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La autonomía universitaria ha sido destruida

La lucha de los estudiantes de San Simón contra la resolución de titularizar a los docentes “extraordinarios” por antigüedad, sin que rindan examen de competencia, despierta al estamento estudiantil para recuperar la autonomía de manos de las camarillas y ponerla al servicio de los estudiantes y los intereses generales de la universidad.

/ 2 de agosto de 2015 / 04:01

La universidad atraviesa uno de sus momentos más vergonzosos, estrangulada por la acción perversa de grupos de poder (camarillas) conservadores que la arrastran a la debacle. Los estudiantes han sido totalmente desplazados del gobierno de la universidad. El cogobierno ya no es ejercido por los estudiantes como fuerza colectiva; las direcciones estudiantiles actúan de espaldas a las bases, no rinden cuentas de sus actos, hacen lo que bien les parece en función de minúsculos y mezquinos intereses.

La universidad pública ha sido convertida hoy en una institución decadente, ajena a la lacerante realidad económica y social del país, indiferente ante la lucha del pueblo; es una universidad abúlica en cuyo interior campean esas camarillas en competencia por aprovecharse de la universidad, para satisfacer sus menguados y miserables intereses.

A la universidad la castraron desde el momento en que el movimiento estudiantil, como fuerza y acción colectiva, fue arrinconado y marginado de actuar y participar en la toma de decisiones de la vida universitaria, enseñoreándose arrogante la “institucionalidad”, como la dictadura de autoridades sostenidas por camarillas corruptas, para acabar con las conquistas fundamentales de las universidades: autonomía, cogobierno, poder estudiantil, ingreso libre, educación superior única, laica y gratuita —para mencionar las principales—, y potenciar e impulsar la privatización de la educación superior.

Es menester que los estudiantes, como fuerza colectiva, recuperen el papel protagónico que en los momentos de mayor desarrollo político en la universidad tuvieron.

La lucha que en estos momentos libran los estudiantes de la Universidad Mayor de San Simón en Cochabamba contra la intolerable resolución de titularizar a los docentes “extraordinarios” (interinos incorporados por simple invitación) por antigüedad, sin que rindan examen de competencia y oposición, como dicta la norma del sistema de universidades autónomas, abre el inicio del despertar del estamento estudiantil para recuperar la autonomía de manos de las camarillas y ponerla al servicio de los estudiantes y los intereses generales de la universidad.

La autonomía universitaria. La universidad debe ser libre de pensar y actuar sin que los gobiernos burgueses de turno se inmiscuyan en sus actividades, sometiéndola a sus intereses circunstanciales. Autonomía es autogobierno, que quiere decir soberanía frente al Estado burgués para desarrollar libremente su propia política. La autonomía es una conquista fundamental, condición necesaria, aunque de ningún modo suficiente, para que en las universidades pueda desarrollarse libremente el pensamiento, la ciencia, la cultura; para que pueda haber libre confrontación y creación de ideas.

La política de los gobiernos burgueses busca someter a la universidad a su control y autoridad para imponer los designios de la clase dominante y del imperialismo, como fue la Reforma Educativa, diseñada por el Banco Mundial durante el neoliberalismo, y ahora de la Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez, cargada de un indigenismo postmodernista profundamente anticientífico. Sucia tarea a la que se prestan las camarillas que medran de la universidad.

La calidad de la universidad pública está en directa relación con la estructura económica del país, es reflejo de su atraso, por una parte, y de la incapacidad de la burguesía para resolver los problemas nacionales, por la otra. La defensa del derecho de todos los jóvenes a la educación superior y la exigencia de que el Estado atienda este derecho gratuitamente es, en sus orígenes, una reivindicación democrática que  la burguesía en su decadencia pretende desconocer y anular.  En sí misma, la autonomía no es ni revolucionaria ni reaccionaria,  ni honesta ni corrupta, todo depende de al servicio de quién esté.

Normalmente, la universidad  —con todo y su autonomía— obedece al pensamiento y los intereses de la clase dominante como toda la superestructura de la sociedad. Cuando así ocurre, refleja todas las taras de esta clase intelectual y culturalmente extranjerizante, discriminatoria y mediocre.

Con carácter excepcional, cuando la presión política de los explotados logra ganar políticamente a los jóvenes estudiantes, la universidad se transforma, escapa de la tutela de la clase dominante y se convierte en parte de la lucha de las masas y de la política revolucionaria de su vanguardia: la clase obrera (por ejemplo en 1970); es entonces cuando se hace subversiva, cuando la autonomía se convierte en un instrumento de lucha de los explotados, cuando se funde con el pueblo, cuando el pensamiento revolucionario rebelde encuentra en la autonomía una palestra para hablar alto y fuerte, cuando los estudiantes se convierten en un verdadero poder que define la vida universitaria, cuando la autonomía se hace peligrosa para el orden social burgués y, también, cuando éste jura acabar con ella.

El cogobierno paritario docente estudiantil. La participación de los estudiantes en el autogobierno universitario es producto de la lucha del estamento estudiantil, que es el sector más dinámico y transformador de la universidad. Toda la historia de la reforma universitaria en el país y en el exterior demuestra que las grandes transformaciones, las conquistas más importantes, han sido producto de la acción de los estudiantes. No es que el movimiento estudiantil sea siempre revolucionario; puede o no serlo según qué política siga. Pero es el motor de las transformaciones en la universidad frente al movimiento docente, en el que el sancho-pancismo es el rasgo dominante, convirtiéndolo en un sector más conservador.

El co-gobierno paritario docente estudiantil ha permitido que en determinados momentos de la lucha de clases que se desarrolla en el seno de la sociedad, ésta se exprese como acción organizada y política a través del estamento estudiantil y que la universidad autónoma haya logrado soldarse a la lucha revolucionaria de los explotados. Es la acción estudiantil la que da contenido a la autonomía universitaria. El Poder Estudiantil significa capacidad de decisión de los estudiantes para definir la política universitaria en todos sus aspectos.

Cuando el movimiento estudiantil es arrinconado y el cogobierno reducido a una formalidad, la universidad cae en manos del conservadurismo docente, expresado a través de las autoridades y las camarillas que se organizan a la sombra del poder. La universidad pierde todo contacto con la sociedad y es arrastrada al campo de la política antinacional de la clase dominante.

El cogobierno pleno, el Poder Estudiantil, debe residir en las bases a través de la asamblea general como máxima autoridad. La “institucionalidad” no es otra cosa que una dictadura de autoridades y camarillas contra las bases y los intereses generales de la universidad.

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‘Un pueblo ancestral con tecnología nuclear’

No puede haber de-  sarrollo tecnológico ‘soberano” y con ‘identidad’ sobre  la base del atraso económico. Atraso cuya causa no es la falta de conocimiento, sino las relaciones económicas de producción imperantes.

/ 23 de noviembre de 2015 / 04:01

Este es el mensaje de un spot publicitario a favor del Centro de Investigaciones Nucleares que el Gobierno se ha empeñado en instalar con un costo de 300 millones de dólares. A propósito de la discusión sobre si el reactor nuclear de investigación (no de potencia, menos mal) de dicho Centro es o no peligroso, señalemos que, en principio, no debería serlo si la empresa que construya el Centro se ajusta  estrictamente a las normas internacionales que garanticen que sea seguro y si después quienes estén a cargo de su operación y mantenimiento tengan la capacidad y preparación suficientes para cumplir estrictamente con todos los protocolos que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) exige para avalar su seguridad.

En este punto, considerando el modo negligente con el que se manejan todas las instituciones a cargo del Estado nacional, surge un legítimo temor sobre la garantía que pueda haber de un manejo adecuado del reactor, particularmente de los residuos radiactivos. El centro contará también con un ciclotrón que es un acelerador de partículas.

EXPERIENCIA. A manera de antecedente negativo, tenemos la triste experiencia del Generador de Neutrones que se quiso instalar en el Centro de Investigaciones Nucleares (CIN) de Viacha, dependiente del  Instituto Boliviano de Ciencia y Tecnología Nuclear (Ibten), antes Comisión Boliviana de Energía Nuclear (Coboen); un equipo relativamente sencillo que, sin embargo, nunca lograron hacer funcionar y ahí ha quedado abandonado dentro de su enorme búnker.

Pero admitamos que esta vez haya un manejo, mantenimiento y administración responsable y profesional del Centro Nuclear que, dicho sea de paso, en caso contrario no puede ser cerrado simplemente bajando una palanca. Apagar un reactor, aun uno de investigación o sea de muy baja potencia, es un proceso largo, complejo y tan costoso como ponerlo en funcionamiento. Dejando de lado el problema de la seguridad del reactor, tenemos el problema de su utilidad.

La tecnología actual, para ser útil y aplicable, tiene que corresponderse con un sistema productivo moderno a la altura de esta tecnología.  Toda la investigación que se haga en dicho Centro para su aplicación en medicina, agricultura, industria, etc. chocará con el atraso del país.

La operación del reactor y del ciclotrón es cara, por tanto, si el Centro quisiera autosostenerse económicamente, sus servicios serán tan caros para el bolsillo de la mayoría de los enfermos de cáncer, por ejemplo, que será el Estado quien tenga que correr con el grueso de los gastos de funcionamiento del Centro y es seguro que después de un tiempo no sabrá qué hacer para librarse de este costoso elefante blanco.

El drama de la investigación científica y particularmente de la aplicada en Bolivia es precisamente la incapacidad del atrasado sistema productivo nacional para utilizar sus resultados. Por eso, el destino fatal de los pocos estudios científicos que se hacen, en las universidades principalmente, es criar telarañas en algún anaquel olvidado. Además, es un despropósito que cuando el país sufre las consecuencias de la caída de los precios de las materias primas, de cuya venta al exterior vive el país, se destinen 300 millones de dólares en un capricho.

Los funcionarios del Gobierno recurren a cualquier argumento para justificar el proyecto del Centro Nuclear. Uno de ellos es el de la “Soberanía Tecnológica con Identidad”, que el Gobierno plantea como el cuarto pilar de la agenda 2025. Sostienen que desde la mentalidad colonial, Bolivia se siente incapaz de avanzar en el desarrollo de conocimientos tecnológicos. Por tanto, el desarrollo tecnológico con soberanía sería parte de la descolonización.

SUBJETIVIDAD. Para el Gobierno y los ideólogos indigenistas, la “colonización” es un problema totalmente subjetivo, es pura mentalidad colonial. Se separa el complejo de inferioridad “colonial” de la base material de la sociedad, que es el modo de producción imperante, es decir, los medios de que disponemos para producir y las relaciones económicas del país con la economía mundial.

Esta forma de pensar se encuadra en los dogmas del posmodernismo, doctrina imperialista para la que, entre otras cosas, con la economía globalizada y el advenimiento de la informática, la microelectrónica y las nuevas tecnologías, el mundo habría entrado en una nueva era en la que el “poder del conocimiento”, al que suponen accesible para todos independientemente del grado de desarrollo industrial de los países, es la nueva base del poder económico, y ya no la capacidad productiva concentrada en manos del capital monopolista, que es negación de la libre competencia.  Según esta teoría, el poder de los países imperialistas se debería al poder del conocimiento que manejan y el camino de la liberación sería el del desarrollo del conocimiento.

Constituye a todas luces una arbitrariedad totalmente anticientífica separar el conocimiento y la tecnología del grado de desarrollo de los medios de producción del país. Los medios de producción son las materias primas que se dan en la naturaleza, las herramientas, que en nuestra época son las máquinas, la tecnología que las hace posibles y las hace funcionar y el conocimiento científico en el que se asienta esta tecnología. Todo esto constituye una unidad inseparable, pero cuyo cimiento es la capacidad productiva de un país, es decir su fortaleza económica.

No puede haber desarrollo tecnológico “soberano” y con “identidad” sobre la base del atraso económico. Atraso cuya causa no es la falta de conocimiento, sino las relaciones económicas de producción imperantes.

Bolivia incorporada tardíamente a la economía mundial por presión del capital financiero, ante la ausencia de una burguesía industrial, ha sido convertida en productora de materias primas para el mercado internacional. Toda nuestra economía se asienta básicamente en la explotación y venta de gas y minerales al exterior. En el resto de la economía prevalecen todavía modos de producción precapitalistas atrasados en los que la tecnología moderna está ausente y es inaplicable si antes no se industrializan.

En el campo de la economía extractivista de materias primas, son grandes empresas transnacionales quienes controlan la producción, ponen la tecnología y el capital y, naturalmente, se llevan la parte del león. El Estado no tiene capacidad económica ni tecnológica para hacerse cargo soberanamente de la producción. Esto es tan así que vemos al presidente Evo deambulando por el mundo ofreciendo incentivos escandalosos a las transnacionales a fin de que inviertan en la exploración y explotación de petróleo y gas, y en minería.

En tanto haya un sometimiento de la economía nacional a los intereses de la economía mundial capitalista, controlada por la propiedad privada altamente concentrada en manos de las grandes transnacionales, y no se superen los modos de producción atrasados en el resto de nuestra economía, no será posible un desarrollo tecnológico “soberano
y con identidad”.

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Una idea descabellada del Gobierno

¿Por qué no pensar en desarrollar estas fuentes limpias de energía (hidroeléctrica y solar) de las que disponemos en abundancia antes que embarcarse en una aventura nuclear descabellada e injustificable por donde se    la vea?

/ 30 de noviembre de 2014 / 04:00

La idea del uso de la energía nuclear en Bolivia no es nueva. En 1960 se fundó la Comisión Boliviana de Energía Nuclear (Coboen), dependiente de la Presidencia de la República, pero los primeros pasos en la investigación en esta energía se dieron recién en 1966 cuando se nombra a su primer Director Ejecutivo, el coronel Federico Paz Lora, militar de ejército con estudios en física nuclear en el Instituto Balseiro, en Bariloche, Argentina.

Coboen trabajó en los campos de la medicina nuclear, específicamente en el uso de isótopos radiactivos aplicados a la medicina; de hecho, el actual Instituto Nacional de Medicina Nuclear tuvo su origen en ese trabajo; también se avanzó en la protección radiológica y en la prospección de minerales radiactivos. Se identificaron algunas anomalías radiactivas en territorio boliviano, que corresponden a pequeños reservorios de uranio de baja ley que no son comercialmente explotables.

El uranio en la naturaleza está formado por tres isótopos: el Uranio-238 (el más abundante), el Uranio-235 (éste es el isótopo cuyo núcleo se puede fisionar liberando energía) y el Uranio-234. El más rico yacimiento de uranio identificado en Bolivia es el del cerro Cotaje en Potosí, que se calcula tiene unas 35.000 toneladas de mineral con contenidos del orden del 0,07 al 0,08% de Uranio-235. En Cotaje Coboen llegó a producir dos kilos de yellow cake, que es un concentrado de uranio no enriquecido, con bajísimo contenido de Uranio-235. 

El núcleo del Uranio-235, al absorber un neutrón libre se divide en dos núcleos más ligeros (fisión); la diferencia de masa entre el núcleo original y los productos de la desintegración se libera en forma de energía de acuerdo con la famosa ley descubierta por Albert Einstein: E = mc2

En el proceso se liberan algunos neutrones que a su vez fisionan otros núcleos de Uranio-235. Si este proceso de reacciones en cadena no se controla, el resultado es una bomba atómica. La reacción en cadena puede ser controlada con el uso de elementos químicos capaces de absorber un gran número de neutrones libres y obtener así un reactor nuclear para aprovechar la energía liberada en las fisiones relentizadas.

Al gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) se le ha metido en la cabeza la idea de instalar una central nuclear de potencia para producir energía eléctrica. Una decisión que ha desatado polémica dentro y fuera del país sobre si es posible y si se justifica.

¿Cuál es el objetivo? El Gobierno habla de convertir al país en el centro energético del continente, lo que supone que gozaríamos de autonomía e independencia energéticas para poder producir y exportar energía.

Pero, en el caso de instalar una central nuclear para producirla: Primero, no tenemos yacimientos importantes de uranio (por lo menos no se han descubierto hasta ahora). Segundo, aunque los tuviéramos, no tenemos capacidad tecnológica ni industrial para producir uranio enriquecido (rico en Uranio-235) como combustible nuclear; la producción y suministro de este combustible para alimentar una central está rígidamente controlada por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y es monopolio del exclusivo club de países que poseen bombas atómicas. No se puede ni producir ni adquirir libremente combustible nuclear, tampoco comprar e instalar libremente reactores nucleares de potencia.

El costo de instalar una central nuclear está muy por encima del de otras fuentes energéticas como la energía hidráulica, solar o eólica, todas ellas renovables y limpias. 

El costo estimado de un reactor nuclear de potencia está en el orden de los diez mil millones de dólares. En América Latina, solo Argentina, Brasil y México cuentan con centrales nucleares y su contribución al suministro total de electricidad es ínfima. Racionalmente no se justifica, a no ser como una extravagancia peligrosa, si se toman en cuenta los accidentes nucleares de Chernóbil en la ex Unión Soviética, y recientemente en Fukushima, Japón.

El potencial hidroeléctrico en Bolivia es del orden de los 40.000 MW, apenas usamos el 1% de ese potencial. Es pues evidente que lo más sensato sería pensar en desarrollar la energía hidroeléctrica antes que la energía nuclear, esto por una parte. Por otra, la energía solar en nuestro altiplano es abundante. La radiación solar sobre el Altiplano es hasta 1,8 veces más intensa (casi el doble) que a nivel del mar. El desarrollo tecnológico de los paneles solares ya ha alcanzado un nivel económicamente competitivo. Alemania, por ejemplo, ya produce el 50% de su electricidad con energía solar.

¿Por qué entonces no pensar en desarrollar estas fuentes limpias de energía de las que disponemos en abundancia antes que embarcarse en una aventura nuclear descabellada e injustificable por donde se la vea?

En carta enviada al presidente Evo Morales, un grupo de personalidades mundiales entre las que figuran dos premios Nobel y varios físicos, señalan, con toda razón, que “¡la energía nuclear es una elección sin vuelta, y sin salida! Ata para siempre las manos a un país que la emprenda: nadie sabe con precisión los costos para desmantelar una central nuclear, quizás comparables a los de su construcción; nadie ha encontrado una solución para los desechos radiactivos, que constituyen una herencia pesada, cara y peligrosa durante cientos o miles de años”. Por todo esto, instalar una central nuclear en el país es, primero, muy difícil y, segundo, totalmente injustificable.

En todo caso, si de aprovechar la energía nuclear con fines pacíficos se trata, tal vez sería aceptable el pensar en un reactor de potencia cero para investigación y producción de elementos radiactivos y radiofármacos para uso en la medicina o en la agricultura, con la aplicación de técnicas isotópicas para la investigación sobre la fertilidad de suelos, optimización del uso de nutrientes y de agua, etcétera; también hay aplicaciones en minería.

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