Icono del sitio La Razón

Y hoy, el plato especial se llama Grecia

Todos sabemos que a los griegos les gusta romper platos. Es una antigua tradición que se emplea luego de la celebración de una boda, para desear suerte, como muestras de amor, como parte del kefi (expresión de emoción y alegría) tras una actuación artística, como una muestra de prosperidad, para alejar espíritus malignos y simplemente para celebrar al son de ¡uuupa! en fiestas y reuniones. El problema viene después de la celebración, cuando alguien pregunta: ¿Y ahora, quién paga los platos rotos? La respuesta definitivamente no es una tradición griega y que se refleja en el actual dilema que atraviesa Atenas.

Primero que nada, es necesario conocer los ingredientes de la receta de la crisis griega: comience con una generosa cantidad de capitales en empresas estatales, mezcle con muchos empleos creados bajo el auspicio del Estado y marinados con jugosos salarios y beneficios, espolvoree altas pensiones de jubilación, vierta una cantidad a gusto de corrupción y evasión fiscal, y sazone con 150.000 millones de dólares por compras militares. Agregue estados financieros previamente cocinados como saborizante artificial, deje en el horno unos años y ¡voilà! Un suculento plato griego de aproximadamente 358.000 millones de dólares de deuda.

Lo irónico del asunto es que la cuenta que Grecia tiene con el master chef de los acreedores, Alemania, es de 68.200 millones de dólares, y Berlín es el primero en oponerse a nuevos rescates financieros. El primer ministro griego, Alexis Tsipras, solicitó un rescate a último minuto el lunes 29 de junio, justo antes de vencerse el plazo del pago de 1,7 mil millones de dólares al FMI, a lo que Frau Merkel respondió ¡nein! Es irónico porque en 1953 Alemania también estaba sumida en deudas de reconstrucción provenientes de la Segunda Guerra Mundial. Los acreedores incluían justamente a Grecia, España, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, además de Pakistán y Egipto. El endeudamiento alemán alcanzaba a ¼ (un cuarto) del producto nacional, no tan dramático como el caso griego, pero el peligro de perder un bastión en occidente ante el frente comunista a la batuta del Kremlin empujó a los acreedores a convenir, hace 62 años en Londres, el 27 de febrero, un plan de salvataje para Alemania Occidental, pese a los crímenes de guerra cometidos contra ellos unos años antes. Grecia y el resto condonaron 50% de la deuda alemana, misma que incluía créditos de privados y hasta de personas particulares. Lo más novedoso del acuerdo de Londres fue una cláusula en la que se estipulaba que los pagos debían provenir de los excedentes de la balanza comercial alemana, y cualquier repago estaba limitado a 3% de las ganancias anuales por exportaciones.

Todo esto significó tres aspectos muy diferentes a lo que pasa hoy con Grecia: que los acreedores tenían que comprar exportaciones alemanas para que el deudor esté en posibilidad de pagarles, que Alemania pagaría únicamente con ingresos genuinamente obtenidos y sin necesidad de recurrir a otros préstamos, y que, más importante aún, los acreedores estaban realmente interesados en la recuperación y crecimiento de la economía alemana. Alemania hoy por hoy se ha recuperado, unificado y convertido en la locomotora de la integración europea. En contraste, ¿cuál ha sido el menú alemán y de occidente hacia sus comensales en los últimos 30 años? Progresivo endeudamiento, reducir las porciones del Estado en la torta productiva a través de privatizaciones, abrir mercados y dejar que se arreglen por sí solos, y el plato fuerte: austeridad, que es una forma sofisticada de decir ajustarse el cinturón hasta que no haya nada más que ajustar. Una receta semejante ha planteado el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, la llamada ‘troika’, que implicaba una reducción drástica del número de personas que pueden optar a una jubilación anticipada y la ampliación de la base del Impuesto al Valor Agregado como condición para un nuevo rescate. Esto ha motivado el ‘greferéndum’ del domingo 5 de julio en el que los griegos debían elegir si aceptaban las condiciones para un nuevo rescate o no. El mismo Tsipras puso su gestión de rehén si es que ganaba el Sí.   

Finalmente se impuso el oxi (No) y Tsipras y su posición negociadora frente a la troika salieron fortalecidos. No obstante y en cuanto al país heleno, ¿estará ahora en la freidora? Tal vez es un poco más complejo que eso. Grecia es el primer país desarrollado en entrar en default con el FMI y la situación podría escalar ya que el referéndum no la exime de sus deudas. Empero, el aceite caliente parece salpicar no solo a unos cuantos.

El ‘No’ puede implicar la llamada ‘grexit’ o salida de la eurozona, la bancarrota nacional y la afectación de los mercados financieros que ya comenzaron a reaccionar; cuando era inminente que Atenas no pagaría al FMI, el índice industrial Dow Jones de la Bolsa de Valores de Nueva York cayó 350 puntos, la más estrepitosa caída en lo que va del año. Otros países afectados por la sobre-cocción de sus finanzas son España, Italia y Portugal, y aunque Gran Bretaña no es parte de la unión monetaria, conducirá su propio referéndum en 2016 para ver si permanece o no en el euro-club.

El aroma de una Unión Europea todavía en el horno cuya masa de miembros nunca termina de espesar y que, al contrario, ya empieza a oler quemado, ha despertado el apetito de Vladimir Putin, quien ya ha ofrecido a Atenas un salvavidas financiero y que está procurando también meter la cuchara de China en la sopa. Disolver la unidad de los principales aliados de Estados Unidos en la aplicación de sanciones contra Moscú, perturbar la integración europea y debilitar a occidente en general, hacen de Grecia el plato especial de la casa.

Persuadir a Tsipras de pagar sus deudas parece tan difícil como persuadir a Merkel de lo opuesto. No hay propuestas ni contrapropuestas sobre la mesa, sólo presión de la troika y el Departamento de Estado y al parecer solamente hay un escenario que podría hacer que la historia se repita como en 1953 y acerque a acreedores y deudores en busca de una solución: evitar que el postre lo sirva el Kremlin.