dejar de achicarse.
En un semestre de negociaciones, en las que la “troika” mantuvo inflexible su enfoque de austeridad, recortes y privatizaciones, el primer ministro Alexis Tsipras ha decidido llamar este 5 de julio a una consulta popular, en la que si se impone el voto por el “Sí”, es decir, aceptar las condiciones de los acreedores, llevará a la caída de la coalición encabezada por Syriza y si triunfa el “No” a que Grecia salga del euro, lo más probable, y de la Unión Europea.
Según Yorgos Papandreu, ex primer ministro, obligado por Alemania y la UE a renunciar en 2011, por plantear un referendo similar al de este domingo, cree que el triunfo del No llevará a una “economía estrangulada, sin dinero en los bancos, ciudadanos que dejan de pagar impuestos y la economía en caída libre. Nadie nos expulsaría de Europa. Seríamos nosotros mismos quienes nos alejaríamos de ella, paso a paso. Y será a los más débiles a quienes toque pagar el precio más elevado”.
Es más fúnebre aun el catalán Lluis Basset, subdirector del periódico El País de España, quien augura que el euro no lucirá como una unión monetaria irreversible. “El gesto griego será la invitación a proseguir la demolición. Habrá especulación en los mercados. Se pondrán a prueba los mecanismos financieros y bancarios construidos durante la crisis”, con resultados imprevisibles para Europa, más allá de su moneda.
En la otra vereda, los premios Nobel de Economía, estadounidenses los dos, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, plantean que el pueblo griego debe votar por el No. Krugman argumenta que tras todos los años de aplicación de planes de austeridad Grecia está en peor situación que nunca, y que aceptar el nuevo plan de la troika “conllevaría el abandono definitivo de cualquier pretensión de independencia de Grecia”. Para él, los “técnicos” de la troika son un personal altamente ideologizado (fantaseadores, los llama) “que se han equivocado en cada paso dado”. Remata: “No es una cuestión de análisis; es una cuestión de poder: el de los acreedores para tirar del enchufe de la economía griega, que persistirá mientras (la) salida del euro se considere impensable”. “Es hora de poner fin a este inimaginable. De lo contrario, Grecia se enfrentará a la austeridad infinita y a una depresión de la que no hay pistas sobre su final”.
Stiglitz razona de manera casi idéntica: “Un voto por el sí significaría una depresión casi sin fin (…). Un voto por el no abriría al menos la posibilidad de que Grecia, con su fuerte tradición democrática, pueda asir su destino en sus propias manos”.
En la crisis de 2008, la banca y las instituciones financieras hicieron desaparecer una fabulosa cantidad de recursos y obtuvieron como unánime respuesta planes de salvataje; este año, los griegos trataron de obtener un respiro, discretamente alejado de la receta de aplastante austeridad y se les ha respondido con severidad implacable, que dadas las circunstancias, podría volcarse contra quienes la esgrimen.